Los años noventa han sido declarados el Decenio Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales (DIRDN). Al llegar a la mitad de este Decenio Internacional, con la celebración de la Conferencia Mundial para la Reducción de los Desastres Naturales, se presenta una oportunidad única para demostrar el progreso de América Latina y el Caribe en la reducción del impacto de los desastres naturales en la vida y la propiedad, y a la vez el momento más adecuado para sugerir áreas que requieren atención particular en el ámbito nacional durante la segunda mitad de la década y más allá.
Durante la primera mitad del DIRDN, cada país en América Latina y el Caribe mostró progresos significativos en el campo de la administración de los desastres, o como lo (lamamos hoy, la reducción de desastres. Sin embargo, este recorrido en pos de una Región más segura empezó mucho antes de la proclamación del DIRDN.
El propósito principal de esta publicación es recordar a las autoridades políticas y a la comunidad internacional, que una modesta pero sostenida inversión en la reducción de desastres en la Región ha salvado y continuará salvando, en una forma poco visible pero efectiva, una gran cantidad de vidas, evitando tragedias que de otro modo consumirían mayores recursos en términos de asistencia humanitaria. Un segundo propósito es compartir el optimismo y motivación de los profesionales en el manejo de desastres, por ser testigos de una lenta pero constante evolución en la Región, desde la aceptación fatalística de los desastres, hacia la determinación de tomar medidas para prevenirlos cuando sea posible o minimizar sus efectos mediante un plan de largo plazo para su reducción.
Los desastres naturales seguirán afectando infraestructura esencial como hospitales y colegios, edificios públicos y viviendas. No obstante, podemos reducir la vulnerabilidad de nuestras comunidades ante las amenazas naturales o disminuir enormemente las pérdidas potenciales, mediante la ubicación de estas obras en sitios de bajo riesgo, mejorando diseños y técnicas de construcción y, principalmente, asegurando que la planificación para el desarrollo no propicie un incremento de la vulnerabilidad. El conocimiento técnico necesario para llevar a la práctica estas medidas está disponible desde hace algún tiempo.
El efecto más duradero del DIRDN podría y debería ser establecer una "cultura" de prevención de los desastres, en la que la seguridad sea reconocida como una necesidad básica de individuos y de sociedades como parte de un "estado de bienestar físico y mental completo", o, en otras palabras, salud, como fue definida por la Conferencia de Alma-Ata de 1978.
Carlyle Guerra de Macedo
Director
Oficina
Sanitaria
Panamericana
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