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Consecuencias Psicosociales de los Desastres : La Experiencia Latinoamericana (OTHERS - OTROS, 1989)

Sección 3: La atención en salud mental para víctimas de desastres

7. La atención primaria de salud mental en las víctimas del desastre en Armero, Colombia

La atención primaria de salud mental en las víctimas del desastre en armero, Colombia*

* Trabajo galardonado con el premio Acta, Buenos Aires, 1987.

Bruno R. Lima
Hernán Santacruz
Julio Lozano
Jairo Luna
Shaila Pai

In memoriam Para Lilian Osorio de Acosta, Juan de Dios Alonso, Julian Benavides, María Magdalena Bocanegra, Luz Angela Ceballos, Pedro Garzón, Adriana Sánchez y Doris Torres, equipo profesional del Hospital Psiquiátrico Isabel Ferro de Buendía, de Armero, cuyos sueños han sobrevivido al alud.

Introducción

La atención primaria en salud mental ha sido definida como la "estrategia fundamental para lograr el objetivo de salud para todos en el año 2000",(1) siendo la salud mental uno de sus componentes esenciales.(2) En la prestación de servicios de salud mental se ha definido con toda nitidez la importancia y participación del trabajador de atención primaria (TAP) en los países en vías de desarrollo(3,4) y desarrollados.(5,6)

Sin embargo, la atención primaria de salud mental para víctimas de desastres es un aspecto todavía descuidado. Se han estudiado las intervenciones en salud mental en los períodos posdesastre más inmediatos(7,17) y podemos afirmar que el TAP no ha sido incluido en forma sistemática en la atención de las consecuencias psicosociales de cataclismos, a mediano y largo plazo.(18) Sin embargo, si se pretende brindar atención a la salud mental a víctimas de tragedias, de manera oportuna y eficaz, es preciso integrar al TAP en los servicios generales de salud, en especial en el nivel primario,(19) cosa que no ha sucedido todavía.(20) Tal falla puede deberse, en parte, a otros problemas de salud que presentan las víctimas, los que abarcan desde la atención de los problemas físicos individuales hasta la mejoría de las condiciones ambientales,(21) con lo cual la prioridad de la salud mental queda relegada entre las actividades ulteriores al desastre.(22,23) Puede, asimismo, buscarse la razón de esta falla en la idea de que los problemas emocionales de las víctimas no son comunes o no son graves, o que habría muchas dificultades para entrenar al TAP en la detección y corrección de tales problemas.

Ahora bien, los desastres son frecuentes en los países en vías de desarrollo y, por lo regular, afectan a los grupos más postergados desde el punto de vista de la salud, y se trata de países en que la atención primaria se configura en la estrategia adecuada para brindar servicios de salud mental con la cobertura necesaria.(24) En especial en los países en desarrollo, las calamidades representan un importante problema en materia de salud pública.(25) Si excluimos las catástrofes ocurridas en los E.U.A.,(26) entre 1900 y 1975, en el mundo entero ocurrieron 2392, y de ellas, 86.4% sucedieron en países en vías de desarrollo, lo que significó un total de 42 millones de muertos y 1.4 millones de damnificados (cuadro 1). El 78% de las muertes ocurrió en los países en desarrollo, en que se ubica el 97.5% de los damnificados. La proporción entre damnificados y muertos sólo de 2.9 para los países desarrollados, es 10 veces mayor para los países en desarrollo. Así pues, vemos que los desastres ocurren con mayor frecuencia en los países del Tercer Mundo y también que causan una proporción de víctimas muchísimo mayor, víctimas que, después de haber salvado la vida, necesitan que sus problemas psicosociales sean atendidos de manera eficaz a largo plazo. Esta situación está destinada a empeorar, por cuanto la urbanización explosiva, las presiones, el deterioro progresivo de las condiciones socioeconómicas y el desarrollo tecnológico han empujado a segmentos de población cada vez mayores a vivir en áreas de alto riesgo.(27)

En los países en desarrollo, la prestación de los servicios de salud mental se logra por medio de la participación del TAP, quien, por lo regular, es una persona con conocimientos y capacitación limitadas, seleccionada por la comunidad (o que cuenta con su apoyo) y que tiene a su cargo acciones básicas de salud.(28) Diversos estudios han mostrado que, de los pacientes asistidos en los servicios de atención primaria, 20% aproximadamente, presentan trastornos psicológicos de relevancia, tanto en los países desarrollados(29) como los que están en vías de desarrollo.(30) Luego de ocurrido un desastre, seria de esperar que se siguiera recurriendo a los servicios brindados por TAP. Se demostró, asimismo, que se le puede capacitar para atender actividades de salud mental en situaciones "rutinarias": también es de esperar que se pueda capacitar al TAP luego de ocurrida una catástrofe.

Cuadro 1. Desastres en el mundo (excepto Estados Unidos): Individuos muertos y damnificados y número de desastres

Individuos

Total

Países desarrollados

Países en desarrollo


N

%

N

%

N

%

Muertos

53,245,836

100.0

12,056,683

22.0

42,040,168

78.0

Damnificados

1,419,351,000

100.0

35,822,000

2.5

1,383,529,000

97.5

Total

1,472,596,836


47,878,683


1,425,569,168


Proporción

26.7


2.97


32.9


Número de desastres

2,392

100.0

327

13.6

2,036

86.4

Fuente: United States Agency for International Development, Office of U.S. Foreign Disaster Assistance: Disaster History. Significant data on major disasters worldwide, 1900-Present. Washington, D.C., US AID, 1986.

Para estudiar la problemática asistencial en salud mental de las víctimas de desastres, los autores han diseñado un proyecto a largo plazo destinado a desarrollar y evaluar las actividades del TAP en lo que a ese rubro se refiere. Las etapas de este proyecto incluyen: 1) identificación de la prevalencia de trastornos emocionales entre víctimas de desastres; 2) identificación y diseño de instrumentos adecuados para entrevistar a las víctimas y aplicarles el formato de una encuesta; 3) desarrollo de material de capacitación del TAP especializado en salud mental; 4) evaluación del programa de capacitación, de los conocimientos del TAP y de su capacidad para identificar correctamente a las víctimas que sufren problemas emocionales. Los resultados de este proyecto deberán promover políticas nacionales de salud para incrementar, en los países en vías de desarrollo, la intervención del TAP dentro de la prestación de servicios vinculados con la salud mental a víctimas de catástrofes.

En este trabajo presentamos los resultados obtenidos del estudio realizado en Armero, Colombia, luego de la erupción volcánica que destruyó esa ciudad de 30,000 habitantes el día 13 de noviembre de 1985.(32,33) Armero fue el sitio seleccionado para evaluar la eficacia de los servicios que, en materia de salud mental, podía brindar el TAP, dado que a raíz de la catástrofe, fallecieron 37 profesionales y trabajadores de salud mental y quedó destruido el hospital psiquiátrico regional, donde se concentraba el 87% de las camas psiquiátricas del Departamento del Tolima. En consecuencia, quedó bien claro que al sector general de salud, en especial a nivel primario de atención, le incumbía ipso facto hacerse cargo de la mayor parte de las necesidades psiquiátricas, tanto de la demanda diaria como de la generada por el desastre. Luego de identificar la tasa de prevalencia de trastornos emocionales entre las víctimas, intentamos identificar los factores personales, ambientales o de ambos tipos que conllevaban el mayor riesgo de producirlos. Asimismo, ofrecemos los hallazgos referentes a la validez del instrumento empleado para detectar tales trastornos. Finalizamos este articulo con una evaluación de nuestros descubrimientos, que indican la necesidad de fomentar la capacitación adecuada del TAP para atender problemas de salud mental en casos de cataclismos.

Métodos

Siete meses después del desastre de Armero, se hizo una evaluación del estado emocional de los damnificados, a fin de identificar la prevalencia de los cuadros psicopatológicos y las variables relacionadas con su aparición. Un submuestreo de dichos sujetos fue examinado en una entrevista psiquiátrica para detectar los trastornos específicos y determinar la validez del instrumento empleado en la encuesta.

Encuesta

La muestra estuvo constituida por 200 damnificados mayores de 18 años de edad, y fue obtenido en dos campamentos y dos albergues en el área del desastre. La encuesta fue realizada por profesionales de salud mental: dos psicólogos, una enfermera psiquiátrica y una terapeuta ocupacional, y se llevó a cabo en un periodo de dos meses en esos mismos lugares. Ningún sujeto rehusó la entrevista. No fue posible reunir datos de un grupo testigo (control): las dificultades para llevar a la práctica un proyecto de esa naturaleza en un país en desarrollo son inmensas, y dirigir los esfuerzos de trabajadores de salud para compilar datos de investigación los aparta de la mera prestación de sus servicios. Por otra parte, aunque no directamente afectadas por la erupción volcánica, las poblaciones de comunidades vecinas hablan sufrido en grado tal los efectos de la hecatombe que mal se las podía considerar como grupo control. Encuestar a una muestra perteneciente a otra área geográfica resultó simplemente imposible.

Los datos obtenidos cubrieron: características sociodemográficas de las víctimas; su vivencia del siniestro; sus quejas físicas y emocionales; el ambiente en albergues y campamentos y el apoyo social existente. Se preparó un cuestionario para abarcar esos temas, que incluyó una versión modificada del Cuestionario de Auto-Reportaje (CAR), que se ha empleado en diversos estudios para identificar a individuos con trastornos emocionales.(34,36) A semejanza de otros instrumentos de encuesta para trastornos emocionales, el CAR señala que determinado individuo con puntuación positiva es un caso "probable", aunque no pueda ser determinada la naturaleza especifica del trastorno. Sobre la base de nuestra experiencia en el manejo del instrumento,(37) agregamos preguntas referentes a epilepsia y alcohol a las que tratan de síntomas neuróticos y psicóticos. Los damnificados eran identificados por el CAR como víctimas de un trastorno emocional si tenían ocho puntos o más en la subescala neurótica de 20 preguntas; un punto o más en la subescala de cuatro preguntas o un punto en las preguntas sobre epilepsia o alcohol.

Con base en los resultados del CAR, el muestreo de 200 individuos fue dividido en dos grupos: los que tenían puntuación positiva (probables casos) y los poseedores de puntuación negativa (probables normales). Los datos respecto a sus características sociodemográficas, su vivencia de la catástrofe, el ambiente en albergues y campamentos y los problemas fiscos y emocionales fueron comparados entre esos dos grupos con el propósito de identificar asociaciones significativas con el nivel de trastorno emocional detectado por el CAR.

Entrevista psiquiátrica

Una submuestra de los damnificados encuestados, fue, a su vez, interrogada por un psiquiatra. De esta segunda fase quedaron eliminados 23 casos, ya que su puntuación positiva en el CAR sólo era consecuencia de un resultado positivo en la pregunta sobre alcohol (N = 22) o epilepsia (N = 1). Se tomó la decisión sobre la base de que la investigación habla sido concebida no sólo como un medio de obtener conocimientos nuevos, sino también como estrategia para brindar servicios de salud mental a las víctimas.(38) Dada la escasez de recursos especializados en salud mental en el área de la catástrofe, nos pareció más eficiente concentrar los esfuerzos en los damnificados identificados por la encuesta como probables casos. Para las víctimas que aparentemente sólo tenían problemas derivados del consumo excesivo de alcohol, se contaba con tratamientos alternativos (como Alcohólicos Anónimos) que no precisaban de los recursos especializados en el sector en salud mental. La única víctima con resultado positivo en el CAR y ello sólo a causa de la pregunta sobre epilepsia, se consideró como caso idiosincrático, por lo que quedó eliminada, cosa que redujo el número de sujetos a 177 (Fig. 1). De ellos, 90 tenían resultados positivos en el CAR y 87, negativos. Se intentó entrevistar a todos los sujetos con resultado positivo en el CAR, de alrededor de un tercio de aquellos con resultado negativo. Se entrevistó a 70 de los positivos y 34 de los negativos. Por más que intentamos hacer un muestreo aleatorio para la entrevista, no se pudo lograr porque muchos individuos habían abandonado la zona del desastre. Sólo dos personas rehusaron prestarse a la entrevista.

Los entrevistadores (N = 9) eran docentes o residentes del Departamento de Psiquiatría de la Universidad Javeriana, todos ellos clínicos experimentados, que trabajaban en la región cuando ocurrió la tragedia. Estaban familiarizados con los problemas de salud mental en casos de desastres y habían recibido entrenamiento adicional en esa especialidad. Los entrevistadores conocían los resultados obtenidos en el CAR, por ambos grupos, ya que las entrevistas con víctimas de puntuación positiva hablan sido realizadas antes que las efectuadas con víctimas de resultado negativo. Las entrevistas del grupo CAR-positivo fueron hechas concomitantemente con la encuesta, pero las realizadas con el grupo CAR-negativo se efectuaron después, es decir, transcurrió un lapso aproximado de 10 semanas entre las encuestas y las entrevistas psiquiátricas.

La entrevista psiquiátrica se desarrolló teniendo en cuenta diversos factores como: circunstancias específicas de la catástrofe, entrenamiento de los clínicos y necesidad de obtener resultados generalizables. La demanda excesiva que pesó sobre los psiquiatras, para que brindaran servicios de salud mental a las víctimas, impidió que los profesionales recibieran capacitación formal en el uso de una entrevista psiquiátrica estandarizada. Estaban familiarizados con la historia médica utilizada diariamente en su servicio clínico, de suerte que se decidió emplearla para la entrevista psiquiátrica. La historia fue modificada para incluir preguntas relativas a la situación especifica en la tragedia y para recoger información sociodemográfica, antecedentes familiares y personales, personalidad premórbida, trastornos psiquiátricos anteriores, trastornos médicos pasados y presentes, atención de salud general y mental recibida, vivencias del desastre, trastornos emocionales corrientes y un examen del estado mental. Una vez completada la entrevista, el psiquiatra estableció su diagnóstico clínico.


Figura 1. Diseño de la investigación de Armero.

Sin embargo, para garantizar la estandarización y la generabilidad de los hallazgos se añadió una lista de síntomas(39) a la historia clínica, para que los diagnósticos psiquiátricos concordaran con los criterios de la tercera edición del Diagnostic and Statistic Manual of Mental Disorders (DSM-III) de la Asociación Psiquiátrica Estadounidense.(40) Se pidió a los clínicos que marcasen los síntomas identificados, los que fueron revisados por un evaluador independiente familiarizado con los criterios del DSM-III para generar diagnósticos en cada caso individual.

Se compararon las variables seleccionadas entre las víctimas entrevistadas con las de los damnificados no entrevistados, en cada grupo de resultados del CAR, para evaluar el posible impacto de las diferencias en esas variables. Se analizaron los diagnósticos psiquiátricos formulados por los clínicos según los criterios del DSM-III y se definieron criterios para corroborar casos confirmados. Finalmente, se compararon los casos confirmados y los resultados obtenidos con el CAR, para evaluar las características del instrumento en cuanto a identificación de víctimas con problemas emocionales.

Resultados

Ofrecemos a continuación los resultados obtenidos en las dos fases del estudio: la encuesta y la entrevista psiquiátrica.

Encuesta

Se ofrecen los resultados del análisis, en los cuadros 2 al 4. Las características sociodemográficas (cuadro 2) revelan que la mitad de la muestra estaba compuesta de varones, el 70% menores de 45 años. El 50% vivía con una compañera o cónyuge. Un tercio era analfabeto. Todos los sujetos eran de composición racial mixta.

Cuadro 2. Distribución (%) de características sociodemográficas seleccionadas y de las puntuaciones en el CAR de las víctimas del desastre de Armero encuestadas y disponibles para entrevista



Encuestadas (N = 200)

Disponibles para entrevista (N = 177)

Sexo

Masculino

53

48


Femenino

47

52

Edad (años)

18 - 44

70

68


45 - 64

22

23


65+

8

9

Estado civil

Soltero

20

20


Casado

13

14


Unión libre

45

43


Separado

8

9


Viudo

14

14

Si se incluyen los sujetos con resultado CAR-positivo solo por sus respuestas afirmativas a preguntas sobre epilepsia y alcohol, la prevalencia total de los problemas emocionales fue del 55%. Al excluir a esos sujetos, la prevalencia disminuyó a 45%. Cuando se compararon las puntuaciones promedio de los sujetos con resultados positivos o negativos en el CAR, se observó entre ellos una diferencia muy significativa. La puntuación promedio de la subescala neurótica para sujetos con resultado negativo fue de 3.46 ± 2.1, lo que representa casi un cuarto de la cifra promedio de los sujetos con resultado positivo en la misma subescala del instrumento (11.19 ± 3.5; p < 0.001).

Cuadro 3. Prevalencia de trastornos emocionales definidos por el CAR* por los síntomas neuróticos del CAR más frecuentes


¿Síntoma presente?




No



Con Trastorno

Con Trastorno


Síntomas mas frecuentes

N

emocional (%)

N

emocional (%)

p

¿Se siente nervioso, angustiado o preocupado?

163

63

37

24

<0.001

¿Se asusta con facilidad?

117

67

83

40

<0.001

¿Le dan muchos dolores de cabeza?

112

69

88

39

<0.001

* Cuestionario de Auto-Reportaje

En el cuadro 3 se indica que los problemas más frecuentes en la subescala neurótica del CAR fueron: sentirse nervioso, angustiado o preocupado (N = 163); asustarse con facilidad (N = 117), o sufrir mucho de cefalea (N = 112). Los síntomas que mejor predijeron el resultado positivo en el CAR (cuadro 4) fueron sentirse incapaz de ser útil en la vida (N = 31), estar cansado todo el tiempo (N = 42) y dificultad para pensar con claridad (N = 34).

La presencia de trastorno emocional indicada por el CAR se estudió con relación a variables personales seleccionadas, como son la vivencia de la tragedia, variables ambientales y quejas físicas y emocionales (cuadro 5). Dentro de las variables personales, sólo el vivir en soledad guardó relación de modo significativo con los problemas emocionales. Se observó una asociación coherente entre edad avanzada y educación limitada al obtener resultados CAR positivos con un significado estadístico "limítrofe".

Los diversos aspectos de la vivencia del desastre que intuitivamente podrían estar relacionados con el estado emocional de los damnificados no guardaron relación significativa con un incremento en los trastornos emocionales identificados por el CAR. Por ejemplo, presenciar horrores durante la tragedia; perder familiares; no tener idea del peligro inminente; no haber hecho planes en previsión del desastre; haber sido herido; no haberse recuperado todavía, y no haber brindado ayuda a otros, no fueron factores que predijeran problemas emocionales subsiguientes.

Cuadro 4. Prevalencia de trastorno emocional definido por el CAR* por los síntomas del CAR que más predicen un resultado positivo en el CAR


Síntomas presente?




No



Con Trastorno

Con Trastorno


Síntomas

N

emocional (%)

N

emocional (%)

p

¿Se siente incapaz de ser útil en la vida?

31

100

169

47

<0.001

¿Se siente cansado todo el tiempo?

42

95

155

44

<0.001

¿Tiene problemas para pensar con claridad?

34

91

164

48

< 0.001

* Cuestionario de Auto-Reportaje.

Diversas experiencias de orden corriente guardaban relación significativa con trastornos emocionales como: haber perdido el empleo; no percibir que otros trataban de ayudar; ignorar la fecha en que podría salir del campamento o albergue, o estar insatisfecho con las condiciones de la vivienda. Algunos problemas físicos también tuvieron relación significativa con un resultado CAR-positivo, a saber: dolor epigástrico, síntomas inespecíficos y quejas somáticas múltiples. Las víctimas que se quejaban de trastornos emocionales como depresión y problemas psicosomáticos tenían una mayor probabilidad de "obtener" un resultado CAR-positivo, como era de esperar.

Entrevista psiquiátrica

Las características sociodemográficas de la submuestra seleccionada para la entrevista (N = 177) se incluyen en el cuadro 2. No se observaron diferencias relevantes con respecto a la muestra original. Tampoco se observaron diferencias en el promedio de la puntuación de las subescalas neurótica y psicótica del CAR, para ambos grupos.

Se compararon los grupos entrevistado y no entrevistado para detectar diferencias importantes en la distribución de las variables que en la muestra original de 200 sujetos habían tenido una relación relevante con los trastornos emocionales, es decir, resultado promedio en el CAR, en las subescalas neurótica y psicótica; edad, sexo, educación, estado civil, ocupación presente, problemas físicos, contar con la ayuda de otros y saber en qué fecha se abandonaría el campamento o albergue. No se identificaron diferencias dignas de mención entre los sujetos con CAR-positivo (cuadro 6) entre los grupos entrevistado o no entrevistado, en ninguna de las variables seleccionadas. Entre los sujetos CAR-negativos, sin embargo (cuadro 7), se pudieron observar diferencias significativas entre los grupos entrevistado y no entrevistado, con una mayor proporción de mujeres y desempleados en el primer grupo. Entre ambos grupos, el resultado promedio en el CAR también fueron netamente distintos, siendo más elevado el promedio de la subescala neurótica en el grupo entrevistado.

Cuadro 5. Prevalencia de trastorno emocional definido por el CAR* por variables seleccionadas


¿Variable presente?



Si

No



Con Trastorno

Con Trastorno



N

emocional (%)

N

emocional (%)

p

I. Variables personales






Vivir solo

18

83.3

162

51.9

.03

Edad (años)






18-44

140

51.4




45-64

43

62.8

NA


~.06

65 +


17

70.6



Educación (años)






0

61

62.8




1-5

109

55.0



~.07

6+

30

43.3




II. Vivencia del desastre






Ver cosas terribles

184

54.9

14

57.1

NS

Perder familiar

157

56.1

42

52.4

NS

No tener idea del peligro

70

51.4

130

57.7

NS

Planes en previsión del desastre

24

54.2

175

55.4

NS

Haber sido herido

62

62.9

133

50.4

NS

Estar recuperado

40

57.5

25

76.0

NS

Ser de ayuda a otros

63

60.3

134

53.7

NS

III. Variables ambientales






Haber perdido empleo

52

75.4

76

50.0

<.003

Estar siendo ayudado

114

46.5

85

67.1

<.004

Saber la fecha para salir del albergue

83

45.8

105

62.9

<.02

Satisfecho con vivienda temporal

48

39.6

151

60.3

<.02

IV. Quejas físicas






Dolor epigástrico

13

92.3

187

52.9

< 0.2

Síntomas inespecíficos

29

72.4

171

52.6

<0.5

Número de quejas






0

84

45.2




1

72

59.7

NA


<.02

2

39

60.0




3

14

86.7




V. Quejas emocionales






Depresión

126

61.9

74

44.6

<.02

Problemas psicosomáticos

12

100.0

188

52.7

<.004

Problemas interpersonales

46

69.6

154

51.3

<.03

* Cuestionario de Auto-reportaje.

Cuadro 6. Características seleccionadas de las víctimas de Armero (%) con resultado positivo en el CAR* (IV = 90) por entrevista psiquiátrica



Cuestionario de Auto-Reportaje


Puntuación CAR promedio

Entrevistado (N = 70)

No entrevistado (N = 20)

p

Neurótico


11.41 ± 3.57

10.40 ± 3.20

N.S.

Psicótico


.77 ± .95

.65 ± .67

N.S.

Edad (años)

18-44

58.6

70.0

N.S.


45-64

27.1

25.0



65 +

14.3

5.0


Sexo

Masculino

38.6

60.0

N.S.


Femenino

61.4

40.0


Educación (años)

0

40.0

20.0



1-5

48.6

70.0

N.S.


6 +

11.4

10.0


Estado civil

Soltero

20.0

35.0



Casado

15.7

10.0



Unión libre

40.0

35.0

N.S.


Separado

11.4

5.0



Viudo

12.9

15.0


Ocupación corriente

Ninguna

75.7

70.0



Cualquiera

24.3

30.0


Problemas físicos

Si

55.9

41.5

N.S.


No

44.1

58.5


Personas que ayudan

Si

52.9

52.6

N.S.


No

47.1

47.4


Fecha para salir del albergue

Si

58.6

60.0

N.S.


No

41.4

40.0


Para estudiar la validez del CAR, se establecieron tres criterios para confirmar el caso psiquiátrico:

· Criterio I. El individuo tenía por lo menos un diagnóstico psiquiátrico emitido por el clínico y confirmado por los criterios establecidos en el DSM-III.

· Criterio II. El individuo tenía por lo menos un diagnóstico psiquiátrico emitido por el clínico, que podía o no quedar confirmado por los criterios establecidos en el DSM-III.

· Criterio III: El individuo tenía por lo menos un diagnóstico psiquiátrico según los criterios establecidos en el DSM-III, que podía o no haber sido confirmado por el clínico.

Cuadro 7. Características seleccionadas de las víctimas de Armero (%) con resultado negativo en el CAR* (N = 87) por entrevista psiquiátrica



Cuestionario de Auto-Reportaje


Puntaje CAR promedio

Entrevistado (N = 70)

No entrevistado (N = 20)

p

Neurótico


4.03 ± 2.01

2.85 ± 1.98

< 0.008

Edad (años)

18-44

70.6

79.2

N.S.


45-64

20.6

17.0



65 +

8.8

3.8


Sexo

Masculino

32.4

64.2

<0.004


Femenino

67.6

35.8


Educación (años)

0

32.4

22.6



1-5

52.9

54.7

N.S.


6 +

14.7

22.6


Estado civil

Soltero

8.8

20.8



Casado

8.8

17.0



Unión libre

50.0

45.3

N.S.


Separado

11.8

3.8



Viudo

20.6

13.2


Ocupación corriente

Ninguna

73.5

34.0

<0.001


Cualquiera

26.5

64.2


Problemas físicos

Si

55.9

41.5



No

44.1

58.5

N.S.

Personas que ayudan


64.7

69.8

N.S.


No

35.3

30.2


Pecha para salir del albergue


52.9

56.6

N.S.


No

47.1

43.4


* Cuestionario de Auto-Reportaje.

Tales criterios no se excluyen recíprocamente y cada uno presenta ventajas y desventajas. El criterio 1, que define casos del modo más restrictivo, incluye los que son diagnosticables definidamente pero puede fallar al querer identificar los que no concuerdan con los criterios establecidos en el DSM-III.

Dada la aplicabilidad incierta del DSM-III en América Latina(41) podrían perderse casos susceptibles de ser definidos localmente, y de este modo, "inflar" la tasa con negativos falsos, con lo cual podría privarse a los pacientes potenciales de los servicios que precisaban. Por otro lado, el criterio II incluye todos los casos que recibieron un diagnóstico clínico emitido por un psiquiatra, que comparte la misma cultura que la víctima, aún cuando el diagnóstico podía no corresponder con los criterios sustentados en el DSM-III. El criterio II se basa en factores que pueden ser idiosincráticos, y los diagnósticos normalmente se fundan en información recogida de modo no reproducible. Se puede así identificar más positivos falsos y, del mismo modo, inflar artificialmente la tasa de prevalencia y aumentar la demanda de servicios de salud mental, de forma que no correspondiera. El criterio III es el más estandarizado y duplicable para definir un caso. Sin embargo, en el presente estudio se excluyen los casos en los cuales la lista de síntomas del DSM-III no incluye la categoría diagnóstica (por ejemplo, trastornos de personalidad) o no comprende las variaciones culturales de la psicopatología.

La distribución diagnóstica para sujetos con resultado CAR-positivos y CAR-negativos, según los criterios mencionados, revela que en la mayoría de los sujetos se emitió más de un diagnóstico, establecido por el clínico, o según el DSM-III. Entre los sujetos CAR-positivos (cuadro 8) los diagnósticos más frecuentes fueron: síndrome de estrés postraumático, depresión mayor, trastorno por ansiedad generalizada, abuso del alcohol y fobias. Todos los demás diagnósticos fueron esporádicos. Entre los sujetos CAR-negativos se observó una distribución similar, es decir, con mayor frecuencia síndrome de estrés postraumático y depresión mayor. Sin embargo, la frecuencia de esos diagnósticos fue menor que la detectada entre las víctimas CAR-positivas.

El análisis de la validez del CAR, comparado con los criterios de la definición de casos (cuadro 10) indica que la sensibilidad y la capacidad de predecir un diagnóstico psiquiátrico guardan alta coherencia, independientemente del criterio usado para definir el caso. La tasa de casos negativos falsos más baja ocurre cuando el diagnóstico clínico se usa como criterio de validación.

Discusión

La interpretación de estos hallazgos queda limitada por las características mismas de la catástrofe, de la muestra y del proceso de entrevista psiquiátrica.

Características del desastre

Se sabe que las calamidades que destruyen la trama comunitaria están vinculadas con índices más elevados de morbilidad psiquiátrica que los desastres periféricos, cuando la comunidad como un todo no es afectada de modo significativo.(42) La catástrofe de Armero fue un desastre central de enorme magnitud, hecho que puede estar relacionado no sólo con la afta prevalencia de trastornos emocionales detectada en el curso de nuestra investigación, sino también con una pauta de síntomas psiquiátricos que faciliten su identificación mediante el instrumento empleado para la encuesta.(43) Los cataclismos de menor magnitud que sólo afectan a un grupo específico de la comunidad no resultan tan devastadores y, quizá no causen trastornos mentales tan duraderos ni tan intensos.

Cuadro 8. Distribución de los diagnósticos psiquiátricos de las víctimas del desastre de Armero con resultado positivo en el CAR* por diferentes criterios de definición de caso


Criterios para definición de caso

Diagnósticos

Ambos

Clínico

DSM-III

Síndrome postraumático

33

51

35

Depresión mayor

24

25

33

Trastorno de ansiedad generalizada

2

15

2

Abuso/dependencia del alcohol

4

8

4

Fobias

8

8

14

Factores psicológicos complicando enfermedad física

2

2

2

Trastorno bipolar atípico

1

-

-

Trastorno de somatización

-

4

1

Trastorno de pánico

1

2

1

Trastorno de adaptación

-

1

-

Trastorno conversivo

-

1

-

Trastorno disociativo

-

1

-

Demencia senil

-

1

-

Trastorno de personalidad




paranoide

-

1

-

esquizoide

-

1

-

inadecuada

-

1

-

Retraso mental "limítrofe"

-

1

-

Dependencia del tabaco

-

1

-

* Cuestionario de Auto-reportaje.
** Ambos - El diagnóstico hecho por el clínico fue confirmado por los criterios de la DSM-III (Criterio 1).
Clínico - El diagnóstico hecho por el clínico fue confirmado por los criterios de la DSM-III o no (Criterio 2).
DSM-III - El diagnóstico hecho según los criterios de la DSM-III fue confirmado por el clínico o no (Criterio 3).

Características de la muestra

La mayor parte de los sobrevivientes de Armero son individuos de un nivel socioeconómico bajo, ya que el alud se abatió sobre los sectores menos acaudalados de la ciudad, con la consiguiente tasa alta de mortalidad. Además, los sujetos encuestados fueron reclutados entre los sobrevivientes ubicados temporalmente en albergues y campamentos del área de desastre, es decir, no fueron representativos de toda la comunidad afectada. Por consiguiente, es posible que la prevalencia psiquiátrica identificada no hubiese sido tan elevada si la muestra escogida hubiera sido representativa de los damnificados de todos los estamentos socioeconómicos.(44) Ahora bien, ese tipo de víctimas socioeconómicamente pobres representan la población prioritaria a la que hay que brindar atención primaria de salud mental en los países en desarrollo, es decir, el grupo que nos interesa más especialmente con respecto a los objetivos a largo plazo del presente proyecto.

Cuadro 9. Distribución de los diagnósticos psiquiátricos de las víctimas del desastre de Armero con resultado negativo en el CAR* por diferentes criterios de definición del caso

Diagnósticos

Ambos

Clínico

DSM-III

Síndrome postraumático

5

12

5

Depresión mayor

1

1

1

Trastorno adaptativo

3

3

3

Trastorno de ansiedad generalizada

1

1

1

Trastorno disociativo

1

1

1

Abuso del alcohol

1

1

1

Fobias

-

1

-

* Cuestionario de Auto-reportaje.
** Ambos = El diagnóstico hecho por el clínico fue confirmado por los criterios de la DSM-III (Criterio 1).
Clínico = El diagnóstico hecho por el clínico fue confirmado por los criterios de la DSM-III o no (Criterio 2).
DSM-III - El diagnóstico hecho según los criterios de la DSM-III fue confirmado por el clínico o no (Criterio 3).

No pudimos encuestar a un grupo testigo (control) para verificar si la prevalencia del 55% de problemas emocionales que detectamos en nuestra muestra difiere significativamente de los niveles de trastornos emocionales observados en la población general no afectada. Sin embargo, el CAR ha sido utilizado en el estudio de la OMS por colaboración sobre "Estrategias para Extensión de los Servicios de Atención Primaria" en los países en desarrollo, que fue llevado a cabo en siete centros de atención primaria de salud, Colombia incluida.(45) Esta investigación indico tasas de prevalencia y trastornos emocionales entre pacientes adultos que frecuentaban los centros de atención primaria y no entre los sujetos de la comunidad, pero nos parece razonable suponer que la frecuencia de los trastornos emocionales será, en el mejor de los casos, la misma, y quizá más elevada en los servicios de salud, cuando se compara con la frecuencia de los trastornos observados en la comunidad. La prevalencia de los trastornos emocionales entre los pacientes que frecuentaban la clínica de atención primaria en los países estudiados por la OMS fue de 13.9%.(30) En el centro colombiano, la tasa observada fue de 10.8%. Nuestros hallazgos revelan una tasa de prevalencia en la comunidad cuatro veces mayor que la observada en los centros de atención primaria. Estas observaciones apoyan la hipótesis de que la alta tasa de prevalencia de trastornos psiquiátricos debe haber sido desencadenada directamente por el desastre, o indirectamente por las dificultades con que los damnificados tropezaron en el periodo ulterior al impacto.

Proceso de entrevistas psiquiátricas

Por principio de cuentas, los sujetos entrevistados no fueron seleccionados al azar entre los grupos CAR-positivos y CAR-negativos; este hecho puede haber ocasionado una representación desproporcionada de sujetos con o sin trastornos emocionales en cada grupo entrevistado. Sin embargo, entre los sujetos CAR-positivos, la comparación entre entrevistados y no entrevistados no reveló diferencias significativas (Cuadro 6). Entre las personas CAR-negativas, las diferencias observadas entre entrevistados y no entrevistados nos revelan una mayor proporción de mujeres, de desempleados, y de individuos con puntuación más elevada en la subescala neurótica del CAR (Cuadro 7). Esas variables, sin embargo, se vinculan con una mayor morbilidad psiquiátrica y tenderían a aumentar el número de negativos falsos detectados en la entrevista, cosa que pondría en tela de juicio la validez del CAR. Los psiquiatras que entrevistaron a los pacientes se percataron de la agrupación de los individuos, según los resultados del CAR. Por consiguiente, es posible que tal factor haya influido sistemáticamente en ellos, en el sentido de emitir más diagnósticos entre los sujetos CAR-positivos, y viceversa.

Sin embargo, los datos sugieren que esa influencia, si existió, fue mínima. En primer lugar, el CAR había sido aplicado por otros trabajadores en salud mental y los clínicos no tuvieron que "justificar" sus resultados. En segundo lugar, cuando se consideran los diagnósticos emitidos por los clínicos como criterio para la definición de casos, se observa una mayor proporción de casos diagnosticados entre las víctimas CAR-negativas (cuadro 10), lo que indica que los clínicos no habían sido influidos por el resultado de la encuesta. Además, por lo regular los clínicos confían más en sus propias habilidades para diagnosticar que en los resultados de un cuestionario experimental. Un último punto de preocupación es el lapso más extenso que transcurrió entre la encuesta inicial (CAR) y la entrevista psiquiátrica para los sujetos CAR-negativos, en comparación con los CAR-positivos Existe la posibilidad de que el propio tiempo transcurrido haya ocasionado una mejoría de la psicopatología transitoria que (no detectada por el instrumento), no obstante, hubiera estado presente inicialmente entre los individuos CAR-negativos, cosa que habría causado una reducción artificial en la tasa de negativos falsos. Ahora bien, como la encuesta fue llevada a cabo siete meses después de la catástrofe, la probabilidad de haber identificado psicopatología transitoria es mínima. Por otro lado, si los sujetos CAR-negativos desarrollaron trastornos emocionales durante el lapso transcurrido entre la encuesta y la entrevista psiquiátrica, este hecho aumentaría la tasa de negativos falsos y así disminuiría la validez del instrumento lo cual, de nuevo, iría en contra de nuestra hipótesis original.

Cuadro 10. Validez del CAR* al comparar diversos criterios de definición de caso de las víctimas de Armero que fueron entrevistadas (N = 104)




Características del CAR

Criterios para definición de caso

CAR + (N = 70)

CAR - (N = 34)

Sensibilidad

Especificidad

Valor Predictivo positivo

Criterio 1 Diagnóstico del clínico y de la DSM-III


53

8

0.87

0.60

0.75

No

17

26




Criterio 2 Diagnóstico del clínico


64

14

0.82

0.77

0.91

No

6

20




Criterio 3 Diagnóstico de la DSM-III


57

8

0.87

0.67

0.81

No

13

26




* Cuestionario de Auto-reportaje.

Conclusiones

Los hallazgos de nuestra investigación tienen consecuencias importantes en el desarrollo de servicios de atención primaria de salud mental para víctimas de desastres en América Latina.

1. Hubo una prevalencia muy elevada de trastornos emocionales identificados por el CAR. En esencia, una de cada dos víctimas adultas siete meses después de la tragedia, manifestaba síntomas en número e intensidad suficientes para ser identificados por el instrumento. En consecuencia, no se justifica afirmar que los problemas de naturaleza psicosocial causados por los desastres sean raros, transitorios o leves.(46) Por lo contrario, con base en nuestros hallazgos, podemos afirmar que, para las poblaciones marginadas de los países en desarrollo que sean víctimas de una catástrofe masiva, cabe anticipar una tasa de prevalencia muy elevada de la morbilidad psiquiátrica. Esta "epidemia de trastornos mentales" excederá los recursos del sector especializado en salud mental (los que, por lo común son limitados) pero, por su misma gravedad, tal "epidemia", cuando ocurre, necesita atención adecuada, oportuna y eficaz.

2. El CAR demostró tener validez adecuada para encuestar a víctimas de desastres. Su uso en otras situaciones catastróficas deberá ser estudiado con respecto a su generabilidad. De todos modos, su validez comprobada en situaciones corrientes en diversas partes del mundo y, ahora, en el desastre de Armero, indica que, con mucha probabilidad el instrumento es válido para encuestar a víctimas de catástrofes ocurridas en países en desarrollo.

3. Los sujetos CAR-negativos tuvieron una puntuación promedio en la subescala neurótica muy apartada del correspondiente a los CAR-positivos: ello indica que la pauta de respuesta emocional de las víctimas, medio año después de una tragedia como la de Armero, se manifiesta de dos maneras básicas: síntomas intensos y múltiples o ausencia de síntomas, sea por la presencia de factores protectores (como la estructura de personalidad anterior al desastre, o el nivel de apoyo recibido luego de ocurrido), sea por una negación masiva de los problemas emocionales.

4. Los síntomas psiquiátricos más observados no fueron los que más predijeron la aparición de un trastorno emocional, según el CAR (cuadro 3). Por otro lado, los síntomas que mejor predijeron la presencia de un trastorno emocional según el CAR no fueron los más frecuentes (cuadro 4). Es decir, el TAP deberá prestar mucha atención a ciertos síntomas que, siendo relativamente raros, cuando aparecen indican alta probabilidad de trastorno emocional. Por consiguiente, es necesario que él esté especialmente capacitado para identificar esos síntomas.

5. Hay que considerar ciertos aspectos ambientales cuando se ofrece vivienda de emergencia a los damnificados Por ejemplo, fijar una fecha especifica para abandonar el campamento temporal y trasladarse a una vivienda permanente parece ser un factor de protección importante. Además, los servicios gubernamentales encargados de las víctimas deberán esforzarse por informarles todo cuanto se está haciendo para ayudarlas.

6. Los trastornos emocionales identificados por el CAR correspondieron a diagnósticos psiquiátricos definidos, según los criterios de los clínicos y del DSM-III. Este hallazgo indica que los servicios de salud mental brindados a las víctimas por intermedio del TAP no deben limitarse a enfocar tan sólo trastornos emocionales inespecíficos, sino también cuadros psiquiátricos clínicos bien definidos. Los diagnósticos psiquiátricos más frecuentes entre las víctimas de Armero fueron: síndrome de estrés postraumático, depresión mayor y trastorno por ansiedad generalizada. Puede cuestionarse si estos trastornos serán también los que más ocurran entre víctimas de otros desastres. No obstante, estudios anteriores han demostrado que la ansiedad y la depresión configuran las características principales de la psicopatología de los desastres.(47,48)

Nuestros hallazgos indican que, debido a lo limitado de los recursos en el periodo posdesastre, la capacitación del TAP en la prestación de servicios de salud mental a las víctimas deberá enfocarse a la detección y la corrección de esos cuadros que son los más comunes y, clínicamente, los de mayor relevancia. La capacitación del TAP no deberá incluir todos los trastornos presentes en situaciones clínicas habituales, como psicosis agudas y crónicas, síndromes orgánicos, retraso mental, epilepsia o paciente con síntomas múltiples.(49,51)

Si las catástrofes aumentan el volumen de morbilidad psiquiátrica, también disminuyen la diversidad de los cuadros patológicos, cosa que facilita el proceso de capacitación del TAP. Esta experiencia ha sido utilizada para elaborar el "Manual para el Trabajador de Atención Primaria de Salud Mental para Víctimas de Desastres",(52) que ha sido utilizado con buen éxito en Colombia y Ecuador.

Las próximas etapas de nuestro proyecto de investigación incluyen evaluar el impacto de esa capacitación en la detección y manejo de problemas de salud mental por parte del TAP y el efecto que el trabajo del TAP, capacitado en salud mental, pueda tener en la mejora de la problemática emocional de las víctimas. Nuestras conclusiones constituyen un aporte empírico importante, capaz de movilizar los recursos necesarios para lograr tal objetivo, ya que revelan un incremento muy importante en la morbilidad psiquiátrica entre víctimas de calamidades, comprueban la validez del CAR como instrumento sencillo, sensible y especifico para la identificación de víctimas con problemas emocionales, e indican las pautas de morbilidad que deberán guiar los esfuerzos tendientes a capacitar al TAP para que brinde eficiente atención de salud mental a las víctimas de desastres.

Este trabajo ha sido realizado con los auspicios parciales de las Escuelas de Medicina de la Universidad Javeriana (Bogotá, Colombia) y Johns Hopkins (Baltimore, Estados Unidos de Norteamérica); la División de Salud Mental del Ministerio de Salud de Colombia y la Seccional de Salud del Tolima; la Organización Panamericana de la Salud, y el Natural Hazards Research and Applications Information Center de la Universidad de Colorado, Estados Unidos de Norteamérica.

Trabajo publicado originalmente en Acta Psiquiátrica y Psicológica de América Latina 34:13-32, 1988, y reproducido aquí con el permiso del editor.

Agradecimientos

Al Dr. Horacio Taborda, jefe del Departamento de Psiquiatría de la Universidad Javeriana; al Dr. Paul R. McHugh, jefe del Departamento de Psiquiatría de la Universidad Johns Hopkins; y al Dr. William R. Breakey, director del Programa de Psiquiatría Comunitaria de la Universidad Johns Hopkins, por el apoyo brindado durante la ejecución de este proyecto.

Al Dr. René González, ex-Asesor Regional en Salud Mental de la Organización Panamericana de la Salud, y a la Dra. Mary Lystad, jefa del Servicio de Emergencia del Instituto Nacional de Salud Mental de los Estados Unidos, por impulsar el desarrollo de esta investigación.

A los Dres. Leopoldo Domínguez de la Ossa, Guillermo Giraldo, Lucio González Orlando Mejía, Tulio Marino Paz, Francisco Ruiz y Alicia Trujillo, residentes del Departamento de Psiquiatría de la Universidad Javeriana, y al Dr. Fernando Guzmán, director del desaparecido Hospital Mental Isabel Ferro de Buendía, Armero, por la conducción de las entrevistas psiquiátricas.

A Daissy Aguirre Cardenas, Sara Alicia Arias de Rodríguez, Evelia Mondragón, Gloria Amparo Montenegro y Luz Mireya Santamaría, por la encuesta de las víctimas en los campamentos y centros de salud.

Al personal profesional de los centros de salud de Lérida y Guayabal, por su entusiasta participación en esta investigación.

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8. Experiencia de profesionales de salud mental en el diagnostico y tratamiento de los efectos psicológicos en un desastre: el caso de Armero, Colombia

Hernán Santa Cruz Oleas
Julio A. Lozano Guillén

Introducción

El presente trabajo describe la experiencia de los profesionales en salud mental, en el tratamiento inmediato y a largo plazo (dos años) de las secuelas psicológicas del desastre de Armero el 13 de noviembre de 1985,(1) tragedia de características muy especiales, dado que entrañó para los supervivientes la pérdida de familiares, de propiedades y de todo el entorno físico urbano en el que vivían, simultáneamente con la destrucción de las redes de soporte social y comunitario, y de muchos puntos de referencia culturales.(2)

Además, dicho desastre ocurrió en un país sudamericano, en un área de cultivos intensivos habitada por personas que obtenían sus ingresos de la agricultura y de la prestación de servicios a ella, que también fue destruida en una gran extensión. La religión predominante en la zona es la católica.

La avalancha de lodo, ceniza volcánica, piedras y nieve derretida destruyó casi totalmente el casco urbano, y la mayoría de las personas que sobrevivieron, cuyo número se calcula entre 4000 y 8000, pertenecían a grupos, socioeconómicos bajos. (3)

Efectos psicológicos inmediatos posdesastre

En los días siguientes al desastre, los pacientes presentaban las características del "Trastorno por Estrés Postraumático Agudo": sentimientos de lejanía y extrañeza frente a los demás; disminución notable del interés por actividades que habían sido importantes para el sujeto; sentimientos y vivencias súbitos de que el hecho traumático acaeciera nuevamente, por lo común en conexión con algún estimulo ambiental que lo evocara; alarma exagerada; insomnio; sentimientos de culpa por sobrevivir o por la conducta que condujo a la supervivencia; hipomnesia e hipoprosexia, etcétera.

En las primeras 72 horas, los damnificados estuvieron indiferentes, bradipsíquicos, con escaso contacto emocional y apáticos, y en los días subsiguientes fue evidente la negación que se expresó con frecuencia por la exageración, a veces absoluta, de su comportamiento en el momento de la catástrofe: las acciones valerosas o heroicas que el sujeto llevó a cabo para salvarse o intentar salvar a otros; la resistencia que mostró frente al dolor físico provocado por fracturas, quemaduras o heridas, etc. La posibilidad de aprovechar ese material para iniciar la "elaboración" del duelo en el marco de una psicoterapia breve, que sigue los fundamentos teóricos psicodinámicos y que pretende mostrar la realidad de las pérdidas, fue eficaz incluso en pacientes con graves lesiones físicas, como lo han demostrado Vengoechea y col.(1) En el trabajo mencionado, la búsqueda de la catarsis y el uso concomitante de antidepresivos tricíclicos fue muy útil.

En la corrección de los problemas del sueño, las reacciones de la hiperalarma y la hipoprosexia, hiponexia y bradipsiquia como elementos nucleares del desorden cognoscitivo coexistente, fueron muy útiles las fenotiacinas sedantes de cadena lateral alifática (clorpromacina, 10 a 50 mg/12 horas; levomepromacina, 10 a 20 mg/8-12 horas) en pacientes en quienes la medicación anterior no habla sido plenamente eficaz, se agregaron antidepresivos tricíclicos del subgrupo del dibenzocicloheptano, con excelentes resultados. El tratamiento del insomnio fue un problema grave y que merece consideración aparte, pues en algunos supervivientes fue de muy difícil control, ya que no se conseguía un lapso normal de sueño con dosis altas de fenotiacínicos ni de benzodiacepínicos. El insomnio desapareció llamativamente cuando el paciente pudo obtener compañía de algún familiar que durmiera en su misma habitación o incluso en la misma cama. Puede comprenderse tal situación como consecuencia de satisfacción de necesidades regresivas que aparecen como defensa frente al peligro evocado constantemente y la sensación de riesgo más elevada en las horas de la noche, dado que la tragedia ocurrió a las 23 horas. En las semanas siguientes e incluso varios meses después, pudimos observar que el insomnio era el elemento que determinaba una conducta grupal en los campamentos de refugiados: la gente no dormía y se reunía alrededor de mesas en las que se jugaba dominó o parchís hasta la madrugada. Las conversaciones en esos grupos sobre lo perdido no eran fácilmente admitidas, y el consumo de alcohol era frecuente.

Efectos psicológicos a mediano plazo con sus posibles causas

La elaboración y resolución del duelo, siguiendo las fases características conocidas, en muchos supervivientes se toparon con dificultades serias, lo cual ha hecho que un número importante de ellos presente un cuadro compatible con el Trastorno por Estrés Postraumático Crónico o Tardío, que en muchos llega a tener características próximas al Trastorno Depresivo Mayor y al Trastorno por Ansiedad Generalizada. Pensamos que en ello contribuyen varios factores que describiremos y comentaremos a continuación:

· La imposibilidad de recuperar los cadáveres de los fallecidos que en su inmensa mayoría fueron arrastrados a gran distancia y sepultados por toneladas de arena y escombros, impidió la realización de las ceremonias habituales en nuestra cultura, y en particular la celebración de los ritos religiosos funerarios, que tienen gran arraigo y contribuyen a la "elaboración" inicial del duelo, e hizo que muchos meses después los familiares estuvieran ilusionados por informes o rumores de que el desaparecido había sido visto en zonas cercanas o distantes vagabundeando, perdido "loco"; cada una de esas informaciones falsas despertaba nuevas esperanzas seguidas siempre por nuevas decepciones. Dos años después de la tragedia el encuentro de cadáveres cuya identificación ha sido posible, ha movilizado a otras familias que acuden a buscar todavía los restos de sus deudos, para efectuar los ritos culturales y religiosos acostumbrados.

En los lugares en donde estuvieron las casas de la población y que ahora pueden ubicarse con mayor facilidad que en los meses inmediatos al desastre, se colocaron lápidas mortuorias con los nombres de los fallecidos ante las cuales los parientes depositan flores y rezan sus oraciones. Así se constituyeron en una tumba simbólica sobre la que la familia superviviente puede tardíamente hacer un simulacro de las actividades evocativas habituales.

· Desde los primeros trabajos freudianos,(4) todas las investigaciones sobre la evolución del duelo hacen referencia a pérdidas únicas o múltiples de seres queridos; en este caso, como señalamos, algunos perdieron toda la familia, amigos, bienes y toda la red de soporte y referencia sociocultural. Es un duelo múltiple que incluye la desaparición hasta del entorno físico en que los damnificados crecieron y vivieron. Algunos de ellos, además tuvieron que asimilar pérdidas anatómicas o funcionales de gravedad variable en su propio cuerpo.

· Un factor que a nuestro juicio agravó enormemente la situación psicológica de los sobrevivientes fue que para los más pobres, que eran la mayoría, la permanencia en campamentos y albergues improvisados se prolongó por más de un año, y unos pocos todavía continúan en esa situación.(5) La incertidumbre respecto a futura vivienda, la falta de trabajo y la soledad de muchos bloqueó la recuperación que se hubiera facilitado por la creación de nuevos intereses y vínculos afectivos.

· Los damnificados recibieron ayuda económica por parte de una entidad oficial creada por el gobierno para atender las consecuencias del desastre, situación que se prolongó por un año; ello fomentó una situación de ocio y dependencia, disminuyó la posibilidad de acudir al trabajo que sabemos tiene efectos terapéuticos "per se", y generó la afirmación y expresión de rasgos de personalidad pasivo-dependientes, dato que parece concordar con lo señalado en el trabajo de Vengoechea y col. ya mencionado, que fue el tipo de personalidad patológica más común (40%) en la muestra de supervivientes por él estudiada.

· Luego de la erupción del 13 de noviembre de 1985, la actividad volcánica continuó y continúa hasta ahora; ello ha causado frecuentes alarmas y no ha desaparecido del todo la amenaza de nuevos episodios destructivos; por tal motivo, los sobrevivientes que habitan los pueblos cercanos al área de desastre continúan bajo el efecto del miedo y la expectativa ansiosa.

· Se observó, pocas semanas después del desastre, un incremento en el consumo de alcohol y más tarde también de mariguana y pasta básica de cocaína fumada (Besuco), situaciones que por ser consecuencia del trastorno postraumático, contribuyen a impedir la "elaboración" del duelo y agravan aún más la desorganización social.

· Cuando ocurre una pérdida afectiva mayor, la cultura provee una serie de mecanismos y personas (médicos, sacerdotes, etc.) que ayudan a la elaboración del duelo. En el caso de la tragedia de Armero, esos mecanismos y personas desaparecieron, y las ayudas externas, bienintencionadas desde luego, no suplieron al conjunto sociocultural original perdido.

Por todos los puntos señalados, pensamos que una experiencia traumática como la descrita es de elaboración difícil y larga, y en algunos casos, imposible. Nuestra experiencia en pacientes sometidos a psicoterapia prolongada, nos muestra que logran un aparente bienestar; trabajan, reanudan relaciones significativas con objetos sustitutivos de los perdidos; recuperan el sueño, se espacian y desaparecen las pesadillas evocadoras de la tragedia, y en fin, están asintomáticos. Inesperadamente, un recuerdo cualquiera, como una fotografía o un objeto, desencadenan crisis de llanto, dolor y reagudización de los sentimientos de pérdida, con una predisposición a que se repitan los sentimientos ocurridos pocas semanas después de ocurrida la tragedia; tales episodios sorprenden al mismo paciente, que los vive como extraños e incomprensibles. Parecería como si el duelo, en vez de elaborarse totalmente, se "enquistara" y estuviera latente, dispuesto a emerger a la conciencia súbitamente y con intensidad no aplacada, si bien la duración de tales episodios suele ser breve.

Efectos tardíos

La gravedad del trauma psíquico y las circunstancias ulteriores desfavorables han causado reacciones postraumáticas prolongadas que pueden entenderse como duelos patológicos y complicados, suficientes para ser calificados incluso como trastornos depresivos mayores(6) que, por otra parte, no siempre fueron diagnosticados con exactitud por el personal de atención primaria.(7) Los afectados no buscan ayuda por razones socioculturales, por los prejuicios respecto a solicitar consulta psiquiátrica, y por la naturaleza depresiva de muchos de estos cuadros clínicos.

La consecuencia más notable de todo ello es el elevado número de suicidios entre los sobrevivientes, que se fueron sucediendo después del primer año de la tragedia. Es posible que esta cifra sea más elevada, dado que el suicidio tiende a ser ocultado o disfrazado como accidente.

Otra complicación evidente es el abuso de alcohol y otras sustancias (mariguana; "Basuco"), como se ha descrito, aunque hay que aclarar que el consumo de alcohol es común en este ámbito cultural.

El tercer grupo de complicaciones importantes fueron los trastornos psicosomáticos, que surgieron con elevada frecuencia desde poco después del acontecimiento traumático y que han persistido hasta la actualidad. Las perturbaciones psicosomáticas más comunes fueron referidas a los aparatos cardiovascular, gastrointestinal y osteomuscular, en orden decreciente.

Conclusiones

1. Un desastre de la magnitud descrita causa pérdidas múltiples que muy difícilmente pueden ser "elaboradas" aún a largo plazo. El Trastorno de Estrés Postraumático Crónico y Grave es la secuela más frecuente (55% de los sobrevivientes).

2. La pérdida de las redes de sustentación sociofamiliar complica la recuperación y la elaboración del duelo.

3. Un factor muy importante en la gravedad y duración de las secuelas psicopatológicas es la pérdida de bienes incluso del entorno urbano y la tierra cultivable, en gran extensión.

4. El desempleo y la desocupación, estimulados por la destrucción de las fuentes de trabajo y por el auxilio en dinero recibido por los damnificados, parecen ser otro obstáculo para la rehabilitación de las víctimas.

5. La imposibilidad de recuperar los cadáveres parece ser un factor muy importante que bloquea la "elaboración" normal del duelo.

6. En las víctimas del Trastorno por Estrés Postraumático Agudo, la utilización de sedantes fenotiacínicos y antidepresivos tricíclicos es útil, en particular para mejorar los concomitantes cognoscitivos del cuadro clínico.

7. Es muy útil utilizar psicoterapia breve e intensiva, la cual permite la catarsis y fortalece los mecanismos defensivos del yo.

8. Las condiciones de vida y características socioculturales y económicas precarias de la población afectada, previas a la tragedia, seguramente contribuyeron a la gravedad, intensidad y duración de los efectos psicopatológicos del desastre.

9. Los trabajadores de atención primaria en salud deben ser capacitados para optimizar sus capacidades diagnósticas en el área de salud mental.

10. En un grupo numeroso de pacientes se suele observar que el duelo no elaborado sufre una especie de "enquistamiento" que, si bien permite al paciente una recuperación satisfactoria aparente, podría ser causa de enfermedad psicosomática o explicar suicidios de personas que estaban supuestamente bien.

Referencias

1. Gueri M, Pérez LJ: Medical aspects of the "El Ruiz" avalanche disaster, Colombia. Disasters 10:150-157, 1986.

2. Lima BR: Asesoría en salud mental a raíz del desastre de Armero en Colombia, Bol Of Sanit Panam 101:678-683.

3. Organización Panamericana de la Salud: Erupción volcánica, 1985 - Colombia. Crónica de Desastres 4. Washington, D.C., Organización Panamericana de la Salud, 1988.

4. Vengoechea J: La atención psiquíatrica para las víctimas de desastres con lesión física. Editado por Lima B, Gaviria M. Chicago, Programa de Cooperación Internacional en Salud Mental "Simón Bolívar", 1989.

4. Carr AC: Grief, mourning, and bereavement, en Comprehensive Textbook of Psychiatry/IV. Editado por Kaplan Hl. Sadick BJ, Baltimore, Williams & Wilkins, 1985.

5. Bolin R: Disasters and social support, en Disasters and mental health: Selected contemporary perspectivas. Editado por Sowder B, Washington, D. C. DHHS Publication No. 85-1421, 1985.

6. Lima BR, Santacruz H, Lozano J, et al: La atención primaria en salud mental para víctimas de desastres: Armero, Colombia. Acta Psiq Psicol Am Lat 34:13-32, 1988.

7. Lima BR, Pompei MS, Santacruz H, et al: La detección de problemas emocionales por el trabajador de atención primaria en situaciones de desastre. Experiencia en Armero, Colombia. Salud Mental, 12:6-14, 1989.

9. La atención psiquiátrica de las víctimas de desastres con lesión física (intervención en crisis)

Jaime Vengoechea Oquendo

Introducción

La asistencia a pacientes de la tragedia de Armero, Colombia, ocurrida el 13 de noviembre de 1985, que tenían múltiples lesiones físicas, constituyó una importante experiencia clínica en el cuidado de la situación emocional y de las lesiones físicas, desde un punto de vista integrado. Nuestro trabajo, publicado en 1986(1) recogió la experiencia de ese tipo, y fue la única investigación realizada y publicada sobre la atención inmediata, particularmente de pacientes medicoquirúrgicos que habían sufrido politraumatismos y requerían hospitalización La permanencia mínima en el hospital fue, en promedio, 4.13 semanas por paciente, lapso que nos permitió realizar un análisis clínico y dinámico de 64 personas que fueron atendidas en etapas de crisis. Nuestro estudio se orientó a la casuística de 150 heridos, atendidos en el Hospital de la Samaritana de Bogotá, Colombia, que representaron el 3% del total de los lesionados en la tragedia de Armero (5000 heridos), para centrarse después en el estudio de una muestra de 64 individuos seleccionados. Gracias a tal arreglo, pudimos investigar la fisiopatología de la fase de impacto, las lesiones físicas y su vivencia, el estudio psicodinámico longitudinal y biográfico de cada uno de ellos, y su repercusión en la enfermedad actual. Se aplicó un modelo de atención psicoterapéutica y psicofarmacológica de 100% en lo primero, y 80% en lo segundo, que constituyó un tratamiento mixto cuyos resultados fueron significativamente eficaces o satisfactorios, y con él se consiguió mejoría muy notoria en 82% de las víctimas. En el mencionado estudio se analizaron, además, los mecanismos de defensa más utilizados en las fases de amenaza, impacto y recuperación temprana, y subclínica concomitante. Como se señaló, se estudiaron las lesiones físicas y las vivencias concurrentes que fueron objeto de medidas terapéuticas. De esa manera, se incluyeron en el análisis todos los aspectos de atención médica y quirúrgica, inseparables en el campo psicosomático. Estos elementos y otros de mucha importancia clínica y terapéutica fueron susceptibles de análisis, y la experiencia obtenido constituye la base de esta publicación. Más adelante serán motivo de consideración en las recomendaciones que el presente articulo hace.

Consideraciones teóricas

La necesidad de planificar, crear y ofrecer ayuda a las víctimas de desastres ha despertado mucho interés en el estudio de las consecuencias de las catástrofes en la salud física y mental.(2) En América Latina, continente con áreas consideradas como del Tercer Mundo, los desastres son frecuentes, por la falta de previsión, por ignorancia, pobreza de recursos económicos y técnicos, etc. En ella los resultados de la atención de salud son caóticos, pues guardan proporción con el grado de subdesarrollo. Dentro de este criterio, la presente publicación propone una serie de recomendaciones dentro de los intentos de planificar, crear y ofrecer ayuda a los pacientes de desastres naturales o provocados, que han sufrido lesión física. Tales recomendaciones pueden ser útiles en cualquier ámbito, en especial si se adecúan a la experiencia latinoamericana.

Una de las consecuencias del síndrome de estrés pos traumático es la psicopatología que surge a mediano y largo plazo en las víctimas (y sus familiares) como son: alcoholismo, depresión y cuadros de ansiedad, entre otros, los cuales pueden alcanzar una frecuencia de 66%, y la persistencia de un trastorno psiquiátrico, muchas veces por largo tiempo, con una morbilidad considerable, hospitalizaciones, pérdida del trabajo y rotura de las relaciones interpersonales.(3) De ahí la importancia de emprender la atención psicoterapéutica temprana de carácter preventivo, de preferencia en la misma crisis. En el caso de pacientes medicoquirúrgicos, están por un lado el damnificado, y por otro, la víctima con importantes lesiones físicas, y las vivencias psicológicas concomitantes que exigen una intervención temprana. En las personas que sufren pérdidas anatómicas, sensoriales, de tejidos o de miembros, además del estrés postraumático, quedan secuelas físicas que requieren de rehabilitación temprana, ya que las consecuencias psicosociales se agravan por pérdidas físicas y laborales ulteriores. Se sabe, además, que dos a cuatro años después de una tragedia aumenta el número de neurosis y psicosis, con un incremento notorio de ingresos a los hospitales psiquiátricos de las ciudades, especialmente la capital.(4) De esa manera, las secuelas sociales se constituyen en un segundo desastre, y en ellas es necesario considerar al minusválido físico y psicológico, lo cual refuerza la necesidad de la intervención en crisis. Otra de las consecuencias frecuentes son los divorcios, propensión inconsciente a accidentes, toxicomanías, enfermedades psicosomáticas y otras alteraciones mentales que aumentan ostensiblemente después de un desastre natural. En las catástrofes, las características particulares de la idiosincrasia latinoamericana y el tipo de tragedia que genera las particularidades clínicas y la fisiopatología de cada una de ellas, imprimen un sello característico a la víctima con secuelas orgánicas. Es obvia la importancia de la rehabilitación temprana en cada caso.

Consideraciones prácticas

En circunstancias ideales, la asistencia psiquiátrica inmediata del paciente con lesiones medicoquirúrgicas, víctima de accidentes debería orientarse hacia las zonas de catástrofe, en el momento de selección y evacuación de damnificados. Sin embargo, sabemos que esta función la desempeñan fundamentalmente los socorristas y personas especializadas en salvamento, y si el médico psiquiatra no estuviese preparado para dicha labor, como resultado habría que recomendar a todas esas personas expertas en salvamento que permanezcan en una situación de alerta no sólo para atender al lesionado físico y clasificarlo, sino también para que procuren apoyo psicológico inmediato en la medida de sus posibilidades, sin limitarse en cada caso al aspecto físico solamente. El médico psiquiatra debe ser parte de un equipo multidisciplinario cuya intervención le permita llegar hasta campamentos y refugios en donde se hayan evacuado primariamente a las víctimas, y poner en práctica sus conocimientos psicoterapéuticos y psicofarmacológicos para atender todos los aspectos del dolor psicológico y físico; del mismo modo, prestará atención inmediata y formará parte de un "equipo" médico con el cual combine o intercambie criterios psicoterapéuticos con otros facultativos en las áreas de cirugía, medicina interna y otras más. Se trata de un modelo de interconsulta directa y no buscada, ya que en la práctica todas las víctimas de desastres tienen lesiones psíquicas y físicas de diversa magnitud.

La fase más clara de la intervención psiquiátrica abarca el momento en que los pacientes son evacuados a establecimientos centrales, en las ciudades o capitales donde se dispone de mayores recursos, como es el caso de las instituciones hospitalarias y clínicas que poseen elementos técnicos y personal especializado para un nivel alto de atención médica, quirúrgica y paramédica. Este es el momento en que las instituciones se llenan de personas con lesiones médicas físicas, y el jefe de psiquiatría debe integrar un "equipo" humano orientado a la atención de la salud mental. Es importante integrar en el trabajo multidisciplinario a psiquiatras, residentes de psiquiatría, psicólogos, enfermeras psiquiátricas y trabajadoras sociales y terapeutas ocupacionales. Ante la escasez de psicoterapeutas, los estudiantes de medicina que pasan por rotación por el servicio de psiquiatría deberán ser integrados en esa labor, pues con ellos se han obtenido resultados positivos, en nuestra experiencia. Se deben asignar pacientes a cada miembro de ese equipo para llevar a cabo la atención psicoterapéutica. El médico psiquiatra como coordinador del equipo multidisciplinario, hará frecuentes reuniones con su grupo para discutir las conductas en cada caso, psicoterapéuticas y psicofarmacológicas, en un modelo estricto de supervisión de casos que, además, incluirá rondas diarias para revisión de los enfermos encamados, y distintos servicios medicoquirúrgicos de la institución. El coordinador mencionado y el equipo multidisciplinario en salud mental buscarán estrechar lazos de trabajo y comunicación con todas las especialidades de las demás áreas médicas; para ello, discutirán activamente con dichos especialistas las conductas a seguir; recibirán de ellos las explicaciones médicas, farmacológicas o quirúrgicas, uso de antibióticos, etc. El psiquiatra, a su vez, debe comunicar el plan que intenta formular desde el punto de vista emocional, en sus aspectos psicoterapéuticos y psicofarmacológicos. Conviene comentar las interacciones farmacológicas que hay que evitar, los mitos sobre la medicación psicofarmacológica, y la fase psicológica por la que cursa el paciente, todo ello dentro de un marco de verdadera colaboración profesional e institucional. Las enfermeras ocupan un lugar especial en esa comunicación, pues de ellas depende el cumplimiento de esquemas terapéuticos, y como hecho muy importante, pasan más tiempo con el paciente y en contacto con su dolor psicológico y físico.

El paso a seguir, paralelo al anterior, consiste en la aplicación de una historia clínica psiquiátrica completa orientada hacia el problema Deben elaborarse cuadros específicos para la vigilancia diaria y semanal de la hospitalización, para así evaluar y controlar los resultados de la evolución y de la terapéutica

Cohen(5) ha propuesto una estratificación de las fases clínicas por las cuales pasa la víctima de un desastre, y éstas se analizan desde el punto de vista biológico, psicológico, interpersonal y social. Son: 1) amenaza; 2) choque; 3) readaptación, y 4) secuelas. En los pacientes con lesiones físicas y mentales nos interesa especialmente la fase de readaptación (que he llamado de recuperación temprana) en las primeras semanas de hospitalización, especialmente desde los puntos de vista biológico y psicológico, aunque en el proceso terapéutico se tengan en cuenta para la catarsis y la elaboración del duelo, las vivencias de la fase de amenaza y de choque o impacto, al igual que el entorno interpersonal y social. De esta manera se deben estudiar exhaustivamente todos los aspectos clínicos, dinámicos y fisiopatológicos de la fase de impacto, y la influencia de la fase de amenaza, en la etapa de atención y recuperación temprana. Es necesario valorar las lesiones físicas y su vivencia, y se emprenderá el análisis psicodinámico longitudinal y biográfico de cada individuo. La personalidad previa, las experiencias perturbadoras del pasado y la repercusión en la enfermedad actual, son criterios de estudio fundamental antes de la terapéutica.

Al mismo tiempo que se estudian las lesiones físicas y las vivencias concomitantes que son objeto de terapéutica, se discute interdisciplinariamente con los demás especialistas el uso de psicofármacos, con particular consideración al trastorno cognoscitivo, el embotamiento afectivo, la anhedonia y la depresión resultante, así como el alivio del dolor físico, la ansiedad, los trastornos del sueño, insomnio y pesadillas, etc. Paralelamente se analizarán los mecanismos de defensa que utiliza cada paciente en la fase de atención y recuperación temprana, y su relación con las etapas anteriores, las expectativas de la víctima y su camino hacia la recuperación. De esa manera se fusionan todos los aspectos de la atención médica, quirúrgica y psiquiátrica, inseparables en el campo psicosomático.

Consideraciones de mayor especialización

En el aspecto neurofisiológico se deben estudiar todos los factores que intervienen en el trastorno cognoscitivo de la fase de impacto, ya que según sea el tipo de calamidad, muchos pacientes tienen tal síndrome en el momento de la hospitalización, como ocurrió con los heridos de la tragedia de Armero, en quienes pudimos observarlo en todos los casos. El síndrome cognoscitivo se define como el fenómeno de perplejidad y confusión debido al impacto sensorial tremendo que ocurre durante la fase de choque del desastre. Los pacientes muestran embotamiento de sus funciones cognoscitiva y afectiva, perplejidad, anhedonia e inclusive catatonia. En esta fase de impacto ocurren fenómenos biológicos y psicológicos: los neurotransmisores cerebrales son afectados ante la inminencia de la muerte; la estimulación sensorial excesiva para el organismo vivo se convierte en una experiencia que puede causar alteraciones neuroquímicas cerebrales. En los pacientes de Armero el impacto original incluyó factores traumáticos de índole física y psicológica extraordinaria. La lista de ellos comprende: en la esfera sensorial, el impacto múltiple que abarcó, en el aspecto auditivo, explosiones, gritos, voces de auxilio, lamentos, un ruido estruendoso nunca escuchado. En el visual, la imagen terrorífica de la avalancha del Nevado de Ruiz y el desbordamiento del río Lagunilla, oscuridad, arrastramiento de enseres, casas y seres humanos. En lo olfatorio, la presencia de un olor fétido y nauseabundo, que en el gustativo equivalió a la ingestión de lodo volcánico. En el auditivo, el impacto de la onda sonora explosiva y en el táctil la onda hídrica, al igual que la sensación quemante del barro caliente, sensación de aplastamiento, cortaduras y anestesia ulterior; en el vestibular, la corriente ondulante que los arrastraba (los pacientes decían: "nos hundía y sacaba, como una licuadora"). En lo sensorial y visceral, sensación de ahogo, dolor visceral, descarga del sistema nervioso autónomo, etc. Junto con todos los factores mencionados, hubo choque traumático e hipovolémico, deshidratación y contacto con barro hiperosmolar, alteraciones del ritmo vigiliasueño y circadiano, respuestas endocrinas y del sistema autónomo alteradas, inmunosupresión y sepsis.

El impacto deja una huella cerebral que en la fase aguda se traduce en el síndrome cognoscitivo agudo, que el damnificado revocará semanas o meses después. De esta manera, el sistema más afectado en la fase de impacto es el cognoscitivo, y en primera instancia hay que prestarle atención especial. Después de tratarlo se atenderá el plano afectivo y los pensamientos asociados. Desde el punto de vista psiquiátrico, el síndrome cognoscitivo agudo es el primer elemento por tratar en pacientes medicoquirúrgicos, ya que mientras no ceda, no podrán ellos desahogar verbalmente sus contenidos afectivos y pensamientos ligados al trauma, y de no ser así, no sobrevendrá fácilmente la catarsis. La vivencia del choque sensorial intenso de la fase de impacto predomina en los relatos de las víctimas en el momento de la recuperación temprana, cuando empiezan a salir del estupor cognoscitivo. Los psicofármacos, en la experiencia del autor, y en particular los antidepresivos tricíclicos, mejoran rápidamente este cuadro, y el sujeto se recupera de manera eficaz de la perplejidad, el estupor y la anhedonia, en tres a cuatro días a partir de la administración de dicha sustancia. Los antidepresivos tricíclicos son capaces de concentrar neurotransmisores cerebrales 24 horas después de su administración;(6) por tal motivo, el autor plantea la hipótesis de que ellos son eficaces para mejorar rápidamente el cuadro cognoscitivo agudo de víctimas de desastres, gracias a la regulación del desequilibrio de los neurotransmisores o su distribución, producidos por el múltiple impacto sensorial y físico descrito. Es un efecto diferente del mecanismo de acción antidepresiva, el cual demora un promedio de 10 días para producir inversión del tono afectivo. A raíz de este hallazgo, el autor se permite sugerir la utilización de antidepresivos tricíclicos para la corrección rápida del síndrome cognoscitivo agudo de pacientes politraumatizados en calamidades, en dosis terapéuticas promedio, hallazgo susceptible de ser confirmado por nuevas investigaciones.

El siguiente aspecto por tratar dentro del campo de la especialidad es la depresión, la cual está oculta o "enmascarada" en la primera semana o los primeros días de la segunda semana de hospitalización, depresión larvada que queda disimulada por el síndrome recién descrito. El cuerpo y sus heridas tampoco dejan aflorar el llanto, y la necesidad de que surja queda frenada. A través de la facilitación de la catarsis (medidas psicoterapéuticas) y de los antidepresivos (terapia psicofarmacológica), hacia el décimo día de la depresión comienza a mejorar el sujeto, y hacia la tercera semana pasa de una forma grave a moderada. En la cuarta semana, la mayoría de los pacientes presentan niveles más bajos y de tipo más leve de depresión, lo cual coincidió con una recuperación aproximadamente del 82% de los 64 pacientes estudiados, en comparación con el cuadro en el momento de ingreso. La facilitación psicoterapéutica de la catarsis y el uso de antidepresivos tricíclicos producen también mejoría de la ansiedad, y además se logra otros efectos positivos más, como son la disminución del insomnio, la remisión de las pesadillas y terrores nocturnos; también la actividad onírica es de calidad diferente, mas adecuada y catártica para el trauma.

Los mecanismos de defensa empiezan a aparecer una vez que la depresión surge con toda su intensidad. El mecanismo que ha impedido hasta ese momento la aparición de la depresión y el drenaje catártico de los contenidos traumáticos, ha sido la negación, la cual se observa en el 100% de los pacientes bajo la forma del conjunto negación-resistencia-represión. Este mecanismo de defensa negativo cede después de la primera semana, y concuerda con la mejoría de la perplejidad, y el inicio de la depresión. En las siguientes semanas (segunda, tercera y cuarta), se da paso a todos los siguientes mecanismos de defensa. Los sentimientos de culpa afloran en el 100% de los casos después de la primera semana. Se identifica el desplazamiento ligado a la somatización (100% en la segunda y tercera semanas), con relación a la pérdida de tejidos, y múltiples heridas, en el 82% de los pacientes; de tipo psicosomático, por ejemplo, úlcera por estrés, en el 10%; descompensación de diabéticos, 3.3%; por amputación de un miembro, en el 10% de los casos, o por miembro fantasma, en el 5%, y en otras amputaciones, en el 3.3%. La regresión se evidencia en el 50% de los pacientes en la segunda y tercera semanas; la proyección (42%), en la segunda semana; rabia y agresividad (28.1%) entre la primera y cuarta semanas; racionalización (20%), en la segunda y tercera semanas, etc. Otros mecanismos de defensa (evitación, desplazamiento fóbico, identificación con el agresor, implicación proyectiva, negación maniaca y reparación), se detectan en el 39% de los casos, y en el lapso de la segunda a la cuarta semanas. El estudio de los sueños permite obtener una mejoría temprana de los terrores nocturnos y las pesadillas, y mejora la calidad onírica, que ayuda en el fenómeno de la catarsis discutido, volviéndose así menos intenso el insomnio.

De la manera señalada, la catarsis permite la abreacción de los mecanismos de defensa descritos, con la subsiguiente elaboración parcial de los mismos y sus contenidos conflictivos. En este aspecto, se han recomendado como especialmente eficaces los métodos que procuran traer a la conciencia el material reprimido, para mejorar la integración del trauma en la estructura del ego, mediante la abreacción, si son usados en el comienzo de la neurosis traumática. Por esa razón, el autor recomienda en este tipo de pacientes la psicoterapia que facilite la catarsis, ya que la estimulación temprana que ella produce evita que el hecho traumático se recrudezca o se vuelva más sólido en el inconsciente, aparezca semanas o meses después, bajo formas subagudas o crónicas del síndrome de estrés postraumático. En igual forma, los fármacos (antidepresivos tricíclicos y fenotiazinas sedativas) facilitan la reconstrucción de la memoria dolorosa, y permiten así el avance del proceso terapéutico. Precursores como Lindeman(7) han señalado que el trabajador en salud mental puede evitar dificultades más graves si estimula el surgimiento y el desarrollo de la reacción normal de pesar, y motiva a la persona apesadumbrada para que manifieste sus sentimientos, los supere y encuentre nuevos modos de interacción. En caso de que esa reacción de pesar no ocurra, es probable que aparezcan otros trastornos perturbadores, como enfermedades psicosomáticas, con alteraciones de la conducta, distorsión de las relaciones sociales e incluso psicosis. Asimismo, otros pioneros como Bellak y Small(8) citan una catástrofe ocurrida en el año de 1962, cuando estalló una caldera del edificio de una central telefónica en Nueva York, que produjo muchas muertes y en la que resultaron heridas y traumatizadas cientos de mujeres. A raíz de ese grave incidente, los supervivientes manifestaron en grado diferente el daño psicológico sufrido. Dichos autores proponen que la comunidad proporcione psicoterapeutas que se dediquen durante un periodo breve a cada una de las personas afectadas, para impedir, hasta donde sea posible, los futuros estragos psicológicos y emocionales de la experiencia traumática. Según ellos, la psicoterapia de urgencia es un método de tratamiento de síntomas o desadaptaciones que exigen el alivio más rápido posible, por su naturaleza destructora o peligrosa, como en el caso de las catástrofes. Es necesario mejorar la situación psicodinámica individual en grado suficiente para permitir a la persona que continúe funcionando, y que la naturaleza efectúe su proceso de curación y aumente la capacidad de autoapoyo del individuo hasta un punto en que se habilite para continuar una psicoterapia más extensa. Aunque la homeostasia se haya logrado sólo por un corto periodo, se le habrá proporcionado en esta forma el conocimiento de que la mejoría es posible y quedará motivado para buscar los medios y luchará por obtenerla.

Otras consideraciones terapéuticas importantes

Volviendo al punto de vista psicofarmacológico, recordemos el efecto ansiolítico reconocido de las fenotiazinas sedativas, que es el de incitar el sueño al tranquilizar. También es aceptado el papel endógeno de la depresión desencadenada por estados infecciosos y medicoquirúrgicos. Los sistemas nervioso autónomo, endocrino e inmunitario son considerados como los principales mediadores biológicos de la depresión(9) por lo cual, en estos casos es recomendable el uso de antidepresivos, dado que corrigen dichos factores mediadores en pacientes medicoquirúrgicos víctimas de una tragedia, que además tienen estados infecciosos y de inmunodeficiencia. Las fenotiazinas alifáticas tienen notable capacidad de potenciar la analgesia, al actuar sobre el componente psíquico y el "respaldo" afectivo del dolor. Tal efecto se logra por acción en las vías talamocorticales, en donde se efectúa la integración consciente del dolor. La administración de 25 mg de clorpromazina por la boca o por vía parenteral, junto con 300 mg de ácido acetilsalicílico, tiene un efecto equivalente al de una ampolleta de morfina,(10) con la gran ventaja de que se evitan los efectos opiáceos y el riesgo de adicción. Este tratamiento se puede hacer dos o tres veces diarias o más, según el dolor del paciente medicoquirúrgico herido en un desastre, y según nuestra experiencia, se logran magníficos resultados. El uso de los psicofármacos debe sustentarse en las necesidades específicas, sin abusar de ellos, y cuidando las interacciones farmacológicas en estos casos. El autor ha utilizado en la fase de recuperación temprana, y por un periodo hasta de 10 semanas en pacientes hospitalizados, algunos de los psicofármacos mencionados, incluso en el 80% de los casos, especialmente antidepresivos tricíclicos del tipo de la amitriptilina, y fenotiazinas sedativas, como la levomepromazina. Esta última tiene incluso un efecto analgésico y sedante mayor que la clorpromacina. La flufenazina también se puede utilizar en algunos casos como sedante, y el haloperidol es útil en brotes psicóticos, que son escasos durante el periodo de hospitalización de estos pacientes. Todos los productos mencionados deben utilizarse dentro de las dosis terapéuticas promedio reconocidas.

Ettedgi y Bridges(11) han hecho una recopilación muy útil sobre el síndrome de estrés postraumático y su tratamiento, la cual coincide con nuestra opinión del uso de psicofármacos, utilizados en este caso en la fase de recuperación temprana. Entre otros psicofármacos, citan como útiles los antidepresivos tricíclicos, los inhibidores de la monoaminooxidasa (IMAOs), el litio (casos específicos), los beta-bloqueadores, los agonistas alfa-adrenérgicos como la clonidina, y los neurolépticos, todos los cuales han servido para aliviar los síntomas del síndrome de estrés postraumático, de manera parcial o total. Las benzodiazepinas, aunque útiles para el insomnio y las pesadillas, tienen el inconveniente del desarrollo de hábito y dependencia, y por esa razón he preferido recomendar los antidepresivos tricíclicos sedantes y las fenotiazinas sedativas para el alivio de estos síntomas en pacientes medicoquirúrgicos hospitalizados, víctimas de una tragedia. Los antidepresivos tricíclicos, especialmente la amitriptilina y la clorimipramina, sirven para normalizar la anhedonia, el síndrome cognitivo, los síntomas depresivos con signos biológicos, los terrores nocturnos y los ataques de angustia. Los IMAOs son útiles para el bloqueo de las pesadillas, por acción en la fase REM del sueño. Efectos similares se pueden obtener con los antidepresivos tricíclicos, por su acción en la etapa cuatro de ondas lentas del sueño, y bloquean las pesadillas, facilitan un sueño reparador y hacen que aparezcan los sueños catárticos no ansiógenos susceptibles del señalamiento psicoterapéutico. De esta manera, se combate también el insomnio, efecto último que se puede lograr con fenotiazinas sedativas.

Los beta-bloqueadores pueden inhibir la respuesta hiperalerta del sistema autónomo, del síndrome de estrés postraumático, y se consigue una disminución de la explosividad, menor pensamiento intrusivo, con menos pesadillas y mejoría del sueño. Los neurolépticos en dosis bajas pueden disminuir los episodios de recuerdos en pacientes muy agitados, y en casos de psicosis aguda, en la que el individuo no es capaz de distinguir entre la realidad del estrés corriente y la recurrencia del hecho traumático. Asimismo, la clorpromazina y la levomeprazina en dosis ya señaladas, disminuyen el componente emocional concomitante del dolor, al aplacar la sensación dolorosa o disfórica en quemaduras, o el dolor musculoesquelético, cuando se combinan con analgésicos comunes, reduciendo así la necesidad de analgésicos y narcóticos, a la mitad. El haloperidol. en dosis de 5 a 25 mg cumple igualmente tal fin.

El siguiente aspecto merece atención especial. Debe evitarse la interpretación y ser cuidadoso psicoterapéuticamente con aquellos individuos muy graves o que tienen una enfermedad psicosomática aguda, como úlcera por estrés y hematemesis, con un deterioro grave del estado general. El psicoterapeuta en estos casos se limitará al apoyo psicológico y guardará la interpretación y la elaboración para utilizarla a mediano plazo, cuando el paciente se haya recuperado.

Todos los pasos que he propuesto y la terapéutica combinada resultan muy útiles. La última recomendación es que un damnificado, herido o no (y de mayor importancia, por supuesto, si está herido), por las consecuencias físicas expuestas en esta revisión, debe ser objeto de una intervención psicoprofiláctica temprana antes que sobrevenga un mayor grado de negación o que los fenómenos traumáticos se oculten mas en el inconsciente, con un periodo de secuelas mucho más duradero, como he señalado en este texto. Se requiere la corrección rápida del síndrome cognoscitivo agudo desde sus fases tempranas. De esta manera, surgirá más pronto la depresión, el paciente negará en menor proporción, se rodeará de mecanismo de defensa más adecuados y aparecerá el llanto espontáneamente, con una mejor aceptación de la realidad, afrontando así sus sentimientos de culpa, etc., en mejor forma. Indudablemente la psicoterapia debe continuar después del egreso del paciente del hospital, a troves de vigilancia y citas extrahospitalarias, para conseguir un proceso de elaboración del duelo a largo plazo, una vez que se ha hecho la intervención en crisis. El psicoterapeuta debe prepararse a afrontar las consecuencias psicopatológicas de los desastres, por medio de la atención psicológica de las lesiones físicas, y debe conocer y estudiar mejor las fantasías, las imágenes y la dinámica de estos trastornos,(12) así como los aspectos biológicos del síndrome de estrés postraumático.

Comentario final

El artículo presente propone un esquema de tratamiento psiquiátrico integrado, psicoterapéutico y psicofarmacológico, para la atención de pacientes con lesiones físicas múltiples, como resultado de situaciones de desastre, tratamiento que resultó muy útil y eficaz como lo demuestra el trabajo inicial, en el cual se funda esta publicación, con base en la experiencia obtenido del estudio de 64 pacientes medicoquirúrgicos víctimas de la tragedia de Armero, Colombia (1985), que fueron atendidos en una institución docente-hospitalaria (Hospital de la Samaritana). El artículo expone las principales consideraciones de índole psicodinámica y fisiopatológica, fases vivenciales y trascendentes que el herido vive durante el proceso de recuperación medicoquirúrgica, junto con el análisis del psiquismo ligado a sus lesiones físicas. El esquema terapéutico propone la rehabilitación psicoprofiláctica temprana de consecuencias mas graves para el futuro. Finalmente, el articulo demuestra cuán diferente debe ser la atención psiquiátrica de un paciente politraumatizado que logró sobrevivir a un desastre, y la forma en que este esquema es distinto de la atención de la víctima no traumatizada físicamente de un desastre, o del paciente que presenta múltiples traumatismos no derivados de una catástrofe.

Referencias

1. Vengoechea J, Sepúlveda J, Padilla J: Consecuencias psicopatológicas y tratamiento en pacientes medicoquirúrgicos de la tragedia de Armero. Intervención en crisis. Anuario de la Sociedad Psiquiátrica Javeriana, Bogotá, 1986.

2. Cohen RE: Reacciones individuales ante desastres naturales. Bol Of Sanit Ponam 98:171-180, 1985.

3. Davidson J, Swartz M, Storck M, et al: A diagnostic and family study of post-traumatic stress disorder. Am J Psychiatry 142:90-93, 1985.

4. Ahearn F: Ingresos en servicios de psiquiatría después de un desastre natural. Bol Of Sanit Panam 97:325-335, 1984.

5. Cohen R: Intervención en situaciones de desastres: Tragedia de Armero. Conferencia, División de Salud Mental, Ministerio de Salud, Bogotá, Colombia, diciembre 5, 1985.

6. Rudorfer M, Golden RN, Potter WZ: Second generation antidepressants. Psychiatr Clin North Am 7:519-534, 1984.

7. Lindemann E: Symptomatology and management of acute grief. Am J Psychiatry 101:141-148, 1944.

8. Bellak L, Small L: Psicoterapia breve y de emergencia. México, Editorial Pax, 1980.

9. Blackwell B, Torem M: The biopsychosocial modal of depression, en Clinical depression: Diognostic and therapeutic challenges. Editado por Ayd FJ. Baltimore, Ayd Medical Communications, 1980.

10. Mason AS, Granacher RP: Clinical handbook of antipsychotic drug therapy. New York, Brunner/Mazel, 1980.

11. Ettedgi E, Bridges M: Posttraumatic stress disorder. Psychiatr Clin North Am 8:89-103, 1985.

12. Brett EA, Ostroff R: Imagery and posttraumatic stress disorder: An overview. Am J Psychiatry 142:417-424, 1985.

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