Cuando un país decide invertir tiempo, energía y recursos para reducir los efectos de los desastres naturales, debe tener en cuenta la relación entre el resultado esperado y sus propias capacidades y limitaciones. El nivel de desarrollo económico, político y cultural de una sociedad determina el modelo de manejo de desastres que se aspire a alcanzar. Este capítulo presenta una panorámica del ambiente físico y humano de los países de la Región de las Américas, donde los desastres golpean frecuente y violentamente. Aunque Canadá y los Estados Unidos forman parte de esta Región, para los efectos de esta publicación se hará referencia sólo a los países y territorios en desarrollo de América Latina y el Caribe.
A diferencia de las diversas sociedades y economías que se encuentran en África, o a lo largo de Europa y Asia, la mayoría de la población de América Latina comparte un idioma común y religión, artes y costumbres derivadas de la fuerte influencia española y portuguesa. En el Caribe, también está presente el influjo español, aunque prevalecen las influencias africana, británica, francesa y holandesa. A pesar de la relativa homogeneidad, la división que persiste entre los descendientes de inmigrantes europeos, africanos, asiáticos, y los mestizos y las poblaciones indígenas, crea una fuente de tensión social y desigualdad económica.
La ambición despertada por las riquezas de la Región provocó un movimiento histórico de conquista y colonización que se inició en el siglo XV y marcó profundamente a las sociedades nativas y sus culturas. Sin embargo, las manifestaciones de estas culturas, que a través de la arquitectura, el arte, la ingeniería, las matemáticas y la astronomía han llegado hasta el presente, permiten pensar en el adelanto científico que estas sociedades poseían.
Ciertamente, la diversidad geográfica de la Región posibilitó el desarrollo de las culturas más variadas. Estos pueblos estaban familiarizados con las amenazas con las que convivían, ya que los movimientos sísmicos, las inundaciones, los huracanes y las avalanchas eran elementos de su vida cotidiana y se les consideraba como parte de las divinidades de la naturaleza a las que rendían culto (véase el recuadro 2.1). Las estructuras precolombinas que aún están en pie en el altiplano sudamericano, las costas del Pacífico y las selvas de Guatemala y México, testifican sobre el tipo de medidas constructivas que se tomaban para resistir a los desastres naturales.
La conquista que se inició en el siglo XV implicó la destrucción de las civilizaciones y estructuras sociales autóctonas y su reemplazo por un sistema social muy parecido al feudal, mediante el cual los colonizadores obtenían la mano de obra necesaria para las plantaciones y la explotación minera de oro y plata.
Recuadro 2.1
La siguiente versión del mito de la creación del pueblo Mapuche, en Chile, muestra elementos comunes a muchos otros mitos de esta índole: la gente nace de un gran cataclismo, de una lucha feroz entre las fuerzas naturales del mar y la tierra. El mito se fundamenta en los principales rasgos geográficos de la tierra que definen el entorno del hombre - maremotos, terremotos y erupciones volcánicas. Hombre y naturaleza, religión, cultura y sociedad, vida y muerte, objetos vivos e inertes, surgen de este mismo momento fundador: Allá en el mar, en lo más profundo vivía una gran culebra que se llamaba Cai Cai. Las aguas obedecían las órdenes del culebrón y un día comenzaron a cubrir la tierra. Había otra culebra tan poderosa como la anterior que vivía en/a cumbre de los cerros. El Ten Ten aconsejó a los mapuches que se subieran a un cerro cuando comenzaran a subir las aguas. Muchos mapuches no lograron subir al cerro y murieron transformándose en peces. El agua subía y subía, y el cerro flotaba y también subía y subía; los mapuches se ponían los cantaritos sobre las cabezas para protegerse de la lluvia y el sol; y decían: Cai, Cai, Cai; hicieron sacrificios y se calmó el agua, y los que se salvaron bajaron del carro y poblaron la tierra Así nacieron los mapuches Fuente: José Bengoa, Historia del Pueblo Mapuche, 2a
edición. Santiago: Ediciones Sur, 1987. |
Colonos de España y Portugal llegaron al Nuevo Mundo en número considerable y para finales del siglo XVI habían conformado las bases de las ciudades que hoy son las capitales. El dominio europeo continuó hasta que se produjo la rebelión de esclavos en Haití, que aseguró su independencia de Francia en 1804. Además, la invasión de Napoleón a España y Portugal en 1808 disminuyó el apoyo de esos países a sus colonias. Inmediatamente se iniciaron las guerras por la independencia y para 1830 casi todos los países del continente se habían liberado del dominio europeo. Sin embargo, después de obtener su independencia, muchos países tuvieron que enfrentar revoluciones internas, dictaduras y militarismo, procesos comunes en la Región durante gran parte del siglo XX.
El Caribe, como vinculo marítimo más importante entre España y sus colonias, se convirtió en terreno propicio para aventuras de bucaneros y batallas en las que los poderes colonialistas se disputaban los beneficios territoriales y comerciales. La lucha por el dominio de las islas, entre España y otras naciones como Inglaterra, Francia, Holanda y Dinamarca., se prolongó durante los siglos XVII y XVIII. A mediados del siglo XVII la economía colonial del Caribe, basada principalmente en la exportación de tabaco y algodón a Europa, se cambió por la producción del azúcar, actividad que requería la mano de obra proveniente del tráfico de esclavos africanos. Esta "revolución azucarera" cambió de manera radical la demografía, la sociedad y la cultura de las islas.
El proceso de independencia en el Caribe ha sido más lento que en los países de América Latina. La fragmentación territorial de la Región y el pequeño tamaño de las islas han favorecido el colonialismo y la dependencia. A mediados de la década de los años cincuenta solamente la República Dominicana, Haití y Cuba eran independientes. En los años sesenta, Barbados, Guyana, Jamaica y Trinidad y Tabago alcanzaron la independencia, y otras islas lo hicieron durante los años setenta y los ochenta. En la actualidad, varias islas del Caribe todavía siguen estrechamente asociadas a países como los Estados Unidos, Francia, los Países Bajos y el Reino Unido, o forman parte integral de un país, como el caso de los departamentos franceses.
América Latina y el Caribe representan una sexta parte de la superficie terrestre, con una extensión de 11.263 kilómetros desde el Cabo de Hornos hasta la frontera sur de los Estados Unidos.
Las montañas son la principal característica geográfica de la Región, ya que geológicamente son importantes fuentes de riqueza y la vez causantes de desastres. Los Andes y las montañas del Caribe y América Central se asientan en las áreas de interacción de las placas tectónicas más importantes, una característica que determina la alta sismicidad de la Región. Al sur, los Andes emergen desde la Antártida para formar una de las cadenas montañosas más altas del mundo, sólo superada por los Himalayas. En esta cordillera se encuentra el Monte Aconcagua, en la frontera entre Chile y Argentina que, con 6.959 metros de altura, constituye el pico de origen volcánico más alto del Hemisferio Occidental. En Bolivia y en el sur del Perú, los Andes se bifurcan y encierran los valles y mesetas conocidas como el Altiplano. En Ecuador dan origen a dos cordilleras, que se dividen en tres a su paso por Colombia, una de las cuales continúa hacia el este, hasta Venezuela.
Las montañas del Caribe y de América docenas de volcanes. El suelo de origen volcánico de esta región, muy fértil, propicia un alto rendimiento agrícola.
La ubicación de los Andes cerca de la costa pacífica asegura que los ríos más largos de América del Sur fluyan hacia el Atlántico y el Caribe, y que las lluvias se concentren en las tierras bajas de la parte este. Los ríos Amazonas, Orinoco, Paraná, Paraguay y de la Plata juntos drenan más del 60% de las aguas del Continente. La cuenca del Amazonas es la más grande del planeta, con un área de aproximadamente 7.500.000 kilómetros cuadrados. En la época lluviosa se presentan severas inundaciones en zonas ribereñas eminentemente agrícolas y en importantes centros urbanos.
Las llanuras costeras con climas cálidos y húmedos bordean tanto el Caribe como las costas del Pacífico en América Central, pero la mayor parte del Istmo es montañoso, y el 80% de la población vive en las zonas altas. México está situado en una alta y árida meseta central rodeada por dos cordilleras.
América Latina posee casi el 60% de los bosques tropicales del mundo. Pero también el nivel de deforestación es el más alto del mundo en desarrollo, ya que cada año se pierde aproximadamente el 1,3% de los bosques existentes. Al inicio de esta década se estimaba que un 12% de los bosques amazónicos habían sido cortados para explotación maderera y minera, y con el fin de incrementar las áreas destinadas a agricultura. Esta explotación pone en peligro la biodiversidad de la región, genera pérdidas de los suelos, aumenta la amenaza de deslizamientos y la sedimentación de cauces, fenómenos que generan grandes preocupaciones para los planificadores de la Región. Lamentablemente, las ganancias económicas a corto plazo aún prevalecen sobre las consideraciones ambientales a largo plazo.
Mapa cortesía National Oceanic and
Atmospheric Administration (EUA), National Geographic Data Center
Las islas del Caribe forman un amplio arco que se extiende a lo largo de aproximadamente 4.000 kilómetros desde la Florida (EUA) en el norte, hasta Venezuela en el sur. El tamaño de las islas varia en forma considerable: Cuba, por ejemplo, tiene 111.000 kilómetros cuadrados y más de 10 millones de habitantes, mientras que Anguila posee menos de 350 kilómetros cuadrados y unos 9.000 residentes. Aunque las islas comparten muchas características comunes, existe cierta diversidad geográfica, desde regiones con una flora exuberante y áreas aptas para la agricultura, hasta improductivas, volcánicas y coralinas.
Las aisladas cumbres de una cadena sumergida de montañas volcánicas, que conforman las islas, se caracterizan por tres tipos principales de topografía:
· montañas altas e inaccesibles (de casi 1.200 metros), como las Montañas Azules en el este de Jamaica; el monte Diablotin en Dominica central; el volcán Soufrière en San Vicente, y la Cordillera del Norte en Trinidad, cubiertas por bosques densos y cruzadas por rápidos ríos;· altas mesetas, como las de Jamaica central, y
· llanuras costeras sedimentarias que nacen en las laderas de las colinas y montañas, y forman costas con playas arenosas.
Algunas islas del Caribe no tienen ríos, ni ninguna otra fuente natural de agua potable, como es el caso en Anguila, Antigua, Araba y Bermuda. En consecuencia, estas islas dependen por completo de la recolección de agua de lluvia o de plantas desalinizadoras, o en el caso de Nassau, en las Bahamas, de la importación de más del 50% del agua potable que se consume. i
El clima y la precipitación son muy variables en América Latina y el Caribe. En la cuenca del Orinoco en Colombia y Venezuela, en los altiplanos brasileños y en parte del Ecuador occidental se encuentran áreas de sabana, con estaciones húmedas y secas bien diferenciadas. En cambio, amplios sectores de Argentina, Chile, Paraguay y el sur de Brasil tienen climas más templados, con fluctuaciones más grandes en las temperaturas. La precipitación anual en la Región varia entre 1.000 y 2.000 milímetros. En la Región se encuentra uno de los desiertos más secos del mundo: el Atacama, en la costa de Chile, aunque Argentina, Bolivia, Brasil, México y Pera también cuentan con grandes áreas de tierras áridas y desérticas.
Las islas del Caribe comparten el clima tropical de la costa Atlántica del Istmo Centroamericano. Al nivel del mar, el clima es relativamente constante, aunque cambia según las diferentes elevaciones. Las precipitaciones presentan grandes variaciones, dependiendo de la topografía de cada isla. Las islas montañosas reciben una gran cantidad de lluvia, mientras que las islas llanas de origen coralino, como Antigua y Barbuda, Curaçao y la Islas Turcas y Caicos, son áridas.
Actualmente América Latina y el Caribe tienen una población de 450 millones de habitantes y, de acuerdo con las proyecciones de Naciones Unidas, para 1995 la población total de la Región alcanzará los 482 millones, constituyendo el 61% del total de la población del Hemisferio Occidental. Para el año 2025, la población rondará los 650 millones (Figura 2.1).
Los países en desarrollo han tenido, históricamente, niveles altos tanto de Brasil y Canadá, esta población se encuentra en las regiones más vulnerables a desastres naturales de origen tectónico.
Figura 2.1: Población de América
Latina y el Caribe 1950-2025 (proyecciones)
Figura 2.2: Población urbana y
rural del Hemisferio Occidental, proyecciones hasta 1995
Figuras 2.1 y 2.2 basadas en información de la División de Población de la ONU, 1993.
América Latina y el Caribe han pasado por un proceso de urbanización acelerada en las últimas décadas. El 75% de la población se concentra en las ciudades, con lo que la Región sobrepasa al resto del mundo en desarrollo en lo referente a niveles de urbanización (véase la figura 2.2).
De particular preocupación para los gobiernos es el continuo crecimiento, en número y tamaño, de las denominadas megaciudades (ciudades con más de 5 millones de habitantes). La infraestructura de servicios de estas ciudades resulta inadecuada, y los recursos necesarios para hacer frente a la creciente demanda son limitados. Para el año 2000, se estima que México D.F. será la ciudad más grande del mundo, con más de 26 natalidad como de mortalidad, lo que mantuvo el crecimiento de la población en niveles relativamente bajos. Pero en los últimos 40 años, los avances en los servicios de salud, saneamiento y educación han contribuido a reducir la mortalidad de infantes y niños, y por ende a un aumento en la población. En América Latina, el índice de crecimiento disminuyó del 3% en que se encontraba en la década de los años cincuenta, al 2,1% en 1994, aunque una gran parte de la población tiene menos de 15 años, y las mujeres jóvenes ya están alcanzando la edad reproductiva, por lo que no se espera que la actual tasa de crecimiento se reduzca sustancialmente hasta el año 2020.
Los 10 países más poblados del Continente Americano incluyendo el norte - Argentina, Brasil, Canadá, Colombia, Chile, Ecuador, Estados Unidos, México, Perú y Venezuela constituyen el 89% de la población total del Hemisferio Occidental. Con la excepción de Argentina, millones de habitantes; Sao Paulo (Brasil) tendrá 24 millones; Río de Janeiro (Brasil), 13 millones; y Lima (Perú), más de 8 millones. Otras ciudades con crecimiento acelerado son Santafé de Bogotá (Colombia) y Santiago (Chile).
Figura 2.3: Densidad de la población
por regiones, 1989
Figura 2.3 adaptada del World Resources Institute 1990.
Urbanización y pobreza
Se estima que más de la mitad de los residentes urbanos de las grandes ciudades de América Latina viven en condiciones de pobreza. Para el año 2000, aproximadamente el 90% de la población pobre de esta Región vivirá en áreas urbanas. Los residentes de esos cinturones de pobreza tienen ingresos muy bajos, educación limitada, una dieta insuficiente y viven en condiciones antihigiénicas de hacinamiento. El agua potable, la disposición de los residuos sólidos, las viviendas y el transporte son particularmente deficientes en las áreas urbanas marginales. Los residentes de las ciudades están expuestos a niveles de contaminación en aumento, pero los más pobres viven en la periferia, donde generalmente se ubican las fábricas y la protección ambiental es mínima. La construcción deficiente y la naturaleza espontánea de estos asentamientos los hace particularmente vulnerables a los efectos de deslizamientos e inundaciones La estructura social de las zonas rurales se puede perder en el proceso de migración, y la inestabilidad se convierte así en otro riesgo para la gente que vive en los asentamientos urbanos.
El peso de la pobreza recae con mayor fuerza sobre ciertos grupos. Por ejemplo la población indígena, cuyo número alcanza los 30 millones en América Central y del Sur, representa una parte significativa de la población rural pobre de la creciente población urbana pobre. De todos los grupos, ellos son quienes tienen menos acceso a la educación, los servicios de salud y las oportunidades de progresar económicamente.
En general, las mujeres son las menos favorecidas ya que, en los hogares de menos recursos, con frecuencia soportan una carga de trabajo mayor que la de los hombres y tienen un nivel de educación más bajo y menos acceso a actividades remuneradas. También los niños sufren la pobreza en forma desmedida, y la calidad futura de sus vidas peligra a causa de los deficientes niveles de nutrición, salud y educación.
Densidad poblacional
La densidad poblacional es uno de los factores que determina la severidad de un desastre. En general, la relación entre territorio y densidad de población es bastante favorable en América Latina (Figura 2.3). África tiene una densidad comparable a la de América Latina (un promedio de 21 habitantes por kilómetro cuadrado), pero el promedio es casi seis veces más alto en Asia. Sin embargo, las cifras para América Latina reflejan el promedio nacional, y por lo tanto ocultan diferencias en densidad dentro de los países. Por ejemplo, en las áreas rurales de Argentina y Chile la densidad no es muy alta (13 y 18 habitantes por kilómetro cuadrado, respectivamente), pero el 85% de la población se concentra en las áreas urbanas. Entre los países industrializados más poblados, Japón tiene 326 habitantes por kilómetro cuadrado, y Holanda, 433. Barbados es una de las islas más pequeñas del Caribe, y tiene una densidad excesiva de 600 habitantes por kilómetro cuadrado, similar a la de Puerto Rico. El Salvador, el país más densamente poblado en América Latina, tiene unos 257 habitantes por kilómetro cuadrado, similar a la de Puerto Rico. El; Salvador, el país más densamente poblado en América Latina, tiene unos 257 habitantes por kilómetro cuadrado.
Con el crecimiento continuo de la
población urbana, la rápida expansión de la pobreza no es sólo un problema en sí
misma, sino que coloca a numerosas personas en riesgo durante los desastres.
Migración poblacional entre países
La migración por razones económicas desde América Latina y el Caribe hacia los Estados Unidos y Canadá es común en la Región. Por la misma razón, entre países vecinos también se presentan migraciones temporales o permanentes. En el Caribe, son comunes los movimientos migratorios asociados a la cosecha de azúcar, la industria turística y los enlaces familiares. El impacto de la emigración en los países del Caribe es fuerte. Por ejemplo, se estima que a mediados de la década de los ochenta, la mitad de los ciudadanos jamaiquinos vivían fuera de su país.
Uno de los grandes problemas de los años 80 y aún vigente hoy día, es la situación de los refugiados que huyen de la violencia social en sus países. Se ha estimado que durante el período más violento, entre un 7 y un 10% de la población centroamericana fue desplazada o forzada a emigrar, la mayoría de ellos como indocumentados. La crisis reciente en Haití ha actuado como catalizador para otra ola de migración indocumentada.
La Región cuenta con extensas tierras fértiles, como la pampa de Argentina, en las que se generan abundantes productos agrícolas y ganaderos de alta calidad. Casi un 9% de la tierra fértil de América Latina está cultivada, y el 28% se utiliza como pastizales para la ganadería. Una cuarta parte de la fuerza laboral se concentra en el sector agrícola. Si bien muchos agricultores producen sólo para la subsistencia, también se registra una pi aducción comercial importante de cultivos como el azúcar, el banano, los cítricos y los cereales. Además, la Región cuenta con yacimientos de minerales, particularmente de cobre (Chile y Perú poseen una cuarta parte de la reserva mundial), estaño (Bolivia es el primer productor del Continente), hierro, plata, oro, y minerales preciosos y semipreciosos en Brasil, Colombia y Perú. Finalmente. las reservas Petroleras de la Región sólo son superadas por las del Medio Oriente.
Los recursos naturales de las islas caribeñas son más limitados. Jamaica, Haití, Guyana y la República Dominicana tienen minas de bauxita, y Trinidad y Tabago exporta petróleo y gas natural. En la mayoría de las islas se encuentran pequeños depósitos de manganeso, plomo, cobre y zinc. La agricultura está en declive, pero la industria del azúcar y del banano continúa proporcionando empleo para la mayor parte de la fuerza laboral en Barbados, Cuba, Jamaica, la República Dominicana, Saint Kitts y Santa Lucía.
La pequeña industria contribuye de forma importante a la economía de muchos países caribeños, pero la industrialización no ha proporcionado suficientes empleos para compensar la disminución en la producción agrícola. Sin embargo, el turismo se está imponiendo como la solución clásica que proporciona diversificación económica y desarrollo, en especial en las Antillas Menores.
Lamentablemente, pese a su enorme potencial de desarrollo, las economías de América Latina y el Caribe son frágiles por su dependencia de la exportación de un número limitado de productos agrícolas o minerales, como algodón, café, azúcar y cobre, condicionados a las fluctuaciones de los precios del mercado internacional. Sin embargo, el desarrollo industrial ha tenido un avance significativo en las últimas décadas, sobre todo en Brasil, Chile, México, y Venezuela. La apertura económica que se empieza a gestar en la Región y que propicia la integración de los mercados mediante la conformación de bloques comerciales, conducirá hacia un fortalecimiento de los sectores productivos de estos países. Una muestra de ello es el Tratado de Libre Comercio entre México, Canadá y los Estados Unidos.
El Banco Mundial ha adoptado el producto nacional bruto (PNB) como parámetro para clasificar la economías de los países y distinguir los diferentes niveles del desarrollo económico. Sin embargo, las estadísticas sobre el PNB pueden conducir a conclusiones erróneas en el caso de América Latina y el Caribe, ya que ocultan el problema fundamental de la distribución desigual de la riqueza. Todavía, en algunos países de la Región, la riqueza y el poder político continúan en manos de unos pocos y el capital se invierte en el exterior y no en la economía nacional.
Hasta fines de la década de los años setenta, las economías de la mayoría de los países de la Región alcanzaron un crecimiento sostenido, aunque esto no siempre se tradujo en una mejoría de los indicadores sociales. Tal es el caso de Brasil, la economía más fuerte de América Latina que, aunque entre 1961 y 1979 duplicó su producto per cápita, tuvo logros más modestos en la reducción del analfabetismo y de la mortalidad infantil que las logradas por Chile, Cuba, Jamaica y Uruguay, donde se registró un crecimiento económico más bajo. El cuadro 2.1 muestra los indicadores socioeconómicos y la clasificación por "índice de desarrollo humano", preparada por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) para indicar niveles de ingreso, esperanza de vida y educación. Este índice muestra que algunos países pueden tener niveles de ingreso similares y diferentes niveles de desarrollo humano, lo cual es un indicador de la inversión realizada en la educación y la salud de una población.
Durante la recesión global de los años ochenta, la mayoría de los países de la Región fueron afectados por una crisis en sus economías y en sus sistemas políticos que provocó una disminución progresiva de su participación en los mercados internacionales y en la inversión productiva. Las políticas de ajuste estructural se aplicaron con un enorme costo social, profundizando la inequidad social y económica al afectar a los sectores más pobres de la población e inclusive contribuyendo al deterioro de las condiciones de vida de la clase media. Un efecto muy visible de la crisis ha sido el deterioro de los servicios públicos, particularmente en los sectores de salud y educación y, en general, en la calidad i de vida de los estratos menos protegidos.
Cuadro 2.1
Indicadores socioeconómicos para los países de América Latina
y el Caribe | |||||||
PNB per cápita |
(Esperanza de vida al nacer |
Tasa de mortalidad (1-5 años) x 1000 nacimientos
(1991) |
Mediana de años de escolaridad (1990) |
Tasa de analfabetismo (%) (1990) |
Orden en el índice de desarrollo
humanoa | ||
US$ (1992) |
Tasa de crecimiento (%) (1985-92) | ||||||
Antigua y Barbuda |
4.870 |
1,1 |
74 |
23 |
4,6 |
4 |
60 |
Argentina |
6.050 |
0,5 |
71 |
34 |
8,7 |
5 |
46 |
Bahamas |
12.020 |
-1,2 |
69 |
29 |
6,2 |
1 |
32 |
Barbados |
6.530 |
0,6 |
75 |
13 |
8,9 |
1 |
20 |
Belice |
2.210 |
6,3 |
68 |
51 |
4,6 |
5 |
82 |
Bolivia |
680 |
1,0 |
60 |
115 |
4,0 |
23 |
122 |
Brasil |
2.770 |
-0,7 |
67 |
66 |
3,9 |
19 |
70 |
Chile |
2.730 |
6,1 |
72 |
20 |
7,5 |
7 |
36 |
Colombia |
1.290 |
2,4 |
69 |
43 |
7,1 |
13 |
61 |
Costa Rica |
2.000 |
2,6 |
75 |
20 |
5,7 |
7 |
42 |
Cuba |
b |
c |
76 |
14 |
7,6 |
6 |
75 |
Dominica |
2.520 |
5,1 |
75 |
c |
4,7 |
3 |
51 |
Ecuador |
1.070 |
0,6 |
66 |
64 |
5,6 |
14 |
89 |
El Salvador |
1.170 |
0,9 |
64 |
67 |
4,1 |
27 |
110 |
Granada |
2.310 |
4,4 |
70 |
36 |
4,7 |
4 |
59 |
Guatemala |
980 |
0,6 |
64 |
81 |
4,1 |
45 |
113 |
Guyana |
330 |
-5,4 |
65 |
65 |
5,1 |
4 |
105 |
Haití |
370 |
-2,9 |
54 |
134 |
1,7 |
47 |
137 |
Honduras |
580 |
0,5 |
65 |
75 |
3,9 |
27 |
116 |
Jamaica |
1.340 |
2,9 |
73 |
19 |
5,3 |
2 |
69 |
México |
3.470 |
1,1 |
70 |
45 |
4,7 |
13 |
53 |
Nicaragua |
410 |
-7,8 |
65 |
70 |
4,3 |
19 |
111 |
Panamá |
2.440 |
-1,2 |
73 |
24 |
6,7 |
12 |
68 |
Paraguay |
1.340 |
1,0 |
67 |
38 |
4,9 |
10 |
90 |
Perú |
950 |
-4,3 |
63 |
82 |
6,4 |
15 |
95 |
República Dominicana |
1.040 |
0,3 |
67 |
69 |
4,3 |
17 |
97 |
Saint Kitts y Nevis |
3.990 |
5,3 |
70 |
41 |
6,0 |
8 |
79 |
Santa Lucía |
2.900 |
5,2 |
72 |
22 |
4,6 |
16 |
76 |
San Vicente y las Granadinas |
1.990 |
4,7 |
71 |
25 |
3,9 |
7 |
72 |
Suriname |
3.700 |
-3,2 |
68 |
47 |
4,2 |
5 |
65 |
Trinidad y Tabago |
3.940 |
-3,0 |
71 |
29 |
8,0 |
4 |
31 |
Uruguay |
3.340 |
2,9 |
73 |
24 |
7,8 |
4 |
30 |
Venezuela |
2.900 |
1,1 |
70 |
40 |
6,3 |
12 |
50 |
Fuentes: The World Bank, The World Bank Atlas, Washington, D.C. 1992; United Nations Development Programme, Human Development Report, Nueva York: Oxford University Press, 1993.
aEl Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) calcula el índice de desarrollo humano (IDH) para un grupo de 173 países. El índice considera el poder adquisitivo real del producto nacional bruto de cada país, esperanza de vida al nacer, alfabetismo entre adultos y mediana de años de escolaridad. Para cada indicador, el IDH estima el grado de avance relativo de cada país en relación a los valores mínimos y máximos alcanzados por el conjunto de países en estudio. Según los cálculos del PNUD, los países con una clasificación en el IDH entre 1 y 55 tienen un índice alto de desarrollo humano; los países entre 56 y 111 tienen un índice mediano de desarrollo humano; y los países con índice entre 112 y 173 tienen un nivel bajo de desarrollo humano.
bCifra no disponible, estimada entre US$676 y US$2.695.
cCifra no disponible.
Figura 2.4: Abastecimiento de agua y
saneamiento en América Latina y el Caribe,
1961-1988
Pese a que en los países de América Latina y el Caribe aún persisten graves problemas de salud, la esperanza de vida es más larga y la tasa de mortalidad infantil más baja que en cualquier otra región en desarrollo. Se han logrado importantes i adelantos en la reducción de la mortalidad infantil en todo el mundo, hasta lograr que los Índices hayan descendido en un tercio en todos los países en desarrollo durante los últimos 30 años. Sin embargo, millones de niños continúan muriendo de enfermedades inmunoprevenibles, y no tienen acceso al agua potable ni a una nutrición adecuada. En África, aproximadamente 175 de cada 1.000 niños mueren antes de alcanzar los i cinco años; en América Latina esta cifra llega a 60 por cada 1.000 y en el Caribe de habla inglesa es menor a 30 por cada 1.000. En las naciones industrializadas este indicador se estima en 15 muertes por cada 1.000 niños.
La disminución en las tasas de mortalidad de infantes y de niños en la Región se debe en gran parte a los logros en materia de atención primaria de salud. Si bien los avances son impresionantes, todavía hay retos que superar. En las áreas urbanas hay una concentración relativamente alta de hospitales y de personal de salud. Sin embargo, muchas de estas instalaciones son obsoletas o reciben un mantenimiento insuficiente, al igual que los servicios de agua, luz y transporte, que son antiguos y sobrecargados, lo que progresivamente los convierte en más vulnerables a los efectos de los desastres naturales.
Los datos disponibles en 1988 mostraron que un promedio de 88% de la población urbana de América Latina y del Caribe tenía acceso al agua potable, y un 80% a los servicios de alcantarillado e instalaciones sanitarias. En zonas rurales estas cifras alcanzaron el 55% y 32%, respectivamente. Esta cobertura varía en forma considerable de un país a otro, y en los menos desarrollados, el 50% de la población o menos tiene acceso al agua potable, y menos del 30% tiene servicios sanitarios.
A pesar de los avances significativos que se han logrado en las últimas tres décadas (Figura 2.4), el mantenimiento de los servicios de agua y saneamiento ha bajado de calidad junto con otros servicios, como resultado del limitado capital para invertir en infraestructura. Estudios realizados en el Perú, por ejemplo, demostraron que el 30% de los sistemas rurales de abastecimiento de agua estaban total o parcialmente dañados al cabo de cinco años de haber sido construidos. La difícil situación económica y el deterioro de los servicios básicos propiciaron la propagación y permanencia del cólera en la Región.
La cuarta parte de la fuerza laboral
en América Latina se encuentra en el sector agrícola. Sin embargo, la mayoría
apenas si produce lo suficiente para subsistir.
El acceso a la educación varia ampliamente por país y grupo económico, pero en general, la Región está al mismo nivel - o aun por encima - que los promedios internacionales. En los últimos 30 años se han hecho avances importantes en muchos países. Por ejemplo, Uruguay duplicó las matriculas para educación secundaria entre 1960 y 1986, y en México éstas han sido 12 veces más altas al cabo del mismo periodo. No obstante, a pesar del rápido crecimiento de la educación, las desigualdades en el ingreso y la movilidad social, problemas que la educación debería corregir, continúan creciendo. Las oportunidades de recibir una educación están determinadas por la clase económica y social. Los niveles de analfabetismo sobrepasan el 40% en los países más pobres, y la población indígena se ve limitada en el acceso a la educación.
Mientras que algunos países han dedicado sus recursos a la erradicación del analfabetismo, otros han dado mucha importancia a mejorar la educación universitaria, lo que ha resultado en un gran número de profesionales muy bien formados. Sin embargo, en algunos países las posibilidades de obtener un empleo son reducidas para los profesionales recién graduados.
Un ejemplo de este exceso de profesionales se ha hecho palpable en el sector de la salud. Para suplir la necesidad de médicos para los programas de atención primaria, algunos gobiernos estimularon el incremento de las matrículas en las escuelas de medicina. Como resultado, América Latina y el Caribe tienen la tasa más alta en el mundo de médicos, pero la más baja de enfermeras y matronas en relación con los médicos. En México, por ejemplo, entre 1970 y 1980 la matricula en escuelas de medicina aumentó de 29.000 a 93.000. Un estudio de los niveles de ocupación de los médicos en las ciudades mexicanas más importantes mostró que 7% estaban desempleados, 11% trabajaban en áreas no relacionadas con la medicina y 11% tenían trabajos en medicina con muy baja remuneración o atendiendo a muy pocos pacientes.
El proceso democrático de la Región se vio reforzado en los años noventa, y la mayoría de los regímenes autoritarios fueron reemplazados, particularmente en Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay. El derrocamiento del Presidente Constitucional de Haití en septiembre de 1991, seguido por la disolución del Congreso peruano en marzo de 1992, y las insurgencias militares en Venezuela en ese mismo año, hicieron temer el regreso de los regímenes de tacto del pasado. Las islas caribeñas tampoco escaparon a la violencia política, como la revuelta civil en Trinidad en 1990 y durante los procesos electorales en San Vicente y las Granadinas y Saint Kitts y Nevis. Sin embargo, la forma en que se enfrentaron los conflictos políticos de Brasil, Guatemala y Venezuela reforzaron la esperanza de resolver las crisis futuras mediante el ejercicio de los principios democráticos.
La década de los años ochenta fue un periodo violento y turbulento en Centroamérica, y debido a ello cientos de miles de personas murieron o fueron desplazadas por causa de conflictos armados en El Salvador y Nicaragua, y los serios disturbios civiles en Guatemala. A pesar que la situación en estos países aún es frágil, se ha alcanzado cierta estabilidad política, y se ha progresado en los esfuerzos por recuperar el nivel económico perdido durante ese decenio. El acuerdo de paz firmado en enero de 1992 entre el gobierno de El Salvador y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, y la finalización del conflicto armado en Nicaragua fueron los resultados de un largo proceso encaminado a lograr la paz que comenzó en 1983, con el grupo de Contadora, del que formaron parte los gobiernos de Colombia, México, Panamá y Venezuela.
El proceso de integración subregional
Los procesos de integración política y económica que se han dado en otras regiones, en particular en Europa, han incentivado a los países de América Latina y el Caribe a promover organizaciones de carácter subregional, basadas en la cooperación económica (Recuadro 2.2). Estos organismos han tenido diversos grados de éxito, dependiendo de la solvencia y del desarrollo de los países participantes. El comercio entre los miembros representa sólo una pequeña porción del comercio exterior de la Región, y la recesión a nivel mundial ha repercutido en este intercambio intrarregional.
La integración tiene una gran relevancia por la cercanía cultural y porque, en el contexto de los desastres, los países vecinos comparten patrones similares de amenazas y vulnerabilidad. El objetivo de estas organizaciones ha sido estimular el crecimiento económico paralelamente al reforzamiento de las identidades políticas, mediante la generación de mecanismos de cooperación financiera, el respaldo al desarrollo técnico, científico y cultural, y, en algunos casos, la promoción del apoyo mutuo entre los países miembros en la reducción de desastres.
Recuadro 2.2 APOYANDO EL PROCESO DE INTEGRACIÓN SUBREGIONAL Acuerdo de Cartagena (Grupo Andino/Pacto Andino). Fundado en 1969; países miembros: Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela. Fue establecido para mejorar la posición de los países miembros dentro de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, y para incrementar el comercio y desarrollo de los países. Existen diversos acuerdos complementarios, tales como el Convenio Hipólito Unanue, suscrito en diciembre de 1971, dedicado a fomentar, coordinar y apoyar los esfuerzos que realizan los países miembros para el mejoramiento de la salud de sus pueblos, y que cuenta entre sus programas prioritarios el de los preparativos para casos de desastre. Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI). Fundada en 1980; países miembros: Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, México, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela. Este organismo reemplazó a la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, la cual había sido establecida originalmente para crear un área de libre comercio que serviría de base para un mercado común latinoamericano. Comunidad y Mercado Común del Caribe (CARICOM). Fundado en 1973; países miembros: Antigua y Barbuda, Barbados, Belice, Dominica, Granada, Guyana, Jamaica, Montserrat, Saint Kitts y Nevis, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, y Trinidad y Tabago. Los objetivos de este acuerdo son la integración económica basada en un mercado común a nivel regional; la cooperación en áreas como cultura, educación, relaciones laborales, salud, turismo y transporte, y la coordinación de las políticas exteriores y de defensa. En 1991, la CARICOM estableció la Agencia para la Respuesta a los Desastres en el Caribe (CDERA) en Barbados, para coordinar la ayuda de emergencia para desastres que ocurran en los países miembros. Mercado Común Centroamericano. Fundado en 1960; países miembros: Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua. Fue establecido con el propósito de incrementar la industrialización y la especialización, liberalizando el comercio intrarregional. La Secretaria de Integración Económica Centroamericana (SIECA) brinda apoyo técnico y administrativo a la organización. Mercado Común del Sur (MERCOSUR). Fundado en 1991; países miembros: Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Este organismo procura eliminar las barreras comerciales entre los países miembros para establecer un arancel externo común y armonizar las políticas económicas. Organización de los Estados del Caribe Oriental (OECS). Fundada en 1981; países miembros: Antigua y Barbuda, Dominica, Granada, Montserrat, Saint Kitts y Nevis, Santa Lucía, y San Vicente y las Granadinas. Con la preocupación de que la integración a CARICOM iba a brindar mayores beneficios a los estados más grandes, estas pequeñas islas crearon esta entidad junto con la CARICOM. La OECS coordina estrategias de desarrollo entre sus países miembros y brinda cooperación en las políticas económica, exterior y de defensa. Pacto Amazónico. Firmado en 1978; países miembros: Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Suriname y Venezuela. El propósito de este tratado es lograr la cooperación entre los países miembros para el desarrollo de la Cuenca Amazónica, el uso racional de sus recursos y la protección del medio ambiente de la región. Cada miembro ha establecido una comisión nacional para llevar a cabo decisiones conjuntas. Parlamento Centroamericano (PARLACEN). Fundado en 1987; países miembros: El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua. Mediante un foro político procura controlar los intereses nacionales que podrían perjudicar la integración regional y económica. Junto con SICA, ha jugado un importante papel como promotor de legislación relacionada con las medidas de reducción de desastres. Sistema Económico Latinoamericano (SELA). Fundado en 19 75; países miembros: 27 países latinoamericanos. Procura acelerar la cooperación intrarregional, particularmente en la venta de artículos de primera necesidad en el mercado mundial, brindando un sistema permanente de consulta y coordinación en asuntos económicos y sociales. Sistema de la Integración Centroamericana (SICA). Fundada
en 1991; países miembros: Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras,
Nicaragua y Panamá. Sus propósitos son, entre otros, la consolidación de un
nuevo modelo de seguridad regional basado en acciones correctivas en los campos
sociales y económicos, y la promoción del desarrollo sostenido económico, social
y político de los Estados Miembros. |
Segunda
generación
La grave crisis económica, los conflictos civiles armados y la ausencia de la democracia en muchos de los países de la Región en la última década agravaron los problemas endémicos de la pobreza y el acceso desigual a la riqueza y los servicios básicos. En tal ambiente, los planificadores y los políticos han tenido que atender las necesidades apremiantes de los grupos más desposeídos, dejando de lado los planes de desarrollo a largo plazo, y la inversión de capital para la reducción de desastres.
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en su informe de 1993, presenta un enfoque muy alentador acerca de las economías de la Región. Según el BID, el desafío actual es iniciar una "segunda generación" de reformas que combinen la equidad social con el crecimiento económico a largo plazo.
Los países de América Latina y el Caribe poseen un enorme potencial económico y recursos humanos capacitados. Si se dedicaran estos recursos humanos y materiales a mejoras socioeconómicas, los países podrían reducir la vulnerabilidad de sus poblaciones a los desastres naturales, y obtener reformas genuinas para la preparación ante posibles ocurrencias.
![]() |
![]() |