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Consecuencias Psicosociales de los Desastres : La Experiencia Latinoamericana (OTHERS - OTROS, 1989)

Sección 4: Aspectos sociales y organizativos de los desastres

10. Planificación en salud mental en desastres

Carlos Pucheu Regís
José Juan Sánchez Báez
Paula Padilla Galina

Introducción

Cada vez que ocurren desastres o situaciones de emergencia provocadas por fenómenos naturales o de origen social, se manifiesta la necesidad insoslayable de que los miembros de cada sociedad cuenten con una "cultura de desastres" adecuada y oportunamente fomentada desde mucho antes de que ocurra la catástrofe o la calamidad. Sólo así se puede prevenir con cierta eficacia el sufrimiento psíquico excesivo que experimentan millones de seres humanos en dichas circunstancias.

Sin embargo, esta verdad de Perogrullo no es tomada suficientemente en cuenta por los planificadores de la salud, pues es casi regla en la mayor parte de los países latinoamericanos que, cuando existen planes preconcebidos para usar en situaciones de desastre, no incluyan de manera amplia, decidida y explícita procedimientos para arrostrar los problemas de salud mental de la comunidad afectada.

Indudablemente ello constituye una omisión grave, en particular si se toma en cuenta que, en parte, la historia de las naciones latinoamericanas casi siempre ha estado vinculada a inundaciones ruinosas; a epidemias diezmadoras, hambrunas catastróficas, cataclismos sociales y políticos; a terremotos devastadores y a guerras que parecen eternas.

Las recientes catástrofes en México, Colombia, Puerto Rico, El Salvador, Nicaragua, Perú y otros países han destacado la necesidad de narrar nuestras propias experiencias, con el objeto de que sirvan a todos aquellos que deben tomar decisiones en tales situaciones, para anticiparse a los sucesos por venir, o porque requieran, como en nuestro caso, configurar por medio de la catástrofe un plan de intervención masiva para crisis psicológicas.

En esta comunicación se hace énfasis en los aspectos teóricos programáticos y organizativos del proceso de la planeación, así como del aprovechamiento óptimo de los recursos disponibles, para situaciones de desastre sísmico. Las ideas que se expresan pueden ser aprovechadas también en catástrofes en las que, analógicamente serían útiles algunas de las medidas descritas.

La herencia cartesiana de la división mente-cuerpo juega todavía un papel de tal trascendencia que acaba por dividir artificialmente a la medicina del desastre en una parte física y otra mental. Esto es válido sólo con fines prácticos y de organización pero, tal y como se verá, existe gran dificultad para separar, en el inicio de las actividades postsísmicas, los aspectos psicológicos y sociales, pues forman parte de un todo. En la medida en que se supera la etapa de emergencia van quedando más claros los espacios para las acciones propiamente dichas de salud mental.

Nuestra contribución al acervo de conocimientos sobre este tipo de fenómenos se inicia con una descripción general circunscrita al desastre ocurrido en la ciudad de México en 1985, a pesar de que hubo otras ciudades y comunidades dañadas, la exposición no se limita a hacer una crónica detallada de todo lo acontecido, sino que combina la propia experiencia con las recomendaciones de otros autores, y pretende ofrecer una visión de conjunto de los principales aspectos que, de manera ideal, debieran considerarse en la planeación de un modelo de intervención en crisis que, en última instancia, tendrá que adaptarse cada vez a las situaciones particulares que se presenten.

Características del desastre en la ciudad de México

1. El desastre ocurrió de manera súbita, por lo que fue imposible tomar alguna medida de prevención.

2. La historia de la ciudad no registraba experiencias con respecto a desastres de esa magnitud, y por consiguiente, los habitantes no contaban en su repertorio conductual con una "subcultura" apropiada para organizarse y afrontar las consecuencias psicosociales que estos fenómenos producen.

3. Las zonas más dañadas se localizaron en la parte central de la ciudad, sitio donde la concentración demográfica era mayor.

4. Durante muchas horas reinó una gran confusión, la cual se agravó porque la ciudad quedó prácticamente incomunicada, al suspenderse la energía eléctrica, para así evitar accidentes y reparar las líneas dañadas.

5. También quedaron gravemente dañados los sistemas de comunicación telefónica nacionales e internacionales.

6. Los responsables de los medios masivos de comunicación (televisión y radio), a su vez inexpertos en situaciones de excepción, recomendaron a la mayoría de la población que permaneciera pasiva en sus domicilios y que no dificultara las labores de rescate.

7. Durante muchas horas un importante sector de la población no tuvo información alguna sobre las consecuencias del sismo.

8. El manejo de la información que se proporcionó por radio y televisión en las primeras horas después del desastre dio la impresión de que la ciudad de México estaba totalmente destruida, lo cual fomentó involuntariamente un estado de estrés generalizado durante varias horas.

9. Las autoridades locales y federales, a su vez sorprendidas por el suceso, tardaron en percatarse en forma cabal de la situación y tomar control de ella.

10. Los cuerpos del ejército, la marina y la policía, que fueron movilizados inmediatamente, se limitaron en el principio a vigilar e impedir el paso de voluntarios a las zonas más afectadas, en donde era evidente que se requería de su ayuda.

11. En las zonas de desastre estaban las instalaciones de una buena parte de los hospitales de la ciudad de México. Unos quedaron muy dañados y otros derruidos; en consecuencia, el personal de salud tuvo que ocuparse en el comienzo de las labores de rescate de sus propios pacientes y compañeros de trabajo.

12. Aunque en la ciudad de México y sus alrededores se concentraron muchos recursos de toda índole, a corto plazo fue evidente que las demandas rebasaban su disponibilidad.

13. Los sistemas de distribución de agua y alcantarillado también se dañaron. En zonas importantes de la ciudad hubo escasez o falta del líquido vital.

14. Al cabo de unas horas, la población civil de manera espontánea superó la indecisión de las autoridades y se organizó por cuenta propia en brigadas de voluntarios para participar en las labores de rescate y de ayuda solidaria para con las víctimas.

15. Casi 32 horas después del primero, ocurrió un segundo temblor de intensidad y duración considerables, lo cual incrementó de manera notable el estrés entre la población. Fueron entonces mucho más evidentes los sentimientos de impotencia, sorpresa, incredulidad, angustia, rabia, miedo y pánico.

Marcos de referencia para la planeación

La experiencia acumulada en los sismos que el 19 y 20 de septiembre sacudieron la ciudad de México nos señala que la planeación que pretenda ser racional, debe comprender, entre otros pasos, la construcción de uno o más modelos de la realidad; la formulación de una escala de preferencias o de una función de utilidad, o cuando menos, de la definición del escenario; la especificación de cursos posibles de acción y la elección del camino óptimo. Nos ocuparemos de los factores mencionados, con base en la importancia que les hemos concedido.

Elaboración de modelo(s) de la realidad

En la literatura internacional existen numerosos señalamientos sobre las experiencias y las pautas de acción que se han empleado en otros países que han sufrido desastres o situaciones de emergencia por fenómenos naturales o de origen social.(1-5) De ellos, resulta evidente que características como la magnitud y el tipo de desastre; la proporción de la población afectada; los recursos disponibles y la accesibilidad a los mismos; el tipo de organización civil y política; así como las peculiaridades socioeconómicas y geográficas hacen que sea imposible la adopción literal de los modelos de intervención psicosocial aplicados en otras catástrofes.(6,7) Sin embargo, la ventaja indiscutible de este tipo de información es que permite a los planificadores de la salud tomar decisiones oportunas para generar, en el medio social donde actúan, una subcultura específica para afrontar posibles situaciones de desastre o, como en nuestro caso, para adquirir de manera ágil ideas, principios, criterios normativos y técnicas que sirvan para la pronta configuración de un modelo de intervención en crisis psicológicas.

La respuesta de la población a situaciones de desastre pasa por diversas fases que no deben ser comprendidas en sentido lineal, porque se imbrican unas con otras.(8-10)

Inmediatamente después del episodio catastrófico se observan reacciones de lucha por la sobrevivencia individual. Una vez lograda ésta, se inicia la preocupación por los familiares y las pertenencias. Se manifiestan sentimientos de ansiedad y tristeza por la separación de lo perdido (seres humanos, objetos materiales o situaciones) en medio de la sopresa y la incredulidad. Sigue una fase llamada "heroica" en la que participa buena parte de la población y puede durar una a tres semanas, y se caracteriza por un incremento notable de la solidaridad entre la sociedad civil. Las personas que intervienen en las operaciones de rescate llegan a arriesgar sus propias vidas. El exceso de energía depositado en la consecución de tareas a corto plazo es la regla. Se expresan multitud de inquietudes y variedad de acciones por realizar. Todo ello se observó con gran claridad entre el grupo de voluntarios mexicanos. Cuando existen circunstancias que prolongan el estés de la población, empiezan a manifestarse en los más afectados sentimientos de desesperanza e impotencia, apatía, nerviosismo, tendencia a actos repetitivos e irreflexivos, frustración, irritabilidad, negativismo, bloqueos, oposicionismo, agresión, actitudes impulsivas y agresivas que pueden llegar o no a la violencia.

Después de la fase heroica sigue otra que se caracteriza por una respuesta colectiva en la que predomina una forma de idealismo, que en el fondo niega en parte la realidad de la tragedia ocurrida, y que puede durar varias semanas.

La fase de decepción tarda en presentarse semanas o meses después del desastre y se expresa socialmente por una disminución gradual de la solidaridad.

La última fase se conoce como de reconstrucción; es la más realista y la que no admite continuar compartiendo socialmente el alejamiento de la realidad.

Definición del escenario en los casos de desastre sísmico

Se compone de las siguientes características: el tiempo critico ulterior a un terremoto son las primeras 24 a 48 horas, en que no se puede esperar a que llegue ayuda de otras partes; cuando arriba, la fase aguda ha pasado, y por tanto se entiende que las actividades deben organizarse con estricto apego al aprovechamiento óptimo de los recursos locales, tomando en cuenta las necesidades prioritarias siguientes: dedicar la mayor parte de la fuerza de trabajo a la búsqueda, el rescate y los primeros auxilios a las víctimas; clasificación e identificación (por profesionales especialmente capacitados) de los lesionados; establecer un sistema de transporte eficaz a los servicios de salud, y que las instituciones de salud se organicen para el suministro de asistencia masiva.

El número de defunciones es considerable y a veces son incontables los muertos; existe una abrumadora cantidad de personas con traumatismos graves que requieren de atención médica hospitalaria, y un número aún mayor sufre fracturas no complicadas, contusiones y excoriaciones. Siempre que sea posible, estos últimos no deben ser trasladados, sino tratados en el sitio de los hechos, para evitar la separación innecesaria de los miembros de cada familia.

En los desastres sísmicos, la población general no tiene que emigrar masivamente a otras ciudades y lo que se necesita son sitios para alojar a los damnificados; deben ubicarse en las instalaciones ya existentes y que cuenten con medios idóneos; por ejemplo, en un estadio deportivo hay sitios para instalar casas de campaña, además de que se aprovechan las instalaciones sanitarias. En todo caso, los campamentos que se improvisen deben garantizar la disponibilidad de agua, espacio vital y adecuada eliminación de las excreta; si es necesario, se construirán o adaptaran letrinas.

Los cadáveres no conllevan el riesgo de brotes epidémicos; estos son atribuibles sólo en los casos de muerte por septicemia u otro tipo de infecciones.

El riesgo de que surjan enfermedades transmisibles es muy bajo, y por tanto no se deben iniciar campañas de vacunación que incapacitan a la población temporalmente, en el momento en que más se requiere de la mano de obra para las tareas de rescate y reparación de daños. Es previsible que no ocurran enfermedades de origen hídrico. Las tuberías dañadas suelen ser reparadas con prontitud, y si es necesario, se tratará el agua con cloro.

No existen las urgencias nutricionales que son típicas de las inundaciones. En cambio, es importante organizar una distribución general adecuada de alimentos básicos, proporcionar alimentación selectiva o en masa a grupos específicos, y ofrecer alimentación suplementaria a los grupos más vulnerables, algunos de los cuales viven en las zonas de extrema pobreza.

El problema central no se vincula con la falta o escasez de alimentos, ropa o medicinas, sino con su acopio y distribución apropiadas. Por ello, los centros destinados para este fin no deberán aceptar lo que no se haya solicitado, porque agregarán a su tarea la dificultad de clasificar y almacenar todo lo que llegue sin orden ni concierto.*

*Los autores agradecen al Dr. Felipe Cruz Vega, la información anterior.)

Cursos posibles de acción

Niveles de prevención

Actividades de prevención primaria (enfoque genérico de la crisis)

Por traspolación analógica, es posible interpretar las reacciones psicológicas colectivas frente a los desastres, como un proceso de duelo compartido por muchos.

Los riesgos del duelo no resuelto a nivel colectivo son: el incremento de temores aprehensivos e irracionales; el deterioro de la credibilidad en las instituciones establecidas; la propagación del rumor como forma de comunicación; una tendencia a la desinstitucionalización de las normas, y el empleo del pánico como modelo de no-solución ante los problemas derivados de la catástrofe.(1,9-11)

Con base en nuestra experiencia, resultó necesario promover medidas de educación para la salud, a través de los medios masivos de comunicación, con el fin de que la información objetiva coadyuvara a reducir el estés de la población ante la proliferación de rumores alarmistas.

Se hizo énfasis en la prevención de enfermedades y se dio orientación sobre las instituciones de salud a las que era posible y preferible acudir, se hicieron varios programas (televisión y radio) en los que se proporcionaba orientación sobre la resolución personal, familiar y comunitaria del duelo. En amplios desplegados periodísticos se indicaron los diferentes sitios en los que se proporcionaba atención personal especializada para problemas de salud mental.

Desde el punto de vista psicosocial, la población con mayor riesgo es la que ya tiene daño y está en los albergues para damnificados. A muy corto plazo es necesario que se promueva el espíritu de solidaridad entre ellos mismos, y que se organicen con base en los principios del autocuidado y de la autoasistencia, porque el exceso de protección profundiza la frustración y el duelo. El fomento de la participación en la gestión para resolver los propios problemas, devuelve a los dolientes gradualmente su capacidad para luchar por la vida.

También conviene propiciar actividades sociales, culturales, lúdicas y deportivas. Se conformarán grupos de 8 a 12 personas para llevar a cabo reuniones para la intervención en crisis, con base en el procedimiento que se describe más adelante. Los grupos pueden ser integrados por personas con problemas afines, por edad, lugar de origen, etc., trátese de una sola familia numerosa o de varias que se vinculen con ese fin.

Es preferible que las personas más afectadas desde el punto de vista psíquico reciban atención individualizada, y se valorara si requieren o no de asistencia especializada por parte del servicio de psiquiatría más cercano.

A corto plazo, se requiere definir cuál será la residencia de los damnificados, con algún carácter permanente. Debe evitarse en lo posible la migración forzada, pues profundiza el duelo. En los albergues resulta conveniente clasificar a los damnificados por problemas comunes, con el objeto de facilitar las soluciones conjuntas. Se debe contar con un sistema organizado y eficaz para la localización de los familiares desaparecidos, ya que la incertidumbre al respecto genera intensa angustia.

Es pertinente prever que el destino final de los cadáveres vaya precedido de un ritual en el que se incluya activamente a los familiares. Para el caso de los cadáveres inidentificables, habrá que promover ceremonias luctuosas colectivas.

Actividades de prevención secundaria (enfoque especifico de la crisis)

El programa de acción que se instituya debe dirigirse principalmente hacia los siguientes grupos de personas en riesgo: individuos con familiares desaparecidos; niños y ancianos extraviados en los albergues para damnificados; personas y familias damnificadas; heridos hospitalizados y sus familiares; sujetos y familias que han sufrido el fallecimiento trágico de parientes, y personas con crisis psicopatológicas graves.

Actividades de prevención terciaria (rehabilitar lo rehabilitable)

Superada la fase de emergencia o "heroica", los esfuerzos se dirigirán a fomentar la rehabilitación integral de los más dañados para que se aprovechen las capacidades restantes y se desarrollen nuevas potencialidades.

Elección del camino óptimo

Niveles de atención

Se requiere de una organización por niveles de atención, de preferencia con un centro de mando único, que a grandes rasgos permita que el personal especializado se haga cargo de los casos más graves y complicados y que el personal profesional de la salud en general se encargue del gran número de personas que requieren de atención médica.

Para que lo anterior sea posible, es indispensable que personal voluntario se haga cargo de las innumerables personas con problemas médicos menores, así como de promover las medidas preventivas generales.

Siguiendo el mismo patrón se organizarán los servicios de psiquiatría, tomando en cuenta que la principal función del personal especializado en salud mental consiste en la capacitación técnica de los profesionales de la salud y de los grupos de voluntarios, a quienes se convoca para que participen en la detección de casos y en la aplicación de técnicas psicológicas de intervención en crisis, a los dolientes.

Al mismo tiempo, deben establecerse procedimientos claros y precisos para coordinar las demandas de asistencia especializada en el área de psiquiatría, teniendo presente que, en los terremotos o desastres sísmicos, la enfermedad mental propiamente dicha no se manifiesta epidemiológicamente con frecuencias mayores de las habituales.

A diferencia de lo señalado, los episodios de crisis que demandan mayor grado de atención o tratamiento por parte de los especialistas se vinculan con las consecuencias del estrés; con características especificas de la personalidad y con fallas en la capacidad de adaptación ante los problemas de la vida. En una proporción menor (alrededor del 11%) llegan a configurar síndromes postraumáticos transitorios, ya sea de tipo neurótico o con componentes depresivos y ansiosos. El problema central en un desastre sísmico corresponde a la crisis generalizada psíquica y social de la población.

Las afirmaciones anteriores se fundan en la experiencia obtenido durante los temblores ocurridos en la ciudad de México. De una muestra estadística de la población (N = 3964) a la que se aplicó el "Cuestionario para la Intervención en Crisis" (CPA), se obtuvieron los siguientes datos relevantes.

Tipos de crisis y sus frecuencias por sexos. Del total, 73% correspondieron a las crisis leves y compensadas; 16% a las crisis con descompensación moderada y 11% a las crisis con descompensación notable.

En las formas leves y compensadas fueron los varones (47%) quienes presentaron un porcentaje mayor de ese tipo de crisis, en comparación con las mujeres (26%).

Las crisis con descompensación moderada fueron más frecuentes entre las mujeres (10%) que entre los hombres (6%).

La descompensación notable de la crisis psicológica se manifestó con mayor frecuencia entre las mujeres (8%) que entre los hombres (3%), con un total de 11 por ciento.

Intensidad del grado depresivo. La depresión notable se manifestó en el 1% de los casos; la moderada, en el 9% y la leve en el 20%. No se identificó depresión en el 70% de la muestra estudiada. La depresión leve fue más frecuente en las mujeres (12%) que en los varones (8%). La depresión de grado moderado se expresó en 6% de las mujeres y en 3% de los hombres. La de tipo notable fue de 0.5% para varones y mujeres mayores de 18 años.

Modelo del duelo para la intervención en crisis

Diversos autores describen que en situaciones de desastre las reacciones psicológicas individuales que son observables se asemejan al conocido proceso psicológico del duelo.(8,11-14) Las personas sufren por la privación repentina de vínculos afectivos con familiares, vecinos, amistades, objetos, status, costumbres, sitio de trabajo o vivienda. Además del valor que cada quien le da a su propia merma, se suman a ésta las consecuencias de la pérdida como soledad, desamparo, asunción obligada de nuevas responsabilidades, etc., por lo que los efectos de la carencia se sufren como algo que es tan doloroso como la pérdida en si misma, o incluso más.

El duelo como proceso psicológico atraviesa por diversas etapas que son habitualmente la negación, la agresión, la tristeza y la aceptación de la pérdida, o la disminución de la relación con el objeto del duelo.(15) Se trata de un proceso natural que dura cuatro a seis semanas, al cabo de las cuales se restaura por sí mismo el equilibrio psíquico. Avanzan más rápido en la superación de las crisis de duelo quienes tienen defensas psicológicas más eficaces, flexibles y adaptables, además de múltiples intereses e interacciones sociales. En las personas que organizan su vida alrededor de pocos objetos afectivos y materiales, su pérdida es más profunda, y el proceso restaurador se dilata más que el lapso habitual. Existen formas atípicas de resolver el duelo en las que se emplean en forma exagerada e inconsciente uno o más de los mecanismos psicológicos de defensa que se ponen en juego. Entre estos, el más empleado es el de la negación, que se exacerba en la medida en que no es posible admitir el trauma de la pérdida, y por tanto, se niega que ésta haya ocurrido. En la medida en que se acepta gradualmente la realidad, la persona se entristece y pierde productividad en sus quehaceres habituales. Aparecen entonces sentimientos de autoinculpación o de proyección de la culpa hacia los demás. El riesgo de esta fase consiste en que la persona desarrolle un síndrome depresivo, que con el tiempo puede agravarse extraordinariamente.(16)

En términos generales, la estrategia para la intervención en crisis puede resumirse así: 1) facilitar la expresión verbal; 2) estimular la catarsis; 3) ayudar a superar la negación; 4) combatir el negativismo; 5) tolerar conductas de enojo; 6) evitar la inactividad, que es de alto riesgo para el individuo o los grupos en duelo, y 7) hacer ejercicios de imaginación de situaciones futuras.

Capacitación para la intervención en crisis

Los cursos de capacitación impartidos por el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) durante las primeras tres semanas ulteriores al desastre, a carea de mil promotores voluntarios de salud mental, versaron sobre las respuestas colectivas más comunes frente a los desastres, las características del duelo individual, el empleo de un cuestionario adaptado para intervención en crisis y las técnicas de intervención en crisis (individuales y de grupo).

Cada curso-taller (teórico-práctico), tuvo capacidad para 30 a 40 personas y una duración total de cuatro horas. A los educandos se les proporcionó un manual con material escrito y gráfico, que se edito a brevísimo plazo, para que los auxiliara en su labor.

Uno de los aspectos más difíciles consiste en dotar a los voluntarios de un instrumento confiable, de sencilla aplicación y lo más objetivo posible, que permita diferenciar los casos de los "no-casos", que a su vez establezca categorías de casos leves y moderados (para ser tratados por los voluntarios) y detecte los casos más graves para derivarlos a las instituciones que posean especialistas en salud mental.

Los autores configuraron un instrumento para tal fin, el que denominaron Cuestionario Psicosocial para el Apoyo en Crisis (CPA). Dicho instrumento es una adaptación de otros ya existentes y quedó constituido por una ficha de identificación que incluyó variables sociodemográficas, y por tres secciones que comprendían: sección A (integrada por el cuestionario de salud,(17) versión de 60 reactivos), para explorar el estado actual del sujeto en cuanto a la presencia o ausencia de síntomas relacionados con problemas de salud y desajuste emocional; sección B (adaptación del inventario de depresión de Beck,(18) versión con 21 reactivos), para explorar específicamente manifestaciones clínicas de depresión; sección C (integrada por la escala de Brown para eventos de la vida,(19) 41 reactivos), para investigar los tipos y cuantía de pérdida que ha sufrido el individuo en cuatro áreas básicas: personal, económica, familiar y social.

Para facilitar la detección de casos se fijaron puntos de corte para la sección A (a partir de estudios de confiabilidad y validez realizados con anterioridad al desastre sísmico), que permitieron clasificar la población estudiada en tres grupos: 1) personas sanas o con crisis leves y compensadas (calificación: O a 12); 2) personas con crisis moderadamente descompensada (calificación: 13 a 25); 3) personas que sufrían crisis con notable descompensación (calificación de 26 puntos en adelante).

Recomendaciones sobre el empleo de voluntarios

Con base en una situación ideal, los voluntarios que colaboren en las medidas de asistencia en un desastre deben contar con adiestramiento previo para situaciones de emergencia. Tal preparación salvará vidas, economizará recursos y evitará sufrimientos innecesarios, ya que una coordinación eficiente es difícil de improvisar.

Siempre que sea posible, se aceptarán únicamente los voluntarios afiliados a organizaciones reconocidas, que cuentan con autoridades, espíritu de corporación y acepten las normas disciplinarias. Deben poseer los recursos necesarios para realizar las tareas encomendadas, así como resolver por sí mismos sus necesidades de alimentación y alojamiento. Además, deben estar familiarizados con el idioma y las circunstancias locales.

En la ciudad de México se pudo contar con una amplia organización (preexistente) de voluntarias que cotidianamente prestan sus servicios en casi todos los hospitales. También se contó con todo el personal de los Centros de Seguridad Social del Instituto Mexicano del Seguro Social, pequeñas instituciones no médicas y regionalizadas cuyas funciones habituales incluyen la promoción y la conservación de la salud en general, y en cuyas instalaciones se habilitaron parte de los albergues para alojar a los damnificados.

Se destinó a los voluntarios más capaces a otorgar apoyo y orientación psicológica a la población con mayor riesgo: hospitales, albergues para damnificados, morgues y zonas donde el desastre cobró mayor número de muertos y heridos. No hay que olvidar las crisis psicológicas que también sufren las personas que participan en las tareas de rescate.

Las actividades del resto de los voluntarios se dirigirán a los conglomerados de la población con riesgo medio, por ejemplo: en México había extensas zonas de la ciudad en que los habitantes no habían sufrido daños físicos directos en sus personas o en sus viviendas, pero se encontraban en medio de la zona de desastre. Los voluntarios ofrecieron sus servicios en clubes, hogares, albergues, fábricas, etcétera, y a grupos de personas y familias que solicitaban dicha ayuda, como respuesta al ofrecimiento que se habla hecho a través de los medios masivos de comunicación.

Los grupos improvisados, nacionales y extranjeros, con recursos y experiencia limitados, pueden resultar incapaces para cumplir los objetivos que se les delegan. Por lo tanto, hay que asignarlos a tareas en que el cumplimiento o el incumplimiento no sean de gran trascendencia para la situación general. Si es posible se les adiestra, y si no, se les proporciona información escrita sobre lo que deben hacer y no hacer.

Organización de actividades

El programa de intervención preventiva desarrollado por el IMSS, ante la diversidad de acciones por realizar, se dividió en tres áreas:

Area de intervención preventiva en crisis

Tuvo como funciones promover las medidas preventivas generales; captar a las personas afectadas emocionalmente para su atención; coordinar las demandas de asistencia especializada; otorgar apoyo y orientación psicológica a los grupos en riesgo y al personal que participaba en las actividades de rescate; coordinar las actividades asistenciales del área de psiquiatría y salud mental del propio IMSS; prevenir, entre los más afectados, el desarrollo de cuadros psicopatológicos graves; alentar las respuestas de integración comunitaria y promover el funcionamiento individual y comunitario dentro de los marcos reales de acción.

Area de capacitación

Tuvo como tareas habilitar al personal profesional y no profesional, para aplicar y calificar el cuestionario de intervención en crisis; enseñar técnicas sencillas para la intervención psicológica; motivar al personal a sentirse capaz de desarrollar la intervención en crisis; instruir al 10% del personal capacitado en actividades de supervisión entre las voluntarias no profesionales, con el objeto de prevenir crisis en ellos mismos; asesorarlos en la toma de decisiones, y reforzar su interés por permanecer activos.

Area de investigación

Tuvo a su cargo desarrollar y adaptar el instrumento denominado Cuestionario de Intervención en Crisis (CPA); identificar algunas características demográficas de los grupos en riesgo, y diferenciar los casos con reacciones psicológicas leves, moderadas y notables; estimar la frecuencia de trastornos mentales en una muestra de la población estudiada; establecer perfiles de respuestas psicológicas, y estudiar la relación entre tipo de pérdida y respuesta psicológica.

Conclusión

Con base en la experiencia acumulada en las labores de auxilio y asistencia psicológica a las víctimas de los sismos que asolaron la ciudad de México los días 19 y 20 de septiembre de 1985, podemos señalar que en buena parte de la población afectada de manera directa o indirecta por el desastre existe una sensación de impotencia y desesperanza ante el problema, que vive como insuperable, sensación que dio lugar a desorganización en el funcionamiento habitual de la persona, quien se comporta con menor eficacia de la que posee generalmente. Esta desorganización puede tomar la forma de una actividad tendiente a descargar tensión interior, al parecer, no motivada por la situación externa. En su confusión, hace tentativas de "tanteo" para solucionar el problema, con grave incremento de la frustración. Todo ello se atenúa notablemente con el fomento de la actividad solidaria, que se traduce en una actitud de sentirse útil ante el desastre. La sociedad civil debe ser reforzada con estímulos constantes que estimulen la solidaridad hacia problemas concretos, como los del agua, el transporte, la alimentación, el auxilio a los damnificados, el rescate de los atrapados entre las ruinas y otros que surjan durante el proceso de la superación de la crisis nacional o de la ciudad afectada. La consecución de esta meta a corto plazo ofrece la posibilidad de mostrar a toda la población los logros obtenidos por la participación individual y colectiva, lo cual infunde sentimientos de esperanza. En nuestra experiencia, pudimos corroborar la forma en que la técnica sencilla de intervención en crisis que hemos descrito producía resultados positivos a corto plazo, lo cual coincidió con los señalamientos verbales que nos hacían muchos de los profesionales y de los voluntarios no profesionales que participaron en la aplicación a incontables personas.

Nuestro trabajo tuvo el mérito de la oportunidad y el defecto de la improvisación. Pudo ser realizado con base en las experiencias publicadas por otros autores, en la cooperación comunitaria y en la necesidad insoslayable de responder al sufrimiento psíquico de millares de seres humanos. En reciprocidad, deseamos contribuir al acervo de conocimientos sobre este tipo de sucedidos, y por ello hemos elaborado este articulo.

La respuesta de la sociedad civil mexicana superó a todas las expectativas. Evidentemente no obedeció a ningún plan trazado al respecto: fue una respuesta espontánea, en la que las multitudes se solidarizaron ante la tragedia, lo cual puso de manifiesto que las sociedades aprenden, y que tienen un mecanismo intrínseco de homeostasis (como los seres biológicos), que las hace modificar su comportamiento para acercarlas a un estado de equilibrio.

Referencias

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16. Parkes CM: Bereavement. Br J Psychiatry 146:11-17, 1985.

17. Goldberg DP: The detection of psychiatric illness by questionnaire. Maudsley Monographs 21, London, Oxford University Press, 1972.

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19. Brown GW: Meaning, measurement and stress of life events, en Stressful life events: their nature and effects. Editado por Dohrenwend ES, Dohrenwend BP. New York, Wiley, 1974.

11. Desorganización comunal y familiar des pues de desastres

Patricia A. Bolton

Introducción

Se supone que el estrés más grave que resienten las víctimas de un desastre natural es consecuencia de haber vivido directamente la destrucción física de vidas y propiedades. Por ejemplo, una persona puede ser arrastrada por un torrente, quedar atrapada en un edificio desplomado o ser testigo de la muerte de sus familiares durante una inundación, un terremoto o un huracán. Algunos individuos expuestos directamente a las fuerzas destructivas de la Naturaleza pueden experimentar reacciones emocionales que los dejen inválidos por el traumatismo personal sufrido durante el desastre Sin embargo, la mayoría de los sobrevivientes afrontan la situación de manera adecuada y pueden adaptarse rápidamente y recuperar su comportamiento normal.

El comportamiento típico después de un desastre se puede dividir en varias fases.(1,2) En las horas y los días que siguen a la catástrofe los sobrevivientes dirigen sus esfuerzos en primer lugar a la seguridad y cuidados médicos de sus parientes; después, a las necesidades de emergencia de otras personas, y por último a las necesidades básicas de alojamiento temporal para el núcleo familiar. Tan pronto se puede, los sobrevivientes se dedican a la recuperación de sus hogares y trabajos, y reanudan sus tareas ("papeles") en la familia y la comunidad. Por las pérdidas físicas y materiales y por la necesidad de adaptaciones organizacionales, esta fase de recuperación también puede ser un periodo de estrés relativamente grande para los integrantes de una comunidad afectada por un desastre natural.

Desorganización de la comunidad como agente estertor

Después de la fase de emergencia, cada núcleo o unidad familiar se establece en algún tipo de vivienda, aunque sea provisional, y los familiares intentan reanudar sus actividades cotidianas. Según lo permita la situación, los miembros de la familia se ocuparán de sus actividades típicas, como asistir a la escuela, cocinar, ir de compras y distraerse. Sin embargo, las circunstancias en que se desarrollan dichas actividades pueden haber cambiado radicalmente después del desastre.(3) Por ejemplo, quizá falten algunos miembros de la familia o estén inválidos por sus heridas. Las fuentes de ingresos pueden haberse desmantelado. Posiblemente la familia tenga que afrontar la destrucción o el deterioro de su vivienda y la pérdida de sus bienes, o la necesidad de trasladarse a otra parte del poblado. Puede ser necesario buscar la ayuda de parientes u otras personas, incluso si la familia habla sido autosuficiente. Mercados y tiendas, sitios de trabajo y escuelas que eran parte de un entorno conocido pueden estar dañados o haber sido reubicados, y parques, restaurantes y teatros pueden haber quedado destruidos. Los sitios conocidos y las calles y sendas familiares pueden haber desaparecido entre los escombros.

Los datos de investigaciones sobre los efectos de los desastres naturales indican que alteran el entorno de la vida cotidiana y que el nuevo medio físico-social en que deben realizarse las actividades diarias constituye una fuente más de estrés.(4) Mientras más tiempo dure tal situación, es mas probable que un gran número de personas en la comunidad afectada por el desastre experimente algunos síntomas de tribulación, como angustia, fatiga o pena. Tal aflicción no depende del trauma directo del desastre sino de las frustraciones que surgen cuando la situación social y económica perturbada no se normaliza con la prontitud debida.

Por lo expuesto, en desastres de gran escala, cuando el ritmo de la reconstrucción es lento o incierto, los profesionales de la salud y la psicología deben estar alerta de las consecuencias de las frustraciones causadas por las condiciones de vida penosas e incómodas y por el esfuerzo diario por recuperarse de las pérdidas y restablecer un estilo de existencia similar al que privaba antes de la catástrofe. Además, la tribulación de los sobrevivientes puede agravarse con el paso del tiempo, al frustrarse las esperanzas de ayuda por parte de programas de asistencia que se materializan insuficientemente.

Variables en el marco para la recuperación

El proceso de recuperación comunitaria es distinto en cada caso de desastre, y el de recuperación familiar es diferente para cada hogar. Al considerar la naturaleza y extensión de los problemas psicosociales que pueden aparecer después de una calamidad especifica, es importante considerar los tipos de pérdida y desquiciamiento ocurridos y la magnitud de la afectación de los sectores de la comunidad.

La rapidez de la reorganización y la reconstrucción de una comunidad después de un desastre natural dependerá de los siguientes factores: las condiciones económicas y el nivel de integración social que habla antes del desastre; la extensión y la naturaleza de la destrucción y las averías físicas y, por lo tanto, la magnitud del desquiciamiento social; y los recursos (locales, nacionales e internacionales) disponibles para reparar y restablecer los servicios públicos y ayudar en la rehabilitación de negocios y familias. A nivel familiar funcionan factores equivalentes. La rapidez con la que cada familia se recupera guarda relación con los recursos económicos que tenía antes del desastre, su integración social, la magnitud de sus pérdidas humanas y materiales y el dislocamiento de sus ingresos; y su acceso a recursos (personales, familiares y organizativos) para recuperar techo y trabajo.(5,6) La reconstrucción lenta a nivel comunitario puede desacelerar más la recuperación de la familia.

El objetivo de este ensayo es señalar las situaciones que surgen durante el proceso de recuperación, que pueden contribuir al incremento de problemas psicosociales después de un desastre, Tres catástrofes en América Latina que la autora conoce en detalle pueden servir de ejemplo de situaciones y desquiciamientos en la vida de la comunidad después de una calamidad. Las descripciones intentan ilustrar la forma en que los estreses impuestos a miembros de la comunidad pueden variar de un desastre a otro; con ello, se busca sugerir que también puede variar la extensión y el momento de la intervención psicológica apropiada. El primer ejemplo es el del gran terremoto ocurrido en Managua, Nicaragua, en diciembre de 1972. Dos desastres más recientes en Colombia y Ecuador constituyen ejemplos de índole diferente de tales acaecimientos. La información sobre el terremoto de Managua se obtuvo a través de un extenso estudio de reconstrucción y recuperación familiar.(7) La información sobre los dos desastres más se obtuvo durante visitas personales para observar las consecuencias socioeconómicas de la destrucción del pueblo de Armero, Colombia, después de la erupción volcánica de 1985, y de los daños causados por temblores y deslizamientos de tierra en el norte de Ecuador, en 1987. Los informes sobre las observaciones de los dos últimos desastres están en fase de publicación por el Consejo Nacional de Investigaciones de los Estados Unidos.

El terremoto de Managua

En 1972, se calculaba que la población de Managua era de 400,000 a 450,000 habitantes. El gran terremoto y los temblores que le siguieron comenzaron el 23 de diciembre, destruyeron más de la mitad de las viviendas de la ciudad y dañaron gravemente a otro 25% más. Fallecieron cuando menos 7000 personas; 20,000 quedaron heridas y más de 200,000 ciudadanos quedaron sin hogar. Las 400 manzanas del centro de la ciudad que fueron completamente devastadas incluían la mayor parte de los edificios del gobierno, el mercado principal y una gran cantidad de tiendas y pequeñas empresas, talleres y servicios de la ciudad.

Por el lado positivo, casi la mitad de la población conservó su vivienda, la mayor parte del sector industrial sobrevivió y, con relativa rapidez, fue posible restablecer la infraestructura de la región (caminos, agua, alcantarillado y electricidad). Las estructuras gubernamental y social quedaron prácticamente intactas, aunque la catástrofe probablemente ahondó la diferencia entre la población más opulenta y la de escasos recursos.

Se hicieron esfuerzos para evacuar la ciudad e instar a las víctimas a permanecer en las ciudades de provincia, pero en menos de un año el número de habitantes en Managua era igual, si no mayor al que tenía antes del terremoto. Conforme sus medios se lo permitieron, los damnificados que vivían en la parte central de Managua compraron, rentaron o invadieron cuanta propiedad encontraron en los alrededores de lo que era el centro de la ciudad, y en las nuevas urbanizaciones de las afueras.

Los planes oficiales de reconstrucción se llevaron a cabo con mucha lentitud. Empresarios individuales tomaron decisiones independientes sobre dónde restablecer sus negocios. La ciudad comenzó a crecer desorganizadamente desde el centro, vedado todavía a los asentamientos humanos. Oficinas gubernamentales, tiendas y pequeños centros comerciales se dispersaron desordenadamente por las regiones de la ciudad menos afectadas. Por lo menos durante un año el tránsito fue desviado del centro de la ciudad destruido y durante dos años, por lo menos, a nadie se permitió el acceso a las propiedades que tuvieran en esa área. Para los residentes de la capital, el proceso desorganizado de reconstrucción desquició gravemente su existencia y actividades diarias y la ciudad, y sus propias vidas no se normalizaban con la rapidez necesaria.

El estudio del proceso de recuperación familiar incluyó entrevistas de 490 familias, ocho meses después del desastre. De ellas, 375 fueron entrevistadas otra vez nueve meses más tarde. El cuadro I muestra algunas condiciones familiares y su recuperación después del terremoto de 1972. Tales datos indican la clase y la duración de las alteraciones que persistieron en el estilo de vida de muchas familias, después del terremoto.

Para la fecha de la primera entrevista, 41% de las familias indicó que, en algún momento después del terremoto, alguno de sus miembros habla sufrido "problemas nerviosos", pero que la mayor parte de ellos no habla persistido. Sin embargo, al parecer, con el paso del tiempo surgieron problemas nuevos. El porcentaje de las familias que señalaron que cuando menos uno de sus miembros sufrió perturbaciones emocionales fue mayor en el mes de mayo de 1974 que en agosto de 1973 (57%, en comparación con 26%). Como señala el cuadro I, incluso año y medio después del terremoto la mayor parte de las familias afectadas consideraban que la calidad de su vida no se habla restablecido al nivel que tenían antes del desastre. Entrevistas detalladas con 20 de estas familias indicaron que tales problemas dependieron básicamente de la frustración experimentada por muchos damnificados en Managua, ante la imposibilidad de recuperar la calidad de vida que tenían antes del terremoto. Otra fuente de tribulación fueron los intentos de desarrollar las actividades diarias en una ciudad que distaba mucho de estar reconstruida.

Aunque las consecuencias del terremoto persistieron, con base en una escala de impactos de pequeña a gran intensidad, el desastre en Managua tuvo un impacto intermedio en la comunidad en su totalidad. Menos del 2% de la población pereció, y aproximadamente la mitad de las viviendas y toda la industria importante permanecieron intactas. Se conservó, por lo expuesto, una infraestructura física y económica sobre la cual fue posible restablecer las actividades habituales de la comunidad. Ello no ocurrió con el desastre en Armero, en el cual el impacto en la comunidad fue extraordinariamente grande.

Cuadro 1. Ejemplos de nivel de recuperación de las condiciones de vida familiar que se tenían antes del sismo (después del terremoto de diciembre de 1972 en Managua, Nicaragua)

Situación de la familia

Antes del terremoto

Agosto de 1973

Mayo de 1974

Cambio de casa dos veces o más desde el terremoto


76%


Vivir en un sitio distinto al de antes


79%

66%

Compartir casa con otra familia

7%

36%

19%

Vivir en casa con uno o dos cuartos

46%

69%

62%

Casa en peor estado que en la que se vivía antes del temblor


70%

58%

Viajar más lejos para adquirir víveres


39%

38%

Imposibilidad de contar con re creo favorito de la familia


44%

31%

El jefe de la familia no tiene empleo de tiempo completo

18%

23%

24%

Mayor dificultad que antes en el viaje al trabajo


41%

44%

Ingreso total de la familia menor que antes


57%

57%

Nivel de vida aun peor que antes


66%


Menor satisfacción con la vida que ames


67%

57%

Un miembro (o más) de la familia tiene problemas emocionales


26%

57%

El desastre de armero

En noviembre de 1985, la población de Armero fue destruida por un lahar o avalancha producido por una erupción del volcán Nevado del Ruiz. El lahar es una avalancha de agua, fango y otros escombros que resulta del derretimiento del cono de hielo y nieve, por la actividad volcánica. El que sepultó a Armero tenía un espesor de cuatro a cinco metros por lo menos y se desplazaba a una velocidad de 35 kilómetros por hora.

Aunque la población había sido advertida con anticipación de la posibilidad del lahar, este cogió por sorpresa a casi todos los 28,000 residentes de Armero. Más del 75% de las edificaciones de la ciudad fueron destruidas o averiadas gravemente por la fuerza del alud. Aproximadamente 22,000 habitantes perdieron la vida. Los que vivían cerca de las zonas altas pudieron escapar a sitios más seguros. Los atrapados en el fango y que sobrevivieron, pasaron una noche de terror y agonía. Muchos damnificados relataron haber visto cómo desaparecían en el fango sus parientes, o haber pasado días sin saber si sus familiares estaban vivos o muertos.

Comparado con el desastre de Managua, el cataclismo de Armero produjo un impacto extremo en la estructura de la comunidad, tanto social como físicamente. Casi todas las construcciones del pueblo quedaron cubiertas por el fango, o gravemente dañadas. No hubo duda del peligro que representaba la situación geográfica del poblado, y se prohibió restablecerlo en su lugar original. En lo tocante al daño de la estructura social, la mayoría de los empresarios, profesionales y funcionarios del gobierno (el sector acomodado de la comunidad), vivía cerca del centro y directamente en el trayecto del lahar. En consecuencia, casi todos los líderes sociales, económicos y políticos de la comunidad murieron. Sin tales elementos básicos para la integración social de la población, era imposible restablecer a breve plazo una comunidad similar, aún en otro lugar.

Sin embargo, hubo unos 5000 a 6000 sobrevivientes que tuvieron que enfrentarse a la necesidad de restablecer una vida normal. Muchos contaban con algunos o con todos sus familiares para empezar de nuevo, pero quedaron totalmente desquiciados otros aspectos de sus vidas. No pudieron restablecer su hogar en un medio conocido, física o socialmente. Perdieron todos sus bienes, y casi todos tuvieron que iniciar un negocio nuevo o encontrar otro empleo.

De los sobrevivientes mencionados, 3000 a 4000 alcanzaron a llegar a otros pueblos y ciudades en los primeros días después del desastre. Con base en datos de otras situaciones de ese tipo, lo más probable fue que estas personas se dirigieran a los sitios donde tenían parientes o amigos, o como otra posibilidad, que acudieran a sitios donde tenían posibilidades de trabajo. Tuvieron que afrontar el hecho de que su vida nunca seria la misma de antes, pero sus esfuerzos para hallar trabajo y hogar quizá fueron más sencillos que los de los damnificados de Managua, porque las comunidades a las que se trasladaron estaban intactas.

Otros 2000 a 3000 sobrevivientes, entre ellos muchos niños, vivieron durante algún tiempo en hospitales, campamentos de damnificados y otras instituciones. Muchos de ellos sufrieron perturbaciones emocionales en las primeras semanas, especialmente los lesionados por el lahar y los que fueron separados de sus familias durante el desastre o cuando fueron evacuados a las instalaciones médicas.(8)

Los sobrevivientes observados en los campamentos de refugio, unos tres meses después del desastre, por lo general eran pobres desde antes del cataclismo. El hecho de que permanecieran en los campamentos y otros refugios comunales sugiere que no tenían otros vínculos familiares de apoyo o que su preparación básica para trabajar no era adecuada para facilitar su nuevo establecimiento en otra comunidad.

En los primeros meses en los campamentos las necesidades básicas de los damnificados de Armero fueron satisfechas por organismos de asistencia internacional, y se estableció un programa para darles una suma de dinero semanalmente. Los mecanismos oficiales establecidos para ejecutar los programas de alojamiento y ayuda a los damnificados se toparon con dificultades financieras y de organización, lo cual agravó la incertidumbre del futuro de las víctimas.

Observaciones de este desastre y otros semejantes sugieren que los damnificados que confían en los programas oficiales de asistencia pueden llegar a un punto en el que se sientan que tales programas no facilitan sino que frenan su recuperación, cuando la ayuda que esperaban no se materializa en el plazo de unos pocos meses. La incertidumbre de situaciones de ese tipo, y la falta de control de la persona sobre sí misma cuando está en una posición de dependencia, probablemente causan tensión en muchos.

Siete meses después del desastre de Armero, se señaló que 56% de las víctimas que vivían en los campamentos de refugiados tenían síntomas de problemas emocionales,(9) según los datos de interrogatorios. Factores significativos en su desquiciamiento emocional fueron la pérdida de la esperanza de recibir la ayuda necesaria, insatisfacción con las circunstancias de alojamiento, y problemas de empleo.

Otra característica del desastre de Armero digna de atención fueron las consecuencias económicas observadas en otras comunidades de la región que resintieron poco o nulo daño directo de los lahares. Los efectos de tales avalanchas en la agricultura, la pesca y el turismo de la región ocasionaron un notable deterioro económico en otras comunidades de dicha zona. Las consecuencias de esas situaciones indican que en muchos desastres naturales también es necesario prestar atención al estrés que surge en comunidades vecinas y no solamente a las condiciones que privan en la comunidad directamente afectada por el desastre.

Los terremotos y los deslizamientos de ecuador

El último ejemplo, el de Ecuador, es el más complejo de los tres casos. La mayoría de los damnificados se refugió en comunidades que habían quedado intactas después del terremoto, pero la economía nacional fue gravemente afectada. Los recursos locales y nacionales fueron escasos para organizar los trabajos de recuperación después del desastre.

Durante la noche del 5 de marzo de 1987, en el transcurso de tres horas ocurrieron dos grandes terremotos que causaron destrucción en la región de la Sierra, al norte de Quito y en la porción septentrional de las tierras bajas de Oriente. En la Sierra, la destrucción se limitó más bien a algunos tipos de estructuras, principalmente casas de adobe de campesinos y aldeanos indígenas. A diferencia de lo ocurrido en los desastres de Managua y Armero, el daño causado por los terremotos de Ecuador afectó a muchos pueblos en un área muy amplia.

Se estimó que unas 10,000 casas en la Sierra quedaron dañadas y que de ellas, unas 3000 tenían que ser reconstruidas, y las otras necesitaban reparaciones para ser habitables y seguras. No hubo muertos, y la mayor parte de las actividades económicas no quedaron desquiciadas por los daños. Tampoco se resintió la infraestructura de la región, como carreteras, puentes y servicios públicos. Los temblores y las averías fueron amedrentadores para los habitantes, y un porcentaje grande señaló haber dormido fuera de sus casas durante varias semanas después del desastre. La consecuencia más importante para los afectados fue que tuvieron que vivir durante meses en cualquier tipo de vivienda que hallaban, mientras se podían reconstruir viviendas permanentes.

En la región de Oriente, los terremotos causaron deslizamientos y derrumbes que desbordaron los ríos. Ambos fenómenos borraron del mapa a algunos poblados y granjas, y no quedó de ellos superviviente alguno. Las inundaciones también destruyeron más de 60 kilómetros de carreteras y puentes que eran la única ruta terrestre entre la población al norte de la zona del deslizamiento y el resto del país.

Las familias campesinas que trabajaban en las laderas donde ocurrieron los deslizamientos y las inundaciones sufrieron el mayor desquiciamiento en sus vidas. Por el cierre de las carreteras y los peligros del área de deslizamientos, fueron evacuadas de la región por un tiempo indeterminado. Unas 2000 a 3000 se fueron, probablemente a vivir con parientes en otros sitios, y unas 1000, se establecieron en campamentos de refugiados en las comunidades al sur de la zona de peligro. Tales damnificados quedaron así separados de sus casas y sus fuentes de ingresos, y casi todos vivieron en tiendas muchos meses después del desastre.

Como ocurrió con la región cercana a Armero, hubo áreas donde se produjo muy poco daño físico, pero en las cuales la economía quedó afectada. En particular, los habitantes de la porción septentrional de Oriente (70,000) durante muchos meses no pudieron llevar sus productos agrícolas al mercado a causa de la destrucción de los puentes y de la carretera, por los aludes.

Posiblemente la consecuencia más grave de los deslizamientos fue la destrucción de una parte del oleoducto transecuatoriano, que paralizó casi toda la producción de petróleo en Ecuador durante unos seis meses, e hizo que se perdiera más de la mitad de los ingresos por exportación en dicho país. Por los problemas económicos surgidos a nivel nacional, cabría decir que el desastre afectó a todos los ecuatorianos.

Sin datos específicos, la autora podría predecir que el porcentaje mayor de problemas emocionales se observó en familias que afrontaron el más grande desquiciamiento de su "estilo" de vida, en los meses que siguieron al desastre: los refugiados provenientes del área de deslizamiento. Tres factores agravaron esos problemas: la necesidad de vivir apiñados en campamentos, como forasteros, en las comunidades donde se establecieron las tiendas de campaña; la incertidumbre que todavía existía sobre la posibilidad de volver a sus fincas y sembradíos, o si tenían que establecerse en otra parte, y el hecho de que la mayoría de dichas personas eran colonos, que llevaban menos de 10 años en el área y no tenían vínculos familiares o de otro tipo por medio de los cuales pudieran obtener el apoyo necesario.

Las víctimas que carecían de vivienda en la Sierra también se quedaron expuestas a otro estrés, al contar provisionalmente con las viviendas humildes para residir durante muchos meses. Para muchos más, existía gran incertidumbre sobre la fecha en que podrían tener otra vez un hogar permanente, dado que los programas de asistencia para reconstrucción de vivienda marchaban con ritmo variable. Sentir un terremoto intenso era una experiencia nueva para muchos, y agregó una causa nueva de angustia a sus vidas. Las familias en la Sierra con los problemas más graves fueron las que vivían en casas alquiladas que se desplomaron como resultado del terremoto. Así desaparecieron las viviendas apropiadas para su nivel de ingresos y no había programas especiales para reparar o construir casas de alquiler. Muchas de esas familias también vivieron en tiendas de campaña durante varios meses.

Cada desastre plantea nuevas interrogantes y brinda oportunidades para investigación de los factores psicológicos, sociales y económicos que agravan o alivian los problemas emocionales entre los damnificados. Un área importante para la investigación es el efecto de los programas de asistencia después del desastre en el bienestar familiar, los valores de la comunidad y el ritmo de recuperación comunitaria y familiar. Por ejemplo, en Ecuador se observaron tres alternativas generales para reconstrucción de viviendas. En algunas comunidades no se ofreció ayuda alguna, y las familias tuvieron que reparar o remplazar sus viviendas en la forma que les fue posible. En otras comunidades, grupos de familias trabajaron juntas, como es tradicional en la Sierra, para construir casas con materiales donados por programas de asistencia. En otras comunidades, un programa de auxilio internacional ayudó a construir casas y las entregó a las familias más necesitadas, sin costo alguno. La comparación de la incidencia y la distribución de los problemas psicosociales entre grupos que intentan solucionar sus problemas de vivienda en formas diferentes será de gran interés y utilidad para los profesionales en lo futuro.

Referencias

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2. Drabek TE: Human system responses to disaster: An inventory of sociological findings. New York, Springer-Verlag, 1986.

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4. Tierney KJ, Baisden B: Crisis intervention programs for disaster victims: A source book and manual for smaller communities. Department of Health, Education and Welfare Publication No. 79-625. Washington, D.C., U.S. Government Printing Office, 1979.

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7. Hass JE, Kates RW, Bowden MJ (eds): Reconstruction following disaster. Cambridge. Massachusetts, MIT Press, 1977.

8. Lima BR: Asesoría en salud mental a raíz del desastre de Armero en Colombia. Bol Of Sanit Panam 101:678-683, 1986.

9. Lima BR, Pal S, et al: Screening for the psychological consequences of a major disaster in a developing country. Acta Psychiatr Stand 76:561-567, 1987.

12. La crisis como oportunidad: el diseño de redes de acción organizativa en situaciones de desastre

Louise K. Comfort

El problema: diseño de respuestas organizativas eficaces en casos de desastre

Cuando ocurre un desastre, la familia es quizá la unidad primaria de apoyo emocional para los individuos afectados. Sin embargo, a la vez ella, como unidad social, es la más vulnerable a los cambios repentinos y adversos propios del desquiciamiento humano y económico del desastre.(1) Los investigadores(2,3) han señalado repetidamente la interacción traumática entre las pérdidas emocionales y económicas causadas por el desastre. Las familias que sufren la desaparición repentina de seres queridos, o la pérdida de sus hogares en una catástrofe, están expuestas a una seria amenaza en su seguridad emocional; tienden a reunir estrechamente a su alrededor a los familiares supérstites, a amigos y pertenencias, y buscar así recuperar el sentimiento de seguridad. Cuando dichas familias han sufrido simultáneamente pérdidas económicas graves, o cuando la de por sí existencia marginal que llevan se vuelve año más crítica, sufre menoscabo su capacidad para hacer frente a las exigencias abrumadoras y costosas de rehacer sus vidas. Las pérdidas emocionales y económicas se combinan en una espiral destructiva y las familias, con poca ayuda y aún menos esperanza, pueden asumir una situación de dependencia.

El dilema mencionado es difícil de resolver, puesto que las familias más afectadas necesitan ayuda económica para reorganizar sus vidas. Sin embargo, la asistencia de ese tipo, cuando se brinda sin el debido conocimiento de las necesidades emocionales, o sin una estructura que facilite la adquisición de nuevas capacidades prácticas que permitan afrontar las nuevas circunstancias, puede inhibir los esfuerzos de las familias afectadas. La ironía es que, sin un diseño cuidadoso, la asistencia en casos de desastre puede causar dependencia.

Los desastres, en un segundo nivel de complejidad, generan dinámicas diferentes en la capacidad familiar para responder a la adversidad. Dicha capacidad depende, en parte, de la combinación de diversos tipos de apoyo emocional y económico que provienen de fuentes externas y asequibles a las familias. También depende de las distintas formas en que se estructura para la acción social la respuesta inmediata al desastre, y el grado de retroalimentación hacia los participantes en el proceso.(3,4) La ayuda para damnificados de desastres es, ante todo, una labor que entraña el aprovechamiento intensivo de la mano de obra a nivel local.*

* Entrevista con el director del proyecto de emergencia CATEC/CRS en la provincia de Napo, Ecuador, marzo-julio de 1987. Quito, Ecuador, julio 12 de 1987.

Brindar apoyo emocional y económico a las víctimas de desastres genera el interés, la comprensión y el compromiso de muy diversas organizaciones publicas, privadas y de caridad. Las organizaciones, en su heterogeneidad, desarrollan diferentes técnicas como instrumentos y modelos para dar ayuda a las víctimas y a sus parientes que han sufrido el trauma del desastre.(6) Tales formas de ayuda guardan relación en parte con las respectivas creencias, los intereses y las responsabilidades públicas y sociales percibidas, de las organizaciones de "ayuda".

El hecho que llama a reflexión es que las distintas estrategias y concepciones de ayuda para desastres utilizadas por las organizaciones que intervienen en las operaciones de respuesta y recuperación tienden a producir resultados que difieren significativamente entre los grupos que pretenden ayudar. Más aún, cuando dichas organizaciones operan sin una comunicación sistemática o sin coordinación eficaz con otros grupos en sus actividades asistenciales, pueden producir dentro de la comunidad una situación significativamente peor de la que había antes del desastre.(7-10)** En cambio, cuando las organizaciones diseñan sus programas de ayuda haciendo uso de la comunicación y la coordinación sistemáticas entre los grupos participantes, pueden incorporar a la comunidad a actividades de recuperación y reconstrucción, dejándola en una situación significativamente mejor que la que tenía antes del desastre.(7)

** Entrevistas con los oficiales responsables y observación profesional en las operaciones de desastre en los tornados de Pennsylvania, mayo 31 de 1985; la inundación del Monongahela, noviembre de 1985; el terremoto de San Salvador, octubre 10 de 1986; los terremotos ecuatorianos, fase de reconstrucción, junio-julio de 1987.

Uno de los aspectos más importantes de auxilio en desastres es estructurar el problema de la respuesta en un ambiente de incertidumbre, de manera que la ayuda brindada resulte en el restablecimiento y el desarrollo constructivos de las familias afectadas y de la comunidad en su conjunto. Sin embargo, dicho objetivo exige un examen detenido de las responsabilidades para la acción social y sus limitaciones, tanto de las organizaciones "de respuesta" como de las familias afectadas. Más importante aún, el criterio en que se basan las relaciones entre las organizaciones que intervienen en el suministro de ayuda en desastres y para las familias afectadas, debe ser definido explícitamente para facilitar así el entendimiento común del problema y para señalar su interacción responsable en las operaciones constructivas de recuperación.(3) La claridad en cuanto a las funciones respectivas disipa falsas expectativas y contribuye al desarrollo de la confianza mutua que es esencial para la acción colaborativa y cooperativa.

Suposiciones teóricas para el diseño organizaciones en situaciones de desastre

Seis suposiciones, extraídas de la literatura sobre teoría organizativa y de la observación profesional de operaciones de auxilio en desastres, son fundamentales para estructurar el problema de la ayuda, de modo que ésta se constituya en una empresa constructiva.

En primer lugar, el costo del desastre en vidas y propiedades es significativamente más alto en los países en vías de desarrollo que en los industrializados.* Tres factores contribuyen a tal situación. Los factores demográficos afectan la vulnerabilidad de las poblaciones damnificadas y un porcentaje mayor de la población de los países mencionados suele pertenecer a las categorías más vulnerables: los pobres, los enfermos, los niños de muy corta edad y los sujetos muy ancianos. La infraestructura es de importancia critica y la inversión en construcción, comunicación y servicio de dichos países suele ser limitada. Los ciudadanos de los países subdesarrollados a menudo no cuentan con la información oportuna, precisa y completa respecto al riesgo de desastres y las medidas paliativas apropiadas, por ser aquélla inexistente o inaccesible. Por consiguiente, dichos países son más vulnerables a trastornos repentinos y profundos en su economía y sus sistemas sociales, además de que por si afrontan enormes presiones y tienen menos recursos para utilizar en caso de catástrofes imprevistas.

* Las comparaciones de los costos de desastres en países en vías de desarrollo y en los países desarrollados varían. Algunos analistas estiman que los costos de los desastres en vidas y propiedad son, en promedio, un 30% más altos en los países en vías de desarrollo; otros analistas calculan el doble de esa cantidad. Las comparaciones varían con la solidez de los ambientes estructurales no con los hechos físicos.

En segundo lugar, los desastres pueden ser tomados como oportunidad de renovación y no de destrucción.** Implícita en esta perspectiva está la suposición de que las personas buscan un significado en sus vidas(13) y que intentarán interpretar los sucedidos del desastre de modo que tengan sentido para ellas. Por consiguiente, inclusive las consecuencias destructivas del desastre pueden ser derivadas en "oportunidades" para reexaminar las acciones cotidianas en el ambiente existente. También está implícita en ese concepto la suposición de que las personas buscan controlar sus propias vidas. Puede ser que necesiten conocimientos prácticos, guía, dirección, materiales y asistencia nuevos, pero fundamentalmente la mayoría de la gente está dispuesta a aprender y tiene la capacidad para hacerlo. La paradoja estriba en que el desastre puede destruir las concepciones existentes sobre los obstáculos y limitaciones tradicionales a la acción individual y permitir la formulación de nuevos procesos para el desarrollo individual y de la comunidad. La tarea consiste en especificar los procesos de aprendizaje de manera que la gente los pueda entender y ejecutar, y así haya desarrollo progresivo de conocimientos prácticos.

** Este concepto esta reflejado en el título de este trabajo. El concepto se deriva de la antigua concepción china de la crisis, la cual se escribe en caracteres combinando el carácter para "peligro" con el carácter para "oportunidad", un recuerdo de la oportunidad aparentemente pequeña, pero importante, que puede surgir del peligro. El concepto implica la habilidad humana para transformar el peligro en acción constructiva.

En tercer lugar, la información es un recurso fundamental en las operaciones de respuesta y recuperación. Una de las tareas principales en la asistencia en caso de desastre es estructurar un sistema para la adquisición, el procesamiento y la transmisión de información entre los participantes más relevantes, que facilite la acción informada y coordinada hacia la meta común.(14)

En cuarto lugar, el proceso de respuesta y recuperación es fundamentalmente interdependiente.(15-17) Ningún organismo puede manejarlo y dirigirlo por sí solo. Ningún individuo por si mismo puede tomar siempre las decisiones apropiadas. Diseñar un proceso de retroalimentación de la información en la realización de las medidas de auxilio, que permita el control sistemático del progreso hacia el objetivo común, es esencial para el aprendizaje individual y organizacional en situaciones complejas. El diseño aminora la complejidad y la incertidumbre en casos de desastre, y por lo tanto, contribuye a la eficiencia y eficacia de los pasos tomados en el proceso de respuesta y recuperación.

En quinto lugar, la comunicación guía la acción organizativa, y el estilo al llevarla al cabo es tan vital como su contenido, en un proceso que sobrepasa las líneas divisorias organizativas, jurisdiccionales, disciplinarias y culturales. La comunicación es fundamental para establecer la credibilidad de los principales responsables de la toma de decisiones en el proceso dinámico de las intervenciones en caso de desastres, en los que no suele haber tiempo para la discusión extensa de las alternativas o la búsqueda de mayor información. La credibilidad mencionada genera confianza entre los participantes, lo cual es un punto decisivo para una acción eficaz en el ambiente incierto del cataclismo.*

* Esta premisa concibe las operaciones de respuesta y reconstrucción como redes emergentes de acción social.

En sexto y último lugar, la resolución de conflictos entre las organizaciones participantes y los individuos es parte inevitable de la interacción organizativa en el ambiente dinámico y complejo del desastre. Reconocer los conflictos como un aspecto normal de la interacción organizativa en ambientes complejos es un aspecto básico para el aprendizaje en ese terreno. Los pasos necesarios en este proceso son encontrar los medios para identificar discrepancias entre los objetivos y las acciones; diseñar oportunidades para la revisión, el análisis y el remodelamiento de las acciones prácticas; permitir el reconocimiento de errores sin temor al castigo, y reorientar regularmente las acciones hacia el objetivo deseado, y deben ser incorporados en el modelo de interacción entre las organizaciones participantes en las operaciones de respuesta y recuperación.(19)

En resumen, las seis premisas mencionadas definen una orientación básica hacia la acción organizativa en las operaciones de respuesta y recuperación ulteriores a un desastre en los países en vías de desarrollo. Dicha orientación se dirige hacia la creación de un conjunto de procesos por medio de los cuales las familias damnificadas se puedan ayudar a si mismas y mutuamente, a nivel local. La asistencia técnica, los recursos y la retroalimentación constructiva de la información sobre la marcha de los hechos, promueven y refuerzan el proceso de aprendizaje. El trauma de la catástrofe puede ser literalmente transformado en una oportunidad para el desarrollo de los individuos y las organizaciones. Al aceptar esta orientación, las comunidades se fortalecen con el tiempo, al contar con nuevos modelos de acciones productivas (individuales y organizativas) que fueron inicialmente adoptados como una forma de afrontar exigencias inmediatas del desastre.

Estrategias de ayuda en desastres: evaluación de las características principales

En cualquier cataclismo, virtualmente todos los participantes en las operaciones de respuesta y recuperación aceptan el objetivo general de proteger vidas y propiedades, y el de la recuperación constructiva de las familias afectadas y la comunidad entera. Sin embargo, en donde surgen desacuerdos es en lo referente a las concepciones heterogéneas de lo que constituye la recuperación constructiva y las diversas estrategias para lograrla. Una de las diferencias principales entre el patrón aceptado para las operaciones de recuperación ulteriores a un desastre (el retorno a la situación normal existente antes del desastre) y la aplicación de ese patrón, en los países en vías de desarrollo, es que las situaciones normales que existían en las comunidades antes de la hecatombe son a menudo inferiores en cuanto a salud y seguridad.(18)* El problema de mayor dificultad en la recuperación después de un desastre en los países mencionados es saber si la destrucción que ocurrió se puede convertir en oportunidad para el diseño nuevo y constructivo de las estructuras y las condiciones de vida en las comunidades afectadas.

* Klaus y Bass observaron cinco características que contribuyen al desarrollo de confianza entre la "persona focal" o quien envía el mensaje y los receptores del mismo en el proceso de comunicaciones. Estas características son: 1) transmisor cuidadoso; 2) proceso abierto y en ambas direcciones; 3) oyente cuidadoso; 4) franco, y 5) informal.

Aceptar que el desastre es una oportunidad para reconstruir por medio de métodos de salud y vivienda más seguros y duraderos conlleva costos y beneficios. Hay, antes que todo, un "costo" del aprendizaje. Las familias afectadas tienen necesidades inmediatas y son las primeras en experimentar incomodidad física o la falta de vivienda durante el periodo de reconstrucción. Posiblemente necesiten adquirir nuevos conocimientos prácticos y capacidad para reconstruir sus hogares o métodos culinarios y de cuidado higiénico noveles. Puede ser también que necesiten mudarse a una nueva localidad, menos propensa al riesgo. En segundo término, hay también "costos" en lo tocante a los recursos. Reconstruir a un nivel más alto de seguridad probablemente resultará más caro en términos de materiales, tecnología y pericia. La obtención de esos materiales y conocimientos prácticos probablemente requerirá la ayuda de fuentes externas, ante los limitados recursos de que disponen las comunidades locales. En tercer lugar, hay también un "costo" en término de tiempo y atención. Es probable que la reconstrucción necesite de la coordinación de múltiples organizaciones para obtener provisiones, contratar o entrenar trabajadores, y adaptar nuevas estructuras en los modelos existentes en las comunidades. Cada uno de tales costos debe ser previsto en un diseño comunitario general, y se debe alcanzar un entendimiento común en cuanto a las implicaciones y los compromisos necesarios por parte de los líderes y los miembros de la comunidad.

Sin embargo, los beneficios de los criterios recién mencionados son sustanciales. Si la orientación se dirige hacia el futuro, los proyectos de recuperación y reconstrucción tienen el efecto principal de movilizar las acciones hacia un objetivo positivo, productivo y tangible para las familias y las comunidades. La tragedia del desastre queda asimilada en la reconstrucción para un futuro mejor. Las familias que más han padecido son frecuentemente las primeras en comprometerse en esos proyectos, como una manera de sobreponerse a su pena y de crear un ambiente más seguro para ellas y otros miembros de la comunidad.

En segundo término, la realización del proyecto de reconstrucción se convierte en un instrumento no solamente para la adquisición de nuevos conocimientos prácticos, sino también para aumentar la frecuencia del contacto entre las organizaciones públicas, privadas y voluntarias que intervienen en el proceso. Se convierte, además, en una demostración de la capacidad de dichas organizaciones para trabajar unidas y constructivamente en la realización del objetivo común. La gente aprende a troves de la acción, y las necesidades de la reconstrucción conllevan la finalidad práctica de organizar nuevos modelos de comunicación y coordinación entre las corporaciones de auxilio por medio de una red de acción social, que puede ser utilizada para iniciar otros proyectos de desarrollo comunitario.

Finalmente, la culminación fructífera de los proyectos de reconstrucción acrecienta la memoria colectiva de acción responsable, tanto de la comunidad como de las organizaciones participantes. El valor simbólico del proyecto combina el propósito ético de renovar la vida de la comunidad con la demostración práctica de conocimientos, organización e iniciativa de las organizaciones participantes. Esta "memoria colectiva" enriquece la percepción del aprecio de la comunidad y de su habilidad para trabajar eficazmente con organizaciones externas, lo cual es importante para las tareas ininterrumpidas de aprendizaje y producción en los países en vías de desarrollo.

Criterios para ayuda en desastres

El objetivo de la ayuda en desastres es aceptado casi universalmente, pero el diseño de los tipos de auxilio y las maneras de suministrarlo generan criterios y prácticas que varían ampliamente. Cuatro preguntas son fundamentales para el diseño se las operaciones de respuesta y recuperación ulteriores al desastre. Ellas son:

1. ¿Quiénes necesitan ayuda?
2. ¿Qué clase de ayuda necesitan?
3. ¿Qué recursos están disponibles para suministrar esa ayuda?
4. ¿Cómo se puede adecuar la ayuda disponible a las necesidades identificadas?

La información exacta, oportuna y completa, recogida en respuesta a las tres primeras preguntas rige en gran medida el alcance de las operaciones de respuesta y recuperación. La cuarta pregunta, sobre cómo adecuar la ayuda disponible a las necesidades identificadas, se puede resolver más fácilmente con base en la búsqueda inicial de información.

La información es también algo que probablemente sea difícil de obtener en forma completa y rápida en los países en vías de desarrollo, ya que quizá no se disponga de manera fácil de la infraestructura para la educación y la tecnología de comunicaciones que faciliten las indagaciones, especialmente en las comunidades rurales. Por consiguiente, hay una necesidad fundamental de diseñar y planear la búsqueda de información, la transferencia y las funciones organizacionales de aprendizaje como parte integral del proceso de auxilio en desastres.(9) La información es el vinculo para la acción y el factor que guía el proceso de aprendizaje de los individuos y las organizaciones. Este proceso puede ser representado por el siguiente ciclo. formulado por Argyris:(13)


Figura

En el diseño de las operaciones de respuesta y recuperación intervienen muchas características adicionales, sea por selección o por omisión. Es posible comentarlas todas en este breve ensayo, pero conviene identificar cinco características principales que, si son tomadas en consideración, permiten obtener buenos resultados dentro de la comunidad. A la inversa, si tales características no son tenidas en cuenta, quizá contribuyan a crear conflictos entre las organizaciones participantes en las operaciones de desastre. Estas dimensiones son:*

1. Comunicación clara del objetivo de la ayuda brindada a las familias afectadas
2. Conocimiento de las tradiciones y organizaciones locales y respeto por ellas
3. Estándares claros para precisar la necesidad y la distribución de ayuda
4. Comunicación abierta y bidireccional entre todos los participantes en el proceso
5. Retroalimentación rápida "sobre la marcha" del proceso.(20)

*Estas características se basan en investigaciones anteriores y la observación profesional.

Entre los factores que inciden en las características propias del diseño de asistencia para las comunidades afectadas están binomios como: bienes económicos vs. apoyo emocional; objetivos a corto plazo vs. objetivos a largo plazo; toma autoritaria de decisiones vs. toma participativa de decisiones, y recursos financieros gubernamentales vs. recursos económicos voluntarios.

Cada una de las dimensiones señaladas representa un continuo de tipos de acciones, que van desde las instrucciones objetivas hasta el intercambio subjetivo, en vez de ser un conjunto de categorías que se excluyan mutuamente.(21) Además, todo programa de ayuda en desastres por lo general incluye una mezcla dada de las dimensiones citadas. Resulta interesante, en lo referente a su efecto en la capacidad de la comunidad afectada para lograr la recuperación constructiva, el equilibrio entre las instrucciones e intercambios en ese conjunto de dimensiones que definen a los programas de ayuda en desastres. A medida que las dimensiones se inclinan hacia los extremos del continuo, es probable que las organizaciones que participen en operaciones de respuesta y recuperación logren mayor eficacia pero entren en conflicto. Encontrar el equilibrio en cada dimensión, y más aún, dentro del conjunto de dimensiones, es parte de la planificación de la atención en casos de desastres. Es poco probable que ello ocurra al azar.

Operaciones de auxilio en el desastre del 5 de marzo de 1987 en Ecuador

Muchas organizaciones participaron en las operaciones de respuesta y recuperación después de los terremotos en Ecuador. Todas ellas contribuyeron con tiempo, esfuerzo y materiales para mitigar el desastre, y son dignas de reconocimiento por sus contribuciones. Sin embargo, los programas tuvieron diferentes efectos en las comunidades que intentaban ayudar. Es imposible señalarlos todos en este breve ensayo. No obstante, mencionaremos dos programas que abarcaron múltiples niveles de agregación en la movilización de recursos y que lograron buen éxito, según patrones diferentes, y con ello ilustraremos el dilema y la complejidad del problema. La finalidad de esta investigación no es juzgar los esfuerzos que se han hecho, sino plantear algunas preguntas respecto a los medios más eficaces de diseño organizativo para los programas de asistencia comunitaria, en futuros desastres.

El primer programa fue llevado a cabo como un ejemplo clásico de ayuda internacional en desastres. Funcionó sin ningún contratiempo y de manera eficiente y rápida, lo cual fue facilitado por la utilización de comunicaciones avanzadas, transporte aéreo y profesionales con experiencia y entrenamiento. Sin embargo, el programa también fue ejecutado como una contribución pública de un gobierno amigo a una nación necesitada, y por consiguiente, estuvo sujeto a toda la publicidad y las limitaciones de acción propias de un ambiente político. Tal situación alteró significativamente el marco de la operación y las relaciones entre las organizaciones donantes y las receptoras.

El 5 de marzo de 1987 dos terremotos sacudieron los edificios y desquiciaron el suministro de electricidad y las vías de comunicación en Quito, Ecuador. El primero, que alcanzó 6.1 puntos en la escala de Richter, ocurrió a las 20:54 horas, sacudió la loza de las alacenas y agrietó construcciones en Quito. Los residentes de la ciudad se percataron del sismo pero no lo consideraron como una interferencia grave en sus ocupaciones cotidianas. El segundo terremoto ocurrió a las 23.10 horas y registró 6.8 grados en la escala de Richter. Sacudió a la ciudad con más fuerza, pero sin amenazar la vida de sus habitantes.*

*United Nations Economic Commission for Latin America and the Caribbean - ECLAC: "El Desastre Natural de Marzo de 1987 en el Ecuador y sus Repercusiones Sobre el Desarrollo Económico y Social", 22 de abril de 1987, Original: Español, No. 87-4-401:5. Otros reportes del desastre señalan que la intensidad del primer terremoto el 5 de marzo de 1987, fue de 6.0 en la escala de Richter.

El 6 de marzo de 1987, después de inspeccionar la seguridad de los empleados de la misión diplomática, la de sus familias y la de los ciudadanos estadounidenses en el país, el personal de la embajada de los Estados Unidos orientó su atención hacia los intereses de dicho país en otras áreas del Ecuador que pudieron haber sido afectadas por los terremotos. En la capital se hablan recibido pocas noticias de las comunidades cercanas al epicentro del terremoto en la provincia de Napo. Estas comunidades estaban localizadas a lo largo del oleoducto transecuatoriano, operado por un consorcio de la Compañía Nacional de Petróleo Ecuatoriana y la Texaco Oil Company, de los Estados Unidos. El personal de la embajada reconoció la necesidad de obtener más información sobre los intereses sociales y económicos vitales y comunes, en juego.*

* Entrevista con un oficial de la Embajada de los Estados Unidos, Quito, Ecuador, 7 de marzo de 1987.

El sábado 7 de marzo de 1987, el embajador de los Estados Unidos y miembros de su personal hicieron un vuelo de reconocimiento en helicóptero sobre la zona del epicentro del terremoto, cerca del volcán Reventador. El equipo observó la destrucción causada por los terremotos y los derrumbes resultantes en ríos, oleoducto, carreteras, puentes, pueblos y habitantes de la zona. El embajador regresó a Quito e inmediatamente declaró el estado de emergencia, lo cual le permitió utilizar $25,000 dólares como auxilio para desastres en el país. Además, trabajó con su equipo en la preparación de una solicitud de asistencia adicional a la Oficina Estadounidense de Asistencia en Desastres, en Washington, D.C.** El cable salió de Quito a las 22:00 horas del sábado 7 de marzo de 1987; cuatro horas más tarde, a las 02:00 horas de 8 de marzo, El Director Adjunto para Latinoamérica de la OFDA recibió la notificación del envío de diversos materiales de ayuda a Quito y se le pidió que hiciera los arreglos necesarios para su recepción en Ecuador. A las 7:00 horas del mismo domingo, un avión de carga C-130 del gobierno de Estados Unidos aterrizaba en Quito con 500 tiendas, 400 rollos de hoja de plástico, y provisiones adicionales para ser distribuidas entre los damnificados.*** El gobierno de los Estados Unidos entregó las provisiones directamente al Comité Nacional de Operaciones de Emergencia (COEN), establecido por el gobierno ecuatoriano para enfrentar la crisis.

** Borrador del telegrama de la Embajada de los Estados Unidos, Quito, Ecuador, 7 de marzo de 1987, 22;00 horas. Archivos de la Oficina para Asistencia a Desastres en el Exterior de los Estados Unidos, Washington, D.C.

*** Entrevista con el Oficial Ejecutivo de las operaciones de desastre de USAID, Terremotos del Ecuador, Quito, Ecuador, 17 de junio de 1987.

Con arreglo a las leyes ecuatorianas, la Defensa Civil tiene la responsabilidad directa de distribuir la ayuda para desastres, a las comunidades y familias necesitadas. Bajo la dirección de COEN, la Defensa Civil procedió a establecer centros de asistencia en las tres zonas afectadas. Dentro de los parámetros establecidos para la provisión de ayuda de gobierno a gobierno, el personal, de la misión diplomática de los Estados Unidos habla realizado la primera tarea de auxilio en desastres, al identificar las necesidades y movilizar los abastos para cubrirlas de modo eficiente y rápido. Profesionales experimentados habían respondido a las exigencias del desastre, con arreglo a los patrones idóneos de su misión diplomática.

La segunda tarea del programa de gobierno a gobierno, la distribución de las provisiones, era más difícil, compleja e incierta. Comprendía adecuar los escasos recursos, a múltiples y apremiantes necesidades ¿Cómo podían ser repartidas las provisiones, a quién y con qué grado de "verificación de recibo"? El envío de provisiones a las áreas rurales remetas entrañaba una gran labor de logística. Identificar las familias víctimas del desastre o establecer criterios para la distribución de la asistencia en una zona en que todas las familias la necesitaban, y hacer frente a aspectos lastimeros como hambre, desesperación y dolor humano, eran tareas difíciles que no podían ser resueltas con simples consideraciones técnicas.

La Oficina Internacional de los Estados Unidos de Asistencia en Desastres llevó de manera temporal a consultores experimentados para ayudar en la distribución de las provisiones, específicamente las donadas por los Estados Unidos.* A los voluntarios de los Cuerpos de Paz se les solicitó su colaboración en las zonas rurales, donde trabajaban. Sin embargo, el proceso de distribución se topó con muchas dificultades.

*Entrevista con el Oficial Ejecutivo de las operaciones de desastre de USAID, marzo 5 de 1987, Terremotos del Ecuador, Quito, Ecuador, junio 17 de 1987.

La Defensa Civil Ecuatoriana era legalmente responsable de la organización y distribución de ayuda a los damnificados en las zonas afectadas. Sin embargo, la distribución de provisiones era una tarea grande y compleja, que debía realizarse en condiciones difíciles y con demandas urgentes que requerían una respuesta inmediata Sin embargo, dicha corporación está aún en fase de desarrollo y cuenta con personal, transporte y equipo limitados. Las demandas locales eran impostergables y los comités locales de Defensa Civil tenían experiencia o entrenamiento escasos en operaciones de desastre. La necesidad de conducir simultáneamente las operaciones en tres zonas diferentes forzaron al máximo la capacidad de administración de una organización nacional con personal, equipo y recursos limitados. Las tareas adicionales de separar y distribuir las provisiones y los materiales enviados por Estados Unidos y cualquier otro país amenazaban con sobrecargar la capacidad de la ya agobiada organización. Los recursos reales de la Defensa Civil no se adecuaban a las exigencias prácticas de la tarea. En ese momento de sobrecarga, decayeron la coordinación, la comunicación y la capacidad para resolver problemas, y cualquier organización hubiera incurrido en los mismos patrones disfuncionales.(23,24)

Todavía más, casi todas las familias en las zonas de desastre necesitaban auxilio, aunque no hubieran sufrido directamente el impacto. Por consiguiente, las provisiones básicas, como comida y mantas, eran deseadas y necesitadas igualmente por las familias que no hablan sido afectadas directamente por el desastre, y también por las damnificadas. Era extraordinariamente difícil distinguir entre las "víctimas del desastre" y los grupos que sufrían los niveles ordinarios de pobreza en las comunidades. Distribuir provisiones solamente a las personas cuyos hogares hablan sufrido daños era percibido como algo injusto por las familias que carecían de techo o que pasaban hambre o frío como problemas diarios

Un tercer problema era la perspectiva cronológica fijada para el proyecto. La distribución de provisiones fue concebida inicialmente como un proceso a corto plazo. La meta era conseguir provisiones para las víctimas del desastre, tan pronto fuera posible, hasta que la normalidad pudiera ser restaurada. Sin embargo, con los caminos y puentes destrozados en la provincia de Napo y con tanta gente desempleada como consecuencia del desastre, no podían reanudarse fácilmente "las condiciones normales" de las operaciones de mercado. Era, sin lugar a dudas, un problema a largo plazo y que requería de un diseño cuidadoso A falta de él, las actividades de distribución estaban sujetas a distorsiones y manipulaciones en beneficio de intereses particulares. Por ejemplo, al no haber medios para verificar la necesidad o el recibo de provisiones, algunos residentes locales regresaban repetidamente a los centros de distribución para conseguir provisiones escasas, y así colocaban sus intereses particulares por encima de los de otras personas más necesitadas, o de los de la comunidad en general.*

*Entrevista con un trabajador voluntario en el centro de asistencia en Baeza, Quito, Ecuador, julio 3 de 1987.

También surgieron problemas imprevistos en el uso que se dio a las provisiones distribuidas. Las hojas de plástico en rollo tenían la función única de proteger inmediatamente contra la lluvia, mientras se hacían arreglos para conseguir otros refugios para las familias. Sin embargo, a finales de junio de 1987, cuatro meses después del desastre, todavía había gente viviendo en los refugios de plástico. En las zonas altas de los Andes, algunas familias contrajeron pulmonía u otras enfermedades como consecuencia de vivir en situación tan vulnerable, y en Olmedo, un pueblo pequeño de 1550 habitantes en la provincia de Pichincha, por lo menos 10 niños murieron por exposición al frío y falta de cuidados médicos.** La conveniencia de utilizar materiales plásticos para refugios temporales en climas de montaña variables debe ser estudiada cuidadosamente antes de que sean usados en futuros desastres.***

**Entrevista con un voluntario de la comunidad católica, Olmedo, Ecuador, julio 27 de 1987.

***Los informes estadounidenses oficiales sobre la distribución del plástico presentan la operación como un éxito. En efecto, en términos de logística y responsabilidad, los documentos muestran que el proceso funcionó adecuadamente.

La complejidad de las operaciones, conducidas en tres áreas geográficas afectadas, cada una con climas y niveles de necesidad económica diferentes y con escalas de apoyo comunitario que variaban ampliamente, dificultó en grado sumo la distribución de la ayuda de manera rápida, equitativa y eficaz. Las circunstancias fueron muy importantes desde el punto de vista de la obtención de conocimiento profundo de la interacción entre gobiernos, en el diseño de programas eficaces de ayuda en desastres. Sin embargo, al terminar el periodo de participación activa de la misión de Estados Unidos no se hizo valoración sistemática alguna de los efectos duraderos de las actividades emprendidas en los programas de ayuda a las comunidades afectadas. La retroalimentación de la información a los estadounidenses responsables en la toma de decisiones que intervinieron en el proceso de ayuda para desastres reflejó únicamente los actos iniciales de movilización y distribución de recursos, no el conjunto completo de las consecuencias que se derivaron de ellos. En términos de la capacidad para movilizar recursos y traerlos a Ecuador, el programa de gobierno a gobierno funcionó virtualmente sin fallas. En términos de su impacto en la gente y las comunidades de las zonas afectadas por el desastre, subsisten dudas.

El segundo proyecto fue puesto en marcha conjuntamente por dos organizaciones voluntarias privadas, la Corporación de Apoyo a la Tecnología y la Comunicación (CATEC), y el Catholic Relief Services (CRS). De modo general, el proyecto, aunque orientado hacia el mismo objetivo de ayuda y también con recursos de niveles internacionales de organización, adoptó una estrategia distinta y obtuvo resultados muy diferentes.

Después que ocurrieron los terremotos, el director del programa de CRS en Quito notificó inmediatamente las características del desastre a la oficina central en Nueva York y solicitó ayuda. Cuando el New York Times confirmó la gravedad del sismo, el director de CRS en Nueva York autorizó un desembolso inmediato de 5000 dólares para la integración de un equipo interdisciplinario de profesionales, que hiciera una evaluación sistemática de las necesidades en la zona del desastre. El equipo profesional, formado por dos sociólogos y un ingeniero, conocían en detalle a la gente, las tradiciones y las estructuras de la zona afectada. También aportó a la tarea su experiencia previa en operaciones de ayuda en desastres internacionales. Contratado el 10 de marzo de 1987, partió inmediatamente al terreno de los hechos y comunicó su retorno el 12 de marzo de 1987.*

*Entrevista con el director del programa de Catholic Relief Services, Quito, Ecuador, julio 12 de 1987.

Con base en sus hallazgos, el equipo de evaluación CRS/CATEC propuso un plan para un proyecto de emergencia en la provincia de Napo,** el cual tenía varios aspectos importantes. En primer término, estaba diseñado para brindar ayuda por un periodo de cuatro meses; esta asignación de tiempo entrañaba un reconocimiento de los efectos persistentes del trauma y la dificultad de la gente común para adaptarse a un cambio mayor e inesperado en su vida. En segundo lugar, el plan utilizó la forma tradicional de trabajo comunal ecuatoriano, la "minga", como el instrumento para la ejecución del diseño. En ella, las personas donaban su tiempo para el trabajo comunitario en la minga, pero CRS/CATEC los auxiliaba con la comida y las provisiones básicas para sus familias, mientras lo realizaban. Dicha ayuda material liberaba a los trabajadores de la preocupación por las necesidades de sus propias familias, y reforzaba las normas de cooperación en el servicio comunitario.

**Entrevista con el coordinador del proyecto CRS/CATEC, "Emergency project in Napo Province, Ecuador", marzo de 1987.

En tercer término, el proyecto estableció un conjunto claro de procedimientos para llevar registros de las provisiones distribuidas y recibidas. Todas las familias que habían sufrido el impacto directo del desastre fueron identificadas a través de un censo levantado en cada comunidad inmediatamente después del sismo, y se definió el grado de sus obligaciones familiares y de cualquier necesidad especial. Cada familia que recibía ayuda firmaba un recibo por esa cantidad, y así se llevaron cuentas semanales de las provisiones distribuidas, las cuales se enviaron a la oficina del director del programa en Quito. La distribución se basó directamente en el grado de necesidad, y se adujeron las normas de cooperación comunitaria para frenar los intentos individuales por obtener más de lo que le correspondía a cada familia, a expensas de otras en la comunidad Este procedimiento permitió al proyecto mantener registros de los requerimientos que se iban cubriendo y de las provisiones más necesarias. También fomentó la responsabilidad y la franqueza en quienes las recibían. De igual manera, la OFDA empleó el procedimiento de obtener recibos por el plástico entregado a los residentes de las comunidades, como una forma de alentar la administración responsable de los materiales de ayuda En los casos en que ambos programas operaron con base en los mismos estándares profesionales, se reforzaron las normas de acción responsable y cooperación en la recuperación de las comunidades afectadas por el desastre.

Finalmente, y quizá de mayor importancia, el proyecto escogió como coordinador a una persona que debía trabajar en el campo por lo menos tres días por semana, durante cuatro meses. Fue cuidadosamente elegido por su experiencia previa en trabajo de campo en las comunidades rurales; él brindaba a los residentes de ellas los materiales que necesitaban, asistencia técnica y, sobre todo, esperanza e incentivos en la rigurosa tarea de reconstruir sus hogares, granjas y vidas Su estilo de comunicación con los residentes de las comunidades era informal y justo, pero firme. Al demostrarles que existía otra posibilidad para reconstruir sus comunidades derruidas, fue capaz de ganarse la confianza de los residentes y de alentarlos en sus esfuerzos para asumir su responsabilidad en la reconstrucción de sus hogares y comunidades. No fue una tarea fácil, dado que era muy alto el nivel de ansiedad entre los residentes de dichas comunidades, con bases económicas marginales y con riesgos sísmicos permanentes. Sin embargo, el programa de CATEC/CRS ofreció una meta clara para la acción de la comunidad y tiempo, guía e interacción directa con los residentes, suficientes para tener otra visión del desastre, visión que conllevaba la oportunidad de un cambio constructivo.

Varias características importantes distinguieron la ejecución del proyecto de CRS/CATEC, de la del proyecto de la misión de los Estados Unidos en sus operaciones en el Ecuador. En términos de solidez, cinco factores mostraron diferencias significativas entre los dos programas. En primer término, al operar como organización voluntaria privada, CRS/CATEC pudo tomar decisiones sin la aureola de publicidad ni el rejuego de intereses particulares que acampanan a las acciones gubernamentales, independientemente del cuidado puesto en su diseño, orientado hacia objetivos humanitarios. Tal ventaja era de importancia capital para ganar desde el comienzo la confianza de los participantes de la comunidad, y para mantenerla en la red de comunicación y acción que enlazaba las organizaciones nacionales e internacionales encargadas de proveer apoyo monetario y técnico al proyecto.

En segundo lugar, la dirección del proyecto era internacional, en términos de ciudadanía y experiencia. El coordinador del proyecto era chileno; el director del proyecto de CRS en Quito era estadounidense; el director de CATEC era ecuatoriano y un participante influyente en el programa era costarricense.* Todos ellos aportaron años de experiencia en trabajos de campo de proyectos de desarrollo internacional y participación directa o indirecta en operaciones internacionales contra desastres. Las experiencias variadas y las múltiples perspectivas con que enriquecieron el diseño del proyecto ayudaron a mitigar los prejuicios nacionales desde cualquier punto de vista, y a reforzar el objetivo común del proyecto, la ayuda humanitaria a las familias y comunidades afectadas por el desastre.

* No se publican los nombres para proteger la confidencialidad de los individuos que ocupan esos cargos.

En tercer término, el proyecto reconoció desde el comienzo que la recuperación y reconstrucción eran objetivos a largo plazo. Incorporó explícitamente en el programa de recuperación la meta de desarrollar la capacidad de las familias y las comunidades para manejar y resolver sus asuntos sobre bases económicas y sociales más sólidas. La destrucción producida por el desastre fue redefinida como una oportunidad para mejorar los niveles de vivienda, agricultura y servicios comunitarios. El proyecto fue diseñado para servir como un escalón para alcanzar esa meta.

En cuarto lugar, el proyecto reconoció las necesidades emocionales de los residentes de la comunidad. La desesperación por la destrucción causada, la incertidumbre sobre el futuro y la ansiedad ante las limitadas alternativas para la acción fueron reconocidas como parte de la carga que afligía a los damnificados que buscaban participar en la acción comunal constructiva. Sin embargo, el proyecto estaba orientado hacia adelante, y no hacia el pasado; despertaba esperanzas de un crecimiento futuro, y no desesperación sobre la pérdida actual.

Por último, la toma de decisiones en el proyecto fue genuinamente participativa. El coordinador de él delineó semana tras semana a los participantes pasos claros para la acción comunitaria. Los pasos se discutieron en reuniones con participantes de la comunidad, y se especificaron y obtuvieron los materiales necesarios para su ejecución. También se lograron acuerdos en cuanto a la asignación de personas a diferentes tareas. Poco a poco, la ansiedad en la comunidad se fue tornando en energía, a medida que la gente comenzó a dirigir su atención a las tareas prácticas presentes de reconstrucción, no al dolor de la pérdida o a la incertidumbre futura por el riesgo sísmico permanente Al tomar parte en la definición de las tareas de reconstrucción, los participantes hicieron compromisos que, públicamente declarados, fueron reforzados por el conocimiento y reconocimiento compartido de la comunidad.

Hubo también puntos débiles en la operación del programa de CRS/CATEC, en comparación con la del programa de gobierno a gobierno de Estados Unidos y el Ecuador. Dichas debilidades representaron, irónicamente, el reverso de los puntos fuertes mencionados. Como programa voluntario privado, el proyecto de CRS/CATEC no tuvo el mismo grado de acceso a los procesos oficiales de toma de decisiones y a la atención que podía generar el apoyo público que los programas "oficiales" tenían. Además, los recursos eran limitados y el impacto de los costos, por ejemplo, el del transporte, durante los cuatro meses de operación, resultó ser muy pesado. La red de apoyo económico para el programa de CRS/CATEC no era tan amplia como el de los programas gubernamentales y tampoco era tan fácil movilizar los recursos. Finalmente, los resultados del proyecto, aunque sólidos y beneficiosos, no pueden duplicarse fácilmente en otros programas de ayuda en desastres. Transformar los resultados de los programas privados en recomendaciones normativas públicas es, en el mejor de los casos, poco factible.

La comparación de los dos programas es interesante porque ilustra el potencial y las limitaciones de ambos tipos de respuesta organizativa ante el desastre. La tarea más difícil es integrar los puntos fuertes de ambos tipos en un diseño más completo para la acción que pudiera mitigar los efectos de futuros desastres, en los países en vías de desarrollo.

Recomendaciones para la acción: transformar la crisis en oportunidad de renovación en las naciones propensas a desastres

La actividad sísmica no cesará a lo largo del sistema de fallas conocido como el "Anillo de Fuego", que atraviesa el Ecuador y otras naciones en las costas occidentales de América. El peligro continúa, y la situación podría plantearse de modo que la conciencia del peligro pueda ser convertida en oportunidad para la colaboración entre las naciones de la región, y así mitigar el riesgo de catástrofes. Hacemos cuatro recomendaciones para actividades que ayuden a transformar el peligro en oportunidad de renovación.

En primer término, el diseño cuidadoso de políticas y programas para mitigar los desastres ofrece a las naciones situadas en el "Anillo de Fuego", un instrumento para hacer frente a los riesgos sísmicos. La información acumulativa sobre la "sismicidad" de la región permite ahora, a los encargados de definir las políticas, idear cursos de acción que minimicen el riesgo para los conglomerados humanos. Es imposible eliminar los terremotos, pero los asentamientos de personas pueden hacerse en localidades y con arreglo a especificaciones que reduzcan sustancialmente la pérdida de vidas y propiedades.

En segundo lugar, trasladar la responsabilidad de ayuda en desastres, de las organizaciones nacionales a las internacionales, puede aminorar la politización inevitable de las acciones de gobierno a gobierno, en programas de asistencia. Las normas de asistencia humanitaria son materializadas quizás mejor por organizaciones con objetivos de auxilio internacional, como el Comité Internacional de la Cruz Roja. Los costos del desastre se distribuirían así a nivel internacional. Por consiguiente, la responsabilidad de organizar la ayuda al ocurrir los desastres puede ser asumida con mayor eficacia por equipos y organizaciones internacionales.

En tercer término, la utilización sistemática de retroalimentación de la información a través de todos los eslabones de acción entre las organizaciones participantes en la ayuda internacional para desastres, y dentro de cada una de ellas, es un paso critico hacia la creación de un "sistema de aprendizaje" de las organizaciones comprometidas en tal misión. La retroalimentación sistemática de la información cierra el circulo en el proceso de aprendizaje sobre la identificación, la creación, la producción y la evaluación y el planteamiento de tareas, o la detección de actividades más nuevas y eficaces.

Por último, una base compartida de información, que represente la experiencia y el conocimiento acumulativo de los profesionales en este campo y de los investigadores respecto a los procedimientos y planes de acción por adoptar en riesgos sísmicos, se convierte en un instrumento poderoso para facilitar el aprendizaje organizacional en este complejo y dinámico proceso. Dicha base puede usarse para diseñar redes de acción organizacional que ayuden a paliar futuros desastres en el continente americano.

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13. La eficacia de los sistemas de alarma en América Latina

Dennis S. Mileti
John H. Sorensen

Eficacia de los sistemas de alarma en América Latina

El 15 de noviembre de 1985 hizo erupción el volcán Nevado del Ruiz, situado en la cordillera central de Colombia, América del Sur. Los materiales arrojados fundieron parte del hielo que cubría la cima del volcán, y desencadenaron una serie de lahares (corrientes de barro volcánico y escombros). Los lahares descendieron y alcanzaron velocidades de incluso 45 kilómetros por hora, a su paso por los valles de los ríos Azufrado, Lagunillas y Guali. La ciudad de Armero, construida en el delta aluvial del río Lagunilla, 2.0-2.5 km río abajo desde la boca de su cañón, fue devastada por la avalancha. En dicha ciudad perecieron de 20,000 a 24,000 personas. Otro alud descendió por el estrecho cañón del río Chinchina, destrozó 400 casas y causó unas 1000 muertes en las proximidades de la población del mismo nombre.

El peligro de que acaeciera la erupción se conocía desde antes de que ocurriera en la realidad. Se hicieron esfuerzos extensos para definir los riesgos en las áreas predispuestas al desastre y los preparativos de urgencia para evacuación y socorro. A pesar de que muchos colaboraron en dicha preparación, se ha sabido que el riesgo en el cual Armero vivió sus últimos días nunca fue reconocido por sus autoridades locales. Por otra parte, el sistema de alarma oficial no alertó a los ciudadanos de Armero en la noche del desastre, quienes en su mayoría se habían retirado a dormir mucho después de cesar la lluvia de cenizas, cuando lo ocurrido durante el día se consideró como un hecho acabado. Se estima que unas 5000 personas sobrevivieron y quedaron desubicadas por el desastre.

La erupción de 1985 y el riesgo continuo de futuras erupciones ilustran de manera impresionante la necesidad de contar con sistemas de alarma y evacuación públicas eficaces, no solamente en América Latina sino en todo el mundo. La finalidad de este artículo es exponer lo que se sabe, desde el punto de vista sociológico, respecto a la forma de materializar en la práctica los sistemas eficaces mencionados y evitar así la posibilidad de futuros casos como el de Armero.

Objetivo del sistema de alarma

La función de cualquier sistema de alarma para emergencias es proteger a los grupos humanos en peligro, de muerte, lesiones y daños. Las personas (científicos y funcionarios) que participan en los preparativos y simulacros del sistema de alarma a menudo no conceden la debida importancia a dicho objetivo. Los sistemas mencionados abarcan muy diversas organizaciones; pertenecer a ellas con una intervención muy limitada en los mecanismos de prevención puede restringir la percepción de los objetivos del sistema de advertencia. Por ejemplo, las organizaciones científicas suelen maestrear y estudiar el ambiente para dar la voz de alerta a la jurisdicción pública. Pasar la información de alerta a un gobernador puede entenderse como el cese de la responsabilidad de admonición del peligro. De este modo, la burocracia política pasa la información al gobierno local y puede considerar que quedó cumplida su tarea de advertencia. Las estructuras de organización y burocráticas de cualquier sociedad son tales que el objetivo primordial de un sistema de advertencia (dar alerta de estados de emergencia a los ciudadanos en situaciones de riesgo) se define demasiadas veces como "la tarea de otros". Como consecuencia, las advertencias reales al público pueden resultar inadecuadas, a pesar de que los miembros organizadores del sistema de admonición sientan que han cumplido con su deber.

Mitos que confunden los objetivos

Existen muchos mitos acerca de la respuesta a las advertencias al público, que tienden a limitar la definición de lo que es una alerta pública adecuada de emergencia. En resumen, dichos mitos pueden desecharse en la forma siguiente.

En primer lugar, el publico no se espanta en reacción a advertencias de desastres inminentes, excepto en situaciones en que existe un espacio físico cerrado, una causa clara e inmediata de muerte, y se cuenta con vías de salida pero obviamente no todos podrán atravesarlas antes de que la muerte alcance a los que quedan atrás. La población no muestra pánico después de una advertencia, salvo en muy raras circunstancias.

En segundo lugar, el público rara vez recibe información muy detallada de una emergencia en las advertencias. Los mensajes detallados pueden y deben ser repetidos en la situación de peligro. La gente está "ávida de información" en una situación de alerta, y deben proporcionársele todos los datos necesarios, pues no hay razón para que no sean parte de los mensajes de advertencia.

En tercer lugar, la eficacia de la respuesta de la gente a las advertencias no disminuye por el síndrome del "pastor y el lobo" (del cuento del pastor que amedrentaba a sus compañeros con falsas alarmas de que el lobo se comería al rebaño, hasta que cansados de los engaños, los demás pastores no le hicieron caso, cuando de verdad llegó el lobo), siempre que las razones que dieron lugar a previos "desaciertos fallidos" hayan sido explicadas al público en cuestión y entendidas por él. Si se produce una falsa alarma y no se trata de explicar por qué ocurrió, tal hecho podría tener repercusiones negativas en la respuesta de la comunidad a futuras advertencias. Las falsas alarmas, si se explican debidamente, pueden mejorar la atención del público frente al peligro, y su capacidad de asimilar futuras advertencias de riesgo. De ese modo, pueden tener su lado positivo.

En cuarto lugar, la gente desea información de distintas fuentes y no la divulgada sólo por un informante. Ello ayuda a que los conglomerados confirmen la información de advertencia y el estado de la situación, y al mismo tiempo crean en el contenido del mensaje de alerta. Distintos portavoces podrían comunicar el mismo mensaje, o un grupo de informantes integrado por diversas personas comunicaría la advertencia repetidas veces.

En quinto lugar, la gente no reacciona a los mensajes de alerta recurriendo a medidas de protección desde que oye la primera advertencia, sino que la mayoría busca más información sobre el riesgo. Todo mundo llama a amigos, parientes y vecinos para averiguar qué piensan hacer, y al mismo tiempo enciende la radio y la televisión para obtener más información.

En sexto lugar, la gente no sigue ciegamente las instrucciones de un mensaje de advertencia que se ocupa justamente de la propia respuesta de las multitudes a dicha advertencia, a menos que en el mensaje se impartan los fundamentos para la orientación, y ellos obedezcan al "sentido común".

Por último, la muchedumbre no recuerda qué significa el sonido de una sirena, pero puede tratar de averiguarlo si el sonido persiste o se repite. Por esa razón, es mejor usar la sirena como un llamado de atención al publico, que saldrá a buscar otra información de emergencia, en lugar de utilizar tal señal como algo que despierte medidas protectoras de tipo adaptativo.

El temor al pánico colectivo en respuesta a las advertencias; la idea de que ellas deben ser breves aunque signifique privar al público de la información necesaria; el temor a las falsas alarmas basado en la suposición del síndrome del "pastor y el lobo" y los otros mitos ya discutidos actúan muchas veces como obstáculos que impiden que los sistemas de advertencia alcancen su objetivo general de incrementar al máximo la probabilidad de que el público en peligro responda en formas tales que minimicen las pérdidas causadas por el impacto del desastre. Es difícil imaginar que este texto pueda convencer a la mayoría de los lectores a que abandonen dichos mitos, que están de algún modo profundamente arraigados en la cultura y que, sin embargo, son equivocados.

Conexiones con los detectores de peligro

Un sistema de advertencia no puede funcionar si la información básica acerca del riesgo y el impacto de peligro no son recibidos por los funcionarios de la localidad encargados de las situaciones de emergencia.

La falta de información adecuada sobre los riesgos por parte de los funcionarios locales ha sido la causa de muchos fracasos en los sistemas de advertencia. Un plan de admonición debe establecer conexiones entre los detectores de peligro y quienes organicen el plan y las tareas en caso de urgencia y desastres.

El siguiente paso es crear la conexión comunitaria apropiada (infraestructura) y un circuito de refuerzo para asegurar la existencia de un medio de comunicación físico. En tercer lugar, hay que establecer y documentar acuerdos referentes al momento en que el detector puede comunicar información a los funcionarios pertinentes encargados de los mensajes de advertencia. Por ultimo, habría que llegar a un acuerdo sobre las formas en que la organización mantendría sus relaciones, ante el surgimiento de una situación inesperada de advertencia. Dichos arreglos ayudarían a establecer relaciones de trabajo y facilitarían la comunicación abierta y oportuna entre estas dos partes de la red del sistema de advertencia.

Interpretación de los avisos de peligro

1. Preparación para interpretar información científica. Los organizadores del plan de emergencia que forman parte del sistema de avisos deben convertirse en científicos "aficionados" para tomar decisiones en cuanto a tales advertencias, con base en información del riesgo que les presenten los científicos. No es necesario que dichos organizadores sean científicos expertos, pero deben contar con una base de conocimientos que les permita entenderse eficazmente con expertos en el medio propio de la admonición. Además, el organizador tendrá la responsabilidad de expresar datos científicos en un lenguaje que el publico pueda entender, y a su vez, la de recomendar, con base en tales datos, el curso de acción más conveniente para protección del público. Lamentablemente, en muchas situaciones de urgencia dicho aprendizaje se lleva a cabo con celeridad durante la primera parte del proceso de advertencia. Otra posibilidad, en vez del aprendizaje "sobre la marcha", seria la planificación. Para que ésta pueda ser eficaz, debe considerar la posibilidad de otros "escenarios de riesgo", y después entender a fondo el tipo de peligro que priva en dichos escenarios para el público.

2. Afrontamiento de lo probabilidad, la incertidumbre y el desacuerdo. El "comportamiento" o la existencia de muchos peligros es de naturaleza probabilística: un "sistema de peligro" puede representar una amenaza solamente temporal. Ello crea problemas a los funcionarios encargados del alerta, ya que es difícil usar conceptos probabilísticos en las advertencias. La multitud percibe dichos sistemas en términos absolutos, es decir, ocurrirá un hecho o no. Los científicos anuncian sus predicciones en términos probabilísticos, pero los encargados de dar la voz de alerta tienen que decidir si advertir o no a la gente. A pesar de ello, deben ser capaces de comunicar con un aire de certeza el estado de una situación, por más incierta que sea. Otro problema para dichos funcionarios es tener que afrontar información científica antagónica o diferentes opiniones e interpretaciones científicas. En tales situaciones, es muy probable que dichos desacuerdos lleguen al conocimiento del público a través de los medios de comunicación (que tienden a destacar y publicitar "ambos lados" de la mayor parte de las noticias, es decir, lo positivo y lo negativo).

De todos modos, los organizadores del plan de emergencia deben reconocer que la mayor parte (si no es que todas) de las futuras situaciones de riesgo tendrán un comportamiento probabilístico. La planificación por sí misma deberá especificar en qué circunstancias deben difundirse avisos y advertencias al público, y en qué momento las probabilidades son tan pequeñas que significan una desviación mínima respecto a las probabilidades "de fondo" normales, al grado que puedan descartarse en relación con las admoniciones.

Decisión de advertir

Los organizadores del plan de emergencia deben afrontar cuatro decisiones básicas mientras consideran difundir al público la información del riesgo emitida por los detectores. Son: a) advertir o no al público; b) el momento oportuno de comunicar la advertencia; c) a quién advertir, y d) cómo advertir.

1. Advertir o no al público. Hay muchas circunstancias en las que este punto no constituye en si mismo una decisión; es decir, que resulta obvio que va a difundirse una advertencia al público; por ejemplo, cuando se ha detectado un ciclón que se dirige hacia un área poblada o cuando un volcán ha entrado en erupción. Estos casos son raros. En la mayor parte de las veces la probabilidad de impacto dista mucho de ser exacta y segura. En tales situaciones, los organizadores del plan de emergencia algunas veces han determinado que no es necesaria la advertencia al público porque la probabilidad de impacto es pequeña; porque prefieren no despertar el "pánico" de la muchedumbre; porque serían enormes el costo económico de la advertencia y la respuesta del público, o porque piensan que podrían perder credibilidad si la alarma resultara falsa. A pesar de que tales preocupaciones son muy frecuentes, rara vez resultan válidas. En la mayor parte de los casos el público prefiere estar a salvo que lamentarse luego y la gente tolera las falsas alarmas. Por ejemplo, el público ha sido tolerante después de evacuaciones por alarmas y huracanes que resultaron falsas, en un 70% de los casos.

La decisión de advertir o no quedaría mejor enfocada si en lugar de preguntarse si se debe informar o no al público respecto al peligro existente (habría que suponer que si el riesgo ha crecido la gente va a enterarse), la pregunta fuese: ¿en qué momento los organizadores del plan de emergencia deben sugerir a la gente que actúe como si el impacto fuera a ocurrir, y empiece a tomar las precauciones del caso?

2. Cuándo advertir. En algunas situaciones, los funcionarios demoran el aviso colectivo para obtener más información y así estar más seguros de que transmitirán una advertencia "correcta". Esto último se basa en la creencia de que la gente no responde si es demasiado largo el tiempo para tomar las precauciones necesarias. El mayor peligro de la demora está, no obstante, en la incapacidad de difundir el aviso antes de que sea demasiado tarde para actuar debidamente.

3. A quién advertir. La siguiente decisión importante se refiere al área geográfica en la que es necesario divulgar la advertencia. Asimismo, ello entraña saber si existe algún área a la que deba advertírsele que no corre peligro; si hay zonas expuestas a distinto riesgo que deban recibir avisos diferentes, y por último, si en una misma región hay grupos humanos distintos que requieran de la transmisión de advertencias diferentes, por ejemplo, en otros idiomas. Las lesiones aprendidas de algunos hechos históricos demuestran que es mejor avisar a un área extensa, que no tener que actuar rápidamente cuando el impacto se extiende a zonas que no estaban advertidas.

4. Cómo advertir. La decisión final consiste en cómo transmitir la advertencia al público en peligro. Esta decisión incluye especificar el origen del aviso, el canal de comunicación, el contenido del mensaje y la frecuencia con la que se transmitirá la advertencia. Estos son los temas que trata la última parte de este artículo.

Redacción del mensaje de advertencia

Uno de los hallazgos más claros y constantes de la investigación es que el mensaje de advertencia en sí mismo (lo que se dice en términos de fondo y estilo) es quizás el más importante de los factores que rigen la eficacia de un sistema de alarma colectiva. El contenido y el estilo de dicho mensaje son los elementos que determinan hasta qué punto el público se dispondrá a iniciar las acciones preventivas. Las secciones siguientes analizan los elementos del estilo y del contenido que deberán considerarse al redactar un mensaje de advertencia pública.

1. Contenido de la advertencia. Hay cinco elementos que deben ser considerados cuando se redacta el contenido real de una advertencia y son, como se muestra en el formulario de la figura 1: peligro o riesgo; ubicación; orientación; tiempo y origen de la noticia.

Un aviso colectivo debe brindar al público orientación acerca del peligro que ha ocasionado tal advertencia. Lo que ella tendría que lograr es describir el hecho que podría ocurrir y explicar por qué representa un peligro para la población. Es insuficiente, por ejemplo, que la advertencia se limite a decir que "un dique podría romperse o va a romperse"; dicha advertencia debería también describir carácter, altura, intensidad y velocidad de impacto de la corriente del agua que dicho percance provocaría. No debe ocultarse la razón del peligro que justifica la advertencia. El aviso debe describir el carácter del riesgo inminente. Si dicho peligro es explicado apropiadamente, la gente estará en mejor posición para entender la lógica de las acciones preventivas. En líneas generales, cuando se describe un peligro en una advertencia, debe hacerse en detalle suficiente para que la totalidad del público entienda el carácter físico del agente catastrófico del que deberá protegerse la comunidad, y el impacto que él causaría en la gente. La vaguedad del mensaje de advertencia en este aspecto haría que diferentes miembros del público definieran el peligro en distintas maneras, y por lo tanto, respondieran en formas que concordasen con las definiciones distintas, es decir, se propiciarían discrepancias de comportamiento. El contenido explicativo de un mensaje de aviso permite al público entender el "por qué" de la conducta que deberá adoptar.

Figura 1. Contenido y estilo del mensaje de alerta colectiva

Estilo

Contenido


Peligro

Ubicación

Orientaciones

Tiempo

Fuente

Especificidad






Congruencia






Exactitud






Certeza






Claridad






El mensaje de advertencia colectiva también debe especificar qué debe hacer la gente frente al peligro inminente. La advertencia tiene que dar al público las instrucciones necesarias sobre la forma de alcanzar seguridad máxima frente al desastre que se avecina. No se puede garantizar que la comunidad sabrá tomar las precauciones requeridas, y es necesario explicarlas. A simple vista, este asunto podría parecer demasiado obvio, pero no lo es. Las advertencias, por ejemplo, deben ser una forma de admonición que señalen a la gente que está en peligro algo más que decirle "suban a terreno alto". Lo que es alto para unos puede ser bajo para otros. Por lo tanto, hay que definir el concepto de terreno alto y decir, por ejemplo, "terreno más alto que la torre del ayuntamiento".

El contenido del aviso también debe especificar a quién está dirigida la advertencia. Tal comunicado debe detallar la ubicación geográfica las personas que estén en peligro y de las que no lo estén, y hacerlo en términos que pueda entender fácilmente la gente a la que va dirigido el mensaje. Por ejemplo, una advertencia de inundación podría decir: "El área de la ciudad que va a inundarse es la comprendida entre las calles segunda y quinta, desde la Avenida Alamo hasta el Boulevard Magnolia".

Las advertencias también deben hacer referencia a cuándo es necesario emprender las acciones correspondientes. Es importante informar al público con cuánto tiempo cuenta para actuar antes del impacto, y el momento conveniente para iniciar las medidas protectoras. Por ejemplo: "El maremoto no llegará esta noche antes de las 22:00 horas (10 de la noche) y, para estar a salvo, la población debe haber cruzado la frontera este del condado a más tardar a las 21:45 horas (9:45 p.m.)".

La última dimensión del contenido del mensaje es la fuente de la advertencia; debe ser identificada y tratada con la misma importancia que la información acerca del riesgo, la guía, la ubicación y la hora. La fuente de la advertencia tendrá mayor credibilidad y respuesta de la colectividad si la información proviene de un grupo mixto (científicos, oficiales y personas conocidas); por ejemplo: "El alcalde y jefe de la defensa civil acaban de entrevistarse con científicos de nuestra universidad local y del Servicio Nacional de Meteorología y el jefe de la Cruz Roja local, y con base en lo que acordaron, queremos advertir que...".

2. Estilo de la advertencia. Los cinco elementos del contenido de la advertencia pueden corresponder a cinco dimensiones estilísticas del mensaje (figura 1). Los aspectos del estilo son: especificidad, congruencia, exactitud, certeza y claridad. Se puede evaluar la validez del mensaje si se analiza su especificidad en cuanto a ubicación, orientaciones, peligro y tiempo; luego, la congruencia de dicho mensaje respecto a los mismos factores del contenido, y así sucesivamente.

Por lo expuesto, el estilo de un mensaje de advertencia será mejor en la medida en que logre ser especifico al definir el área en peligro; qué debería hacer la gente (u orientaciones); el carácter del peligro, y de cuánto tiempo dispone la colectividad para poner en marcha y completar las medidas preventivas. Obviamente, hay muchas ocasiones en que no es mucha la especificidad de todos los aspectos del contenido del mensaje porque no se conoce la información o ésta es imprecisa. Ello no significa que en esos casos el mensaje sea inespecífico, y el estilo en que está redactado debe continuar siéndolo. Por ejemplo: "No sabremos ni podremos saber qué edificios de la ciudad son seguros y cuáles no lo son cuando ocurra el terremoto, pero si sabemos que la mayoría de la gente estará más segura si se refugia en su casa ahora".

El estilo de los mensajes de advertencia también debe ser congruente. Las incongruencias de un mensaje pueden obedecer a razones muy variadas, y existir de muy distintas maneras. Por ejemplo, es incongruente decir al público que una erupción volcánica puede originar una serie devastadora de lahares o avalanchas, pero que no debe preocuparse. Por el contrario, el público debe saber hasta qué punto tiene que preocuparse. Las incongruencias pueden aparecer, por ejemplo, cuando información nueva revela que el carácter real del riesgo ha crecido o decrecido, el número de personas en peligro ha aumentado o disminuido, etc. En esas circunstancias, que ocurren con frecuencia, la congruencia del mensaje puede restablecerse simplemente haciendo referencia a lo último que se dijo, a lo que ha cambiado y el por qué de tal modificación.

En tercer lugar, el estilo de un mensaje de advertencia es mejor si contiene elementos de certeza. En circunstancias en las que existen ambigüedades respecto a las consecuencias de una situación de peligro, el mensaje debe ser difundido con certeza. Por ejemplo: "No hay modo de saber si realmente se colocó una bomba en el edificio, o en caso de que la hubiera, si estallará realmente a las 15:00 horas (3:00 p.m.), pero recomendamos evacuar el edificio ahora, y actuar como si el peligro de la bomba fuese real".

La claridad, el cuarto atributo estilístico de los mensajes de advertencia, sugiere simplemente que deben estar redactados claramente, en lenguaje sencillo, para que puedan entenderse bien. Por ejemplo: "Una posible oscilación transitoria del reactor que dará como resultado una repentina reubicación de los materiales del núcleo fuera del vaso contenedor" estaría más claramente expresada diciendo que "Podría escapar alguna radiación del reactor nuclear".

El quinto y último atributo estilístico de los mensajes es la exactitud. La advertencia debe contener datos precisos y completos. Si la gente sabe o sospecha que no está recibiendo la "verdad completa", puede dejar de creer en el mensaje o perder la confianza en las fuentes de información. La exactitud se incrementa con el solo hecho de ser totalmente franco y honesto con el público en lo referente al peligro.

Divulgación del mensaje de advertencia

1. Canales de comunicación del sistema de advertencia. Las advertencias pueden ser transmitidas de distintas maneras al público. Pueden ser comunicadas por medio de voces humanas, señales electrónicas o caracteres impresos. Las voces pueden ser directas o transmitidas con altoparlantes, sistemas de difusión pública, teléfono, radio o televisión. Las señales, que incluyen sirenas, alarmas, silbatos, carteles, volantes o video, pueden usarse para distribuir información gráfica, incluso mensajes impresos. Esta sección describe brevemente las técnicas de cada canal de alerta.

La notificación personal entraña el empleo de personal de emergencia para hacer llegar el mensaje de advertencia puerta por puerta o transmitirlo personalmente a grupos mayores. Este mecanismo de aviso puede usarse en áreas de población dispersa, en regiones con una gran población diurna o estacional, como las áreas de recreo, o en zonas que no estén cubiertas por los sistemas electrónicos de alarma. La mayor ventaja del contacto personal radica en que la gente está mejor dispuesta a responder al aviso porque es más probable que crea que realmente existe el peligro. La desventaja de este sistema es que su ejecución es lenta y requiere de la asignación de muchos vehículos y personal para ese fin.

Es factible utilizar sistemas de difusión pública ya existentes para notificar a la comunidad en áreas cubiertas por dichos sistemas Muchas veces las escuelas, hospitales, prisiones, asilos, estadios, teatros o centros comerciales están equipados con sistemas de difusión pública. Además, pueden usarse vehículos con altoparlantes portátiles para alertar a las poblaciones cercanas. Muchas veces los medios anteriores se usan en combinación con procedimientos de notificación personalizada. Los sistemas de difusión pública existentes complementan a otras redes de transmisión de advertencia. Son útiles para llegar a pequeños grupos de población que están concentrados en un determinado sitio. Los altavoces portátiles mejoran la rapidez con que puede llegarse a poblaciones que no tendrían otra forma de recibir la advertencia. Son, además, particularmente útiles durante las horas de la noche, en que gran parte de la población está durmiendo.

La radio es generalmente un medio importante para difundir la información de alerta, porque puede llegar en forma rápida a un gran número de personas en horas del día. Su uso como vehículo de alerta continuará siendo práctica generalizada en casos de emergencia. Muchas veces, la existencia de planes prestablecidos para la notificación y el uso de mensajes estandarizados acelera la velocidad con que puede transmitirse una advertencia por radio. Una de las desventajas que tiene la radio es que a veces la transmisión cubre un área tan extensa que incluye zonas que no están en peligro. En segundo lugar, llega solamente a una pequeña proporción de la población durante las horas de la noche.

Las advertencias pueden ser transmitidas también a través de la televisión comercial. La forma de hacerlo es interrumpir la programación normal o pasar el texto escrito, al pie de la pantalla. La televisión llega a un gran número de personas, especialmente en horas de la tarde. Igual que la radio, no es un medio muy eficaz durante las horas de sueño. Resulta particularmente adecuada para transmitir avisos relativos a percances de evolución lenta. Por lo común lleva más tiempo difundir una advertencia por televisión, a menos que se transmita el mensaje escrito al pie de la pantalla.

Es considerable la cantidad de información acerca de la tecnología de sirenas y sistemas de alarma. Este tipo de dispositivos de aviso está diseñado para la comunicación rápida de la advertencia a la población potencialmente en peligro. La utilidad de los sistemas de sirenas está limitada por su incapacidad para transmitir instrucciones. Lo más que pueden hacer es indicar a la gente que busque más información, a menos que exista un programa intensivo de educación del público que instruya a la comunidad sobre lo que debe hacer cuando suene la señal.

2. Frecuencia de la divulgación. No hay una fórmula mágica para especificar con qué frecuencia debe repetirse el mensaje de alerta. Sin embargo, puede establecerse un criterio general basado en el conocimiento relativo de la forma en que la colectividad procesa la información de advertencia.

Respecto a este punto, la enseñanza más importante que brinda la investigación es que es difícil dar al público todas las advertencias que puede asimilar. En otras palabras, el público exige más información, en cuanto al peligro, de la que los funcionarios suelen dar. Es difícil llegar a saturar a la población en peligro con demasiadas advertencias. La gente quiere saber las últimas noticias, aunque haya pocos cambios en el contenido de la información. Sin embargo, en casos de emergencia "a largo plazo" hay un punto en el cual es preferible evitar la repetición excesiva. En estas situaciones, la transmisión constante de la misma información puede resultar contraproducente. En dichas situaciones, la frecuencia de las advertencias debe disminuir luego del periodo de alarma inicial, pero los encargados de la alerta deben estar preparados para renovar la frecuencia de divulgación en cuanto haya algún cambio en las características del peligro.

Las ventajas potenciales de la repetición frecuente de los mensajes de advertencia son varias; no obstante, algunas destacan más que otras. Los avisos reiterados con frecuencia ("Este mensaje será repetido en esta misma estación cada hora, a la hora en punto, a menos que antes haya nueva información disponible'') hacen que la gente se concentre en las advertencias oficiales, aplacan los rumores, y hacen que un número mayor de personas esté dispuesto a creer en el mensaje de alerta, tal como se difunde.

Revisión y cotejo de los sistemas de advertencia

Los sistemas de alerta no son sencillos. Incluyen, a su vez, muy diversas organizaciones; v.gr., científicas, burocráticas oficiales de todos los niveles, corporaciones del sector privado, etc. Los sistemas de advertencia también comprenden a personas de muy variada formación, como científicos con doctorados en ciencias especializadas; funcionarios de elección popular, burócratas, militares y también la colectividad heterogénea. Además, los sistemas de advertencia comprenden también los vínculos y comunicaciones entre todas las organizaciones participantes y algunos elementos organizadores activos. Muchos de los vínculos son usados con regularidad, mientras que otros se reservan exclusivamente para cuando sea necesario poner en marcha el sistema de advertencia. Obviamente, los sistemas de aviso no tienen "vida propia", pues no son más que una serie de arreglos organizados artificialmente para usar en casos muy especiales. Con la posible excepción de los sistemas de alerta que anuncian fenómenos que se repiten con frecuencia, estos sistemas deben ser revisados y usados en simulacros para descubrir y corregir fallas de organización y percepción que casi seguramente aparecerán con el uso real.

La revisión y el cotejo de un sistema de alarma sólo pueden llevarse a cabo en la práctica por medio de simulacros o "ejercicios de ensayo" que requieran del sistema completo, En dichos "ejercicios" deben ser puestos en marcha todos los elementos del sistema, desde la detección inicial hasta la divulgación de la alerta pública real, aunque no se incluye ésta en la mayor parte de los casos, Tal divulgación de la alerta real se excluye porque no es necesario involucrar a la colectividad en este tipo de simulacros para descubrir y corregir fallas en el sistema, excepto cuando es preciso probar la propia infraestructura de los canales de comunicación (por ejemplo, una sirena).

Conclusión

El ensayo presente fue escrito para mostrar el planeamiento básico y evaluar los conceptos sobre sistemas de advertencia, con base en los resultados de la investigación sociológica concerniente a los aspectos de organización y respuesta pública de dichos sistemas, A grandes rasgos, el articulo comprende una lista de conceptos que deben considerarse en la elaboración y evaluación de cualquier sistema de advertencia pública.

La forma en que estos conceptos pudieran ser llevados a la práctica puede variar considerablemente con los tipos de peligros o con las jurisdicciones que posean realidades políticas locales diferentes,

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14. Aspectos antropológicos en los desastres: la importancia de los factores culturales

Constante J. Holland
Peter W. Van Arsdale

Introducción

Un desastre constituye para el individuo la demostración amplia de que su cultura y su modo de vida se han vuelto repentinamente inadecuados, incapaces de protegerlo de las vicisitudes del medio ambiente.(1) Sin embargo, es la cultura de cada persona la que gobierna sus interacciones con sus semejantes y con el medio.

Cuando ocurre un desastre, muchas de las normas y valores que son parte de una cultura dejan de ser útiles para satisfacer las necesidades originadas por tal percance. El desastre altera las percepciones de la sociedad y las reglas que rigen el comportamiento diario. Más aún, algunos especialistas han llegado a sugerir que se desarrolla una "cultura del desastre", que remplaza provisionalmente las normas y valores vigentes por otros más apropiados para satisfacer la necesidad de alimentos, refugio y recuperación, nacida de la catástrofe.(2)

Dicha incapacidad de la cultura de la víctima para protegerla contra las fuerzas de la Naturaleza puede generar sentimientos de enojo, frustración, impotencia, pesar o perplejidad, cuando el individuo lucha por aceptar lo que ha sucedido, y adaptarse a la situación ulterior al desastre. Cuanto más pronto la víctima pueda superar el trauma de lo ocurrido y restablezca cierta normalidad en su vida, menor probabilidad habrá de que se trastorne su salud mental. Ello significa recuperar el sentimiento de control sobre el medio y reanudar las normas de comportamiento que eran usuales antes del desastre.(3)

En la mayor parte de las sociedades, dicho proceso es facilitado por la práctica de rituales tradicionales, por relaciones en forma de redes o por ambos mecanismos. En las sociedades primitivas, aisladas de toda influencia externa, ello puede tomar la forma de elaborados rituales para apaciguar las fuerzas que produjeron el suceso, o empleo de la "magia" para controlar a esas fuerzas. A pesar de que muchos investigadores clasificarían dicho comportamiento como mera superstición, cumple con el propósito de devolver la calma a la comunidad afectada. El marco dentro del cual ocurre tal fenómeno en Latinoamérica ha sido tratado por Wolf.(4)

Dichos rituales son raros en sociedades del primer mundo, pero los investigadores de desastres han identificado otro fenómeno que cumple la misma función que los rituales mencionados, y que denominaron "comunidad terapéutica". Charles Fritz(5) acuñó tal término para representar lo que vio como una respuesta sociocultural positiva a los desastres. El presente ensayo intenta explicar el valor de la aplicación del concepto de comunidad terapéutica, junto con la apreciación de la participación que pueden tener el ritual y las profecías con él relacionadas, en un pueblo peruano que fue asolado por una inundación en 1983.

La comunidad terapéutica y el concepto de marginalidad

En los países del primer mundo, el desarrollo de la "comunidad terapéutica" se entiende como la agrupación espontánea de individuos que se desconocían o que tenían mínima conciencia de la existencia de los demás, con el propósito de compartir y aliviar el peso de los efectos de un desastre. En esta acción de compartir, los damnificados participan en su propia recuperación y, al mismo tiempo, restablecen un sentimiento de control sobre los elementos naturales. A pesar de los beneficios acumulados durante tal encuentro, la relación suele ser muy breve, ya que las personas que la integran vuelven a separarse una vez que el orden y la normalidad se restituyen.

En muchos países latinoamericanos, gran parte de la población vive en áreas que son económica o ecológicamente marginales para las sociedades de las que forman parte. En este caso usamos el término "marginal" como lo emplea Lomnitz,(6) es decir, la exclusión sistemática de un grupo humano del núcleo socioeconómico, dejándole poco margen de reserva. También usamos el término como lo hace Lomnitz, en el marco de las redes de dicho grupo que lo ayudan a existir en la periferia de la sociedad "principal".

La marginalidad, en opinión nuestra, facilita el rápido surgimiento de la comunidad terapéutica luego de un desastre. En la mayor parte de los países latinoamericanos la familia extensa interviene en forma prominente en la vida de las personas: comparte el peso y las responsabilidades de la vida diaria. Ello es especialmente válido en áreas de mayor marginalidad, donde el compartimiento de los recursos suele ser una necesidad para la supervivencia, como anota Lomnitz. En estas áreas, la comunidad terapéutica puede desarrollarse con mayor rapidez, porque sus antecedentes sociofamiliares no son fenómenos raros.

El compartimiento de recursos y el apoyo mutuo que se ofrece después de un desastre no pueden considerarse como otra cosa que la extensión de los medios psicosociales de supervivencia que han sido usados por mucho tiempo en ambientes de marginalidad económica periódica. Además, durante situaciones de desastre las familias extensas comparten con frecuencia casas y provisiones, y puede esperarse que los vecinos ayuden a realizar trabajos necesarios, en áreas rurales comparten la carga de fracasos ocasionales en las cosechas y de otros sucedidos potencialmente trágicos. Esa ayuda mutua es común y está institucionalizada; por tal razón, el terreno está preparado para que surja una "comunidad terapéutica" luego de un desastre. Si el surgimiento de tal "comunidad" es importante para la recuperación psicosocial de una colectividad asolada por el desastre, dichos conglomerados marginales tienen la ventaja de que en ellos ha existido tal cooperación para satisfacer necesidades de la supervivencia diaria.

La inundación de Mayush (Perú)

En el verano de 1983, el coautor de este trabajo (Van Arsdale) visitó el valle de Pativilca, en la costa de Perú, y logró reunir información acerca de la respuesta al desastre que mostraron los pobladores de un pequeño asentamiento humano conocido como Mayush. Tres meses antes habla sido abatido por una inundación sorpresiva, y estaba en proceso de recuperación.

En la tarde del 31 de marzo de 1983, una lluvia torrencial azotó las laderas que se extienden sobre el valle de Pativilca. Mayush, con unos 150 habitantes, está ubicado en el fondo angosto del valle, a unos 160 metros por debajo de las laderas que recibieron la mayor parte de la lluvia. Los residentes del poblado se percataron rápidamente de que se avecinaba una gran inundación. Los indicios que presagiaban el inminente percance, como fueron descritos al Dr. Van Arsdale, incluían un gran aumento en la turbulencia del río Pativilca, el oscurecimiento de los sedimentos arrastrados río abajo y la crecida impresionante de la corriente que venia de las quebradas cercanas.

La intensa crecida provocó el desmoronamiento de la ladera de una quebrada grande ubicada aguas arriba, a escasa distancia de Mayush. El terreno se desplomó en bloques sobre el río Pativilca y formó un dique natural, sorprendentemente eficaz, que lo atravesó de lado a lado. El flujo cesó casi por completo por delante del dique, mientras que detrás de él, las aguas crecidas del río por la lluvia, continuaron acumulándose. Para entonces todo el pueblo había subido a terreno más alto y se hallaba a salvo. Desde ahí vieron crecer el río contenido por el dique.

Como un observador comentó: "El resultado era inevitable". A eso de las 19:30 horas, casi una hora después de haberse formado el nuevo dique, éste cedió. En unos segundos el centro del pueblo de Mayush desapareció.

Factores ecológicos e históricos

El concepto de marginalidad acuñado por Lomnitz(6) y empleado aquí se basa en el conocimiento de las relaciones ecológicas y también de las económicas. El pueblo de Mayush está situado en la región de laderas semidesérticas de la costa de Perú conocida como "La Yunga". Está dentro de un entorno inclemente que exige un esfuerzo constante para extraer el mínimo necesario para la subsistencia. Gran parte de La Yunga está compuesta de suelos muy secos, y la vida siempre está bajo el agobio de la sequía. La zona está sujeta a una exposición máxima al sol y a frecuentes brisas, lo que ocasiona un alto grado de evaporación. Prácticamente todas las laderas más bajas forman un ángulo mayor de 20° con la horizontal y ello intensifica el escurrimiento de la lluvia. Por esta razón, Mayush está muy lejos de las rutas principales de transporte, y sus pobladores quedan temporalmente aislados cuando las lluvias empantanan los caminos. Resulta de particular importancia, desde el punto de vista antropológico, que los propios habitantes urbanos de Perú describan a Mayush como un lugar remato y aislado de las comunidades vecinas.

A pesar de su marginalidad (pero no como resultado de ella), Mayush seria clasificado antropológicamente como una "comunidad abierta", al igual que muchas de América Latina.(4) En una colectividad de ese tipo no está vigente un código comunal de derechos de la tierra; el número de miembros es irrestricto, y la comunidad ejerce muy poca o nula presión sobre sus miembros para que redistribuyan los excedentes. Los valores tradicionales de la comunidad son fomentados, pero no en forma exclusiva. Más aún, se estimula la incorporación de alternativas culturales (especialmente estrategias económicas). El carácter "abierto" de esta sociedad se debe fundamentalmente al impacto colonial de los españoles en Perú durante casi 300 años. Se crearon relaciones de dependencia, como lo ejemplifican las interacciones patrón-peón, pero concomitantemente, con el paso del tiempo se rompieron algunas barreras socioeconómicas e interétnicas que existían entre los indios y los españoles. No surgieron enclaves de aldeanos virtualmente aislados de la sociedad "principal" dominada por los españoles.

La marginalidad de Mayush en el siglo XX ha sido intensificada por su condición "abierta". A pesar de su aislamiento y sus severas circunstancias ecológicas, continúa dependiendo de muchos recursos ajenos al pueblo (e interconectado con ellos).

Respuestas después de la inundación

Inmediatamente después de la inundación, la población de Mayush quedó atrapada en un "predicamento de dependencia". La mayor parte de su producción, destinada a satisfacer la demanda del mercado (y por lo tanto, no disponible para el consumo local inmediato) y el transporte interrumpido, la llegada de una mínima cantidad de asistencia oportuna y relativamente barata habría acelerado en forma definitiva la recuperación del pueblo. La situación "abierta y dependiente" de Mayush habría facilitado su aprovechamiento.

A pesar de esa necesidad, nunca llegó asistencia formal. Mayush no juega un papel significativo en la economía regional o nacional ni tiene un numero notable de pobladores que intervengan en negocios regionales, y el gobierno tampoco estaba convencido de destinar recursos nacionales para los esfuerzos de recuperación. De esa forma, las víctimas de la inundación no tuvieron otra opción que recurrir a mecanismos de supervivencia indígenas, que estaban disponibles, para empezar el proceso de recuperación. Ello no significó acceder a un sistema de socorro separado, o recurrir a una "vieja costumbre" particular, que pudiera usarse sólo en casos de emergencia, o tener que superar una situación de desamparo.(7) Simplemente entrañó hacer acopio de los recursos sociales que el pueblo usa en su vida diaria, y las relaciones familiares y recíprocas basadas en creencias tradicionales y costumbres vigentes. Torry(8) ha señalado hallazgos similares.

En las entrevistas de vigilancia llevadas a cabo por el coautor de este trabajo, las víctimas no parecían haber sufrido la carencia de asistencia externa. Es más, apenas si había sugerencias de que el gobierno "debiera" a las víctimas algo, excepto un puente de vital importancia, que habla sido arrastrado por la corriente y que servía para conectar las dos partes de Mayush.

Al reconstruir los hechos que acaecieron en Mayush durante las semanas siguientes, antes de la llegada del Dr. Van Arsdale, quedó claro que la ayuda y los mecanismos recíprocos preexistentes constituyeron los medios principales a través de los que se llevó a cabo la limpieza física y la asistencia psicosocial. El único maestro de Mayush señaló con evidente orgullo que las tradiciones eran relativamente fuertes en el pueblo. Dijo: "Este es un lugar unido", señalando también la estabilidad de los lazos familiares que existen entre la "gente del valle" y la "gente de la ladera" que vive arriba. Esta última respondió rápidamente con alimentos y ropa. Usando un término que señalamos previamente, los "antecedentes" de la comunidad terapéutica ya existían, y constituyeron una base de costumbres y tradición que pudo ser utilizada y puesta en marcha rápidamente para lograr una recuperación relativamente pronta.

La construcción de pequeñas chozas con material plástico, facilitado por la "gente de la ladera", constituye un ejemplo de la forma en que se llevó a cabo la recuperación. La tradición arraigada de compartir, y la cooperación recíproca (antecedentes clave) entre los residentes del valle y la ladera, reforzadas por sus lazos de parentesco, resultaron eficaces.

En otras investigaciones sobre desastres(11-13) se ha observado que la participación solidaria en el proceso de recuperación propio o ajeno ayuda a restaurar una sensación de equilibrio y de control sobre el medio ambiente. Dicha participación en el proceso de recuperación puede mitigar los efectos psicológicos debilitantes que pudo ocasionar el desastre. Hay que señalar que no hubo muertes debidas a la inundación en Mayush, y por lo tanto, las víctimas no tuvieron que afrontar la pérdida de seres queridos, lo que pudo haber retardado su recuperación psicológica.

Fenómenos culturales emergentes: presagios de desastre

En momentos de tragedia personal o de desastre, otro mecanismo de afrontamiento que puede manifestarse son las profecías o presagios percibidos antes del desastre. Cuando surgen en un escenario social ulterior al desastre, parecería que constituyen un mecanismo de la víctima para recuperar el control sobre su vida. Al recordar algún signo o suceso "fuera de lo común", el damnificado puede señalar un momento preciso en que (si hubiera actuado correctamente) podría haber superado o minimizado el desastre que tuvo lugar. Esta circunstancia general ha sido documentada en desastres personales y comunitarios, tanto por psiquiatras como por investigadores en el campo de las ciencias sociales.(10,11)

En lo referente al caso específico de Mayush y los peruanos, cuando se trata de una desgracia, de un desastre, o de ambos, la gente no habla de profecías sino más bien de presagios. Los cambios insólitos en el tiempo, en la rutina diaria de un rebaño de animales o en la consistencia del sedimento de un río son cuidadosamente percibidos Las interpretaciones de la gente están ubicadas en el contexto de "fenómenos físicos que ejercen su impacto en el bienestar humano" en un "universo localizado", donde el papel e intervención de Dios son importantes.

Para un pueblo que vive una existencia tan marginal como Mayush, es crucial que sea consciente de cualquier cambio que pueda ocurrir en el medio ambiente. Los pobladores saben que la sensibilidad de los rebaños de animales o los cambios en los sedimentos del río pueden ser el único aviso de un desastre inminente, y por lo tanto, los consideran cuidadosamente. El único maestro de Mayush declaró que sucesos de este tipo fueron observados por lugareños preocupados, horas antes de que la pared de la quebrada se desplomara sobre el río Pativilca.

El comentario de profecías y presagios efectuado después del desastre, considerados analíticamente, puede aminorar el nivel de estrés de las víctimas al proporcionarles una justificación retrospectiva por la que el sucedido pudo haber sido pronosticado y evitado. Creemos que ello da al individuo la sensación de haber tenido la oportunidad de controlar el resultado del fenómeno. Como se explicó anteriormente, a nivel individual, recuperar el sentimiento de control puede ser muy importante para acelerar la rapidez de la recuperación psicológica.

Fenómenos culturales: el hogar y el apoyo sociofamiliar

La necesidad de recuperar el control sobre el medio propio se manifiesta de muchas maneras, entre las cuales el restablecimiento de los hogares individuales es una de las más importantes. Perder el hogar puede ser un hecho devastador. La pérdida de bienes de valor sentimental y de objetos que forman parte de la vida diaria intensifica la sensación de perplejidad y pérdida de la identidad. Por esa razón, una de las primeras actividades que se emprenden en el periodo de recuperación, es la reconstrucción de hogares. Simboliza, estructural y psicológicamente, el retorno a la normalidad.

La necesidad de albergue suele ser resuelta por las propias víctimas, a pesar de que constituye uno de los rubros a los que se presta mayor atención en la asistencia.(12) Hay dos aspectos culturales de primer orden en relación con la vivienda, como respuesta al desastre: 1) ¿Es la vivienda culturalmente aceptable? y 2) ¿Hay necesidad de reubicar a las víctimas? Las organizaciones de auxilio y los filántropos bienintencionados han experimentado con muchos tipos de albergues después de un desastre. A menudo esas formas de refugio no han sido utilizadas por gran parte de la población damnificada. Ello se explica por el hecho de que muchas víctimas, por razones de apoyo sociofamiliar se refugian con familiares o amigos hasta que la vivienda que consiguen o se les proporciona es culturalmente aceptable. Esto fue lo que ocurrió en Mayush, y resultó crucial en su respuesta de "comunidad terapéutica".(13-15)

El segundo aspecto importante para el restablecimiento de un hogar, es la ubicación. Las víctimas generalmente prefieren reconstruir en las áreas originales, a ser reubicadas en zonas consideradas más seguras por "expertos extraños". Como señala Harrell-Bond,(16) las organizaciones de socorro pueden agravar los problemas de recuperación que intentan resolver, si actúan apresuradamente en ese sentido. Ello ocurrió en Belice, luego del huracán Hattie, donde fracasaron los esfuerzos para reubicar a las víctimas fuera de las áreas afectadas, y lo mismo sucedió en Yungay, Perú, después del terremoto de 1970.(17) En conversaciones sostenidas con las víctimas de la inundación de Mayush, el coautor de este trabajo advirtió que los damnificados, sin excepción, no consideraban necesario ni tenían deseo alguno de moverse del área afectada. Quizá, como señala Oliver-Smith(1) en su investigación sobre Yungay, el rechazo de las víctimas a mudarse y su insistencia en reconstruir en el mismo sitio vulnerable, sean formas de afrontar el desastre de mejor manera.

Lo anterior no significa que haya que alentar a la población vulnerable a quedarse en áreas marginales expuestas a fenómenos naturales que pueden ser desastrosos, si existen otras alternativas culturalmente apropiadas. Después de un desastre, la respuesta inmediata de los trabajadores inexpertos, suele ser tratar de reubicar a la población damnificada, en un lugar menos vulnerable. Sin embargo, en muchas naciones del tercer mundo como Perú, la cantidad disponible de terreno arable, muchas veces impide dicho desplazamiento. Hasta donde sabemos, se ha prestado muy poca atención sistemática a la comparación de los beneficios terapéuticos de permitir a la población damnificada que reconstruya en un lugar vulnerable, con los beneficios de reubicación en un área menos vulnerable (por ejemplo, sin los lazos tradicionales que tenían con su localidad nativa).

Conclusiones y recomendaciones

Nunca se insistirá demasiado en la importancia de entender y conocer perfectamente el escenario cultural en que se intenta satisfacer las necesidades de las víctimas de desastres en Latinoamérica. En primer lugar, el auxiliador debe entender la forma en que la catástrofe deteriora situaciones socioeconómicas ya de por sí marginales, y también la forma en que la marginalidad permanente engendra el apoyo interno recíproco. Partiendo de esa premisa, el suministro de ayuda podría estar guiado por interpretaciones más útiles acerca de lo que constituye la normalidad dentro de la comunidad, y no los indicadores simplistas como alimentación y refugio.

En segundo lugar, quien presta auxilio, deberá percatarse y conocer cualquier ritual específico o insólito practicado por las víctimas después de un suceso catastrófico. A pesar de que dicho "abracadabra" pueda parecer de poca utilidad para los miembros de sociedades industrializadas, la práctica de los rituales puede servir como un medio importante para desahogar emociones que de otra forma resultarían perjudiciales para la recuperación de la comunidad. La misma consideración debería prestarse a los relatos de profecías o presagios que antecedan al evento. Una vez más, pueden indicar el intento de la víctima por recobrar el sentido de control sobre su medio ambiente.

Por último, el problema de la vivienda y la reubicación merece seria consideración cultural. Después de un desastre, trasladar a las víctimas a un lugar seguro y alojarlas en algún tipo de construcción de fácil hechura, puede parecer lo más conveniente, pero en términos de recuperación psicosocial, puede ser más eficaz dejar que ellas reconstruyan su hogar en el mismo sitio en que estaba, con los materiales disponibles en la localidad. En Mayush eran de plástico y de madera. Este es un punto importante que no ha sido suficientemente estudiado por los investigadores, y que debería recibir mayor atención por parte de los funcionarios de gobiernos latinoamericanos.

El entendimiento y la atención mayores al medio cultural en que vive una población puede ser crucial para la recuperación psicosocial eficaz de una comunidad afectada por el desastre. El enfoque antropológico puede generar la información adecuada.

Referencias

1. Oliver-Smith A: Here there is life: The social and cultural dynamics of successful resistance to resettlement in post disaster Peru, en Involuntary migration and resettlement: The problems and response of dislocated people. Editado por Hansen A, Oliver-Smith A. Boulder, Colorado, Westview Press, 1982.

2. Kreps C: A sociological inquiry and disaster research. Ann R Sociol 10:309-330, 1984.

3. Drabek TE. Key WH: Conquering disaster: Family recovery and long-term consequences. New York, Irvinton, 1983.

4. Wolf E: Closed corporate peasant communities in Mesoamerica and central Java, en Peasant Society: A reader. Editado por Potter J. Oíaz M, Foster G. Boston, Little, Brown and Company, 1967.

5. Fritz CE: Disaster in contemporary social problems. Editado por Merton RK, Nisbet RA. New York, Harcourt, 1961.

6. Lommitz L: Survival and reciprocity: the case of urban marginality in Mexico, en Extinction and survival in human population. Editado por Langhlin CD Jr., Brady IA. New York, Columbia University Press, 1978.

7. Hausen A: Policy implications of anthropological research on drought, war, and famine, en Discussion session of the Annual Meeting of the American Anthropological ASSN. Chicago, Noviembre 18-22, 1987.

8. Torry WI: Natural disasters, social structure and change in traditional societies. Asian Afr Stud 13: 167-183, 1978.

9. Taylor JB, Zurcher LA, Key WH: Tornado: a community response to disaster. Seattle, Washington, University of Washington Press, 1970.

10. Jones DPH: Psychiatric aspects of coping with disaster, en Proceedings of the Geologic and Hydraulic Hazard Training Program. Denver, Department of the Interior, 1984.

11. Terr LC: Psychic trauma in children: observations following the Chowchilla school bus kidnapping. Am J Psychiatry 1:14-17, 1981.

13. Kreimer A: Post-disaster reconstruction planning: the cases of Nicaragua and Guatemala. Mass Emergencies 3:23-40, 1976.

14. Nadel G: Guatemala: after the terremoto. Atlan Mo Julio: 18-21, 1976.

15. Haas JE, Kates RW, Bowden MJ: Reconstruction following disaster. Cambridge, Massachusetts, MIT Press, 1977.

16. Harret-Blond BE: Imposing aid: emergency assistance to refugees. Oxford, Oxford University Press, 1986.

17. Palacio JO: Posthurricane resettlement in Belize, en Involuntary migration and resettlement: the problems and responses of dislocated people. Editado por Hamsen A, Oliver-Smith. Boulder, Colorado, Westview Press, 1982.

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