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Figura
OPS/OMS
Los desastres naturales y los denominados complejos se han presentado cada vez con mayor capacidad destructiva tanto en América Latina y el Caribe como en otras regiones en desarrollo del resto del mundo. En 1985, varios terremotos devastadores asolaron las zonas urbanas de Chile y de México, y causaron la muerte de más de 10.000 personas. El mismo año, la erupción del volcán Nevado del Ruiz, en Colombia, dejó un saldo de 23.000 víctimas. Los huracanes han cobrado miles de vidas y han provocado grandes destrozos de infraestructura en el Caribe, México y Centroamérica. En 1998, una sola tormenta - el huracán Mitch - costó la vida a más de 10.000 personas en cinco países, junto con la pérdida de muchos años de inversiones en desarrollo económico y social. El golpe militar de 1991 en Haití y el posterior embargo internacional, precipitaron una crisis humanitaria de graves proporciones, especialmente en el sector salud.
Gracias a las comunicaciones actuales, las noticias de estas tragedias llegaron a la comunidad internacional en minutos y, en algunos casos, la ayuda se movilizó en cuestión de horas. Este caudal de ayuda inmediata puede beneficiar considerablemente a un país asolado por un desastre si se corresponde con necesidades reales. Sin embargo, cuando la ayuda no se ha solicitado o cuando las instituciones o personas donantes tienen una visión equivocada de cuáles son las necesidades, también puede convertirse rápidamente en una carga.
Los mensajes emitidos por los medios de comunicación y por los donantes centran su atención en los efectos más visibles que los desastres naturales tienen sobre la salud. Esto tiende a reafirmar el mito de que la población y las autoridades necesitan cualquier tipo de ayuda que el mundo "exterior" pueda proporcionar. En los países en desarrollo más avanzados, en particular en América Latina, los servicios nacionales de salud, las organizaciones voluntarias y las comunidades afectadas movilizan sus propios recursos para satisfacer las necesidades médicas más imperiosas que surgen inmediatamente después del desastre. Las necesidades de ayuda externa se limitan, por lo general, a especialistas altamente calificados o a equipos para unas pocas áreas específicas. No obstante, la gente que trabaja durante los desastres sigue siendo abrumada por donaciones, la gran mayoría de las cuales consisten en medicinas, alimentos, ropa, frazadas y otros artículos, que ni fueron solicitados ni son prioritarios.
En los últimos 20 años se han producido importantes avances en la manera en que los países de América Latina y el Caribe y la comunidad internacional se preparan y responden ante casos de desastre. Muchos gobiernos tienen organismos bien establecidos encargados de mejorar la capacidad nacional de respuesta ante desastres. En 1986, los países latinoamericanos y caribeños adoptaron una política regional destinada a mejorar la coordinación de la asistencia humanitaria internacional en el sector salud (ver cuadro 1). Todos los países de América Latina y el Caribe tienen coordinadores de desastres1 dentro de sus ministerios de salud, que no solo coordinan la ayuda en casos de desastre, sino que continuamente actualizan los planes de emergencia y organizan la capacitación de médicos y de personal sanitario en general. Los ministerios de relaciones exteriores de varios países han establecido procedimientos relativos a la función que deben desempeñar las misiones diplomáticas en los países donantes y en los países beneficiarios, durante la fase de respuesta a los desastres.
1. Visite la página web de la OPS para ver una lista completa de los coordinadores de desastres en: www.paho.org/english/ped/peddeal.htm
Cuadro 1
Después de los graves desastres del año 1985 (sobre todo el terremoto en México y la erupción volcánica en Colombia), los gobiernos de las Américas se reunieron en Costa Rica en 1986 con representantes de organismos internacionales, de los países donantes y de las ONG, y establecieron las bases de una política común para que la asistencia sanitaria en casos de desastres fuese más eficiente y compatible con las necesidades de las comunidades afectadas. La esencia de esta política panamericana, avalada por todos los países miembros de la OPS, es la siguiente: · La asistencia sanitaria externa en caso de desastres debe ser coordinada con los funcionarios designados por el Ministerio de Salud. · Las autoridades sanitarias nacionales deben evaluar rápidamente las necesidades de asistencia externa y alertar de inmediato a la comunidad internacional sobre el tipo concreto de asistencia que se necesita y el que no se necesita. Las prioridades deben ser aclaradas, haciendo una distinción entre las necesidades inmediatas y las de rehabilitación y reconstrucción. · Las misiones diplomáticas y consulares deben comunicar a los países donantes políticas firmes sobre la aceptación de suministros no solicitados o inapropiados. · Para evitar la duplicación de la asistencia sanitaria en caso de desastre, debe aprovecharse plenamente el rol de la OPS como centro coordinador para informar a los donantes acerca de las contribuciones ofrecidas y determinar cuáles son las verdaderas necesidades sanitarias. · Los países deben considerar altamente prioritaria la preparación de su propio personal medico y sanitario para responder a las necesidades de urgencia de la población afectada. Los países y las organizaciones donantes deben apoyar tales actividades de preparación para casos de desastre. · Todos los países deben determinar en qué grado son vulnerables a los desastres y establecer medidas apropiadas para atenuar las consecuencias sobre las poblaciones mas vulnerables. |
Dado que los países que comparten territorio geográfico también comparten los riesgos a los peligros naturales, la región andina, Centroamérica y el Caribe están fortaleciendo su capacidad de respuesta colectiva. Cuando un país necesita recursos adicionales después de un desastre, la ayuda de los países vecinos puede hacerse efectiva rápidamente y son pocas las barreras culturales y lingüísticas.
Una iniciativa que ha ayudado a aumentar la capacidad regional de respuesta en casos de desastre es SUMA, un sistema de manejo de suministros que facilita la recepción, el inventario, la clasificación y la rápida distribución de equipos y suministros humanitarios clave. Miles de personas han sido capacitadas en toda América Latina y el Caribe, por lo que los equipos de SUMA pueden desplazarse rápidamente para responder a necesidades locales o de países vecinos (el anexo 1 presenta una descripción del sistema SUMA).
En los países en desarrollo, los elevados costos de las operaciones de ayuda pueden agotar, en cuestión de días, los recursos asignados para metas a largo plazo en atención sanitaria primaria y desarrollo. Los grupos más vulnerables - niños, mujeres embarazadas, madres en período de lactancia, ancianos y grupos de bajos ingresos, especialmente los menos favorecidos en las áreas urbanas - son aquellos cuya supervivencia y progreso se ven mas amenazados por la lenta recuperación de los servicios sanitarios.
Debido a la competencia por recursos cada vez más escasos a nivel nacional y mundial, todos los gobiernos, las organizaciones no gubernamentales y las internacionales deben considerar, antes de que ocurra el próximo gran desastre, cuál es la forma más eficaz de asistencia humanitaria internacional. Esperamos que las recomendaciones que se hacen en esta guía ayuden a que donantes y beneficiarios tomen decisiones que redunden, a largo plazo, en el máximo beneficio para los países afectados por desastres naturales o complejos.
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